La doble moral
UNA DOBLE moral est¨¢ hiriendo a la sociedad espa?ola. Se adoptan determinadas posturas ideol¨®gicas gen¨¦ricas porque se llevan, porque son progresistas, modernas, y al mismo tiempo ofrecen virtudes asimilables a las antiguas; pero se rompen en cuanto hay una relaci¨®n personal, aunque sea indirecta, con un problema dado. No somos racistas, pero no deseamos que los gitanos vivan cerca de nuestras casas porque son otros y tienen otras costumbres, calificadas ya como irremediables. En Pe?a Grande, un barri¨® de Madrid, se ha paralizado la instalaci¨®n de unas viviendas prefabricadas para 20 familias gitanas cuyas actuales chabolas no resistir¨¢n las lluvias del oto?o. A la protesta de los vecinos se han sumado los principales partidos del distrito, que, naturalmente, han advertido que en su actitud no debe verse ninguna sombra de racismo. En Sevilla y en Barcelona ya se hacen planes para suprimir a los gitanos del escaparate de 1992.Consideramos a los consumidores de drogas como v¨ªctimas (de un tr¨¢fico, de una desesperaci¨®n), pero se rechazan las colonias de rehabilitaci¨®n en cuanto est¨¢n pr¨®ximas a un vecindario donde hay j¨®venes. Y el Gobierno piensa que la despenalizaci¨®n por el consumo, que es una conquista social, debe irse ya recortando: se penalizar¨¢ a quien las consurna en p¨²blico. Corcuera a?ade: "El Gobierno ir¨¢ a pol¨ªticas cada vez m¨¢s restrictivas en ese terreno".
La irritaci¨®n gubernamental ante los consumidores p¨²blicos de drogas es equiparable a la irritaci¨®n que produce en los ciudadanos la incapacidad del poder -municipal, comunitario o central- para tratar de argumentar sus propias decisiones. Que los gitanos de Pe?a Grande tienen derecho a no sufrir o perecer por las condiciones climatol¨®gicas, no parece una propuesta descabellada. Las reacciones de racismo, consciente o inconsciente, pueden ser mitigadas con discusiones y argumentos. De igual modo, la despenalizaci¨®n del consumo p¨²blico de drogas es un tema lo suficientemente complejo como para decidir cualquier tipo de normativa tras un debate amplio, documentado y, a ser posible, inteligente.
?Qu¨¦ hacer frente al aumento de la delincuencia, la proliferaci¨®n de drogadictos, etc¨¦tera? Las c¨¢rceles son inhumanas: no hay suficientes. Hay que construir m¨¢s. Pero en cada comunidad en que se anuncia la construcci¨®n de una, el pueblo entero, encabezado por los mismos que protestan contra los jueces y piden mano dura con los delincuentes, se une para rechazarla. Que los gitanos, los presos o los rehabilitados por la droga sean atendidos y vivan bien, pero lejos de nosotros. Nos perturban.
Si la moral social suele variar por razones de espacio y de tiempo, la moral individual no siempre corre pareja con la colectiva. Los preservativos destinados a evitar el contagio del SIDA son recomendados en campa?as sanitarias p¨²blicas y pueden comprarse en quioscos, pero no en farmacias. No al menos en Bail¨¦n, donde todas las boticas de la localidad -cincose niegan a venderlos: tienen problemas "morales y religiosos". Hay m¨¦dicos reacios a practicar abortos considerados legales, y jueces que procuran no conceder los permisos; incluso no tramitar divorcios y separaciones. De este pa¨ªs se ha dicho que est¨¢ saturado de abogados: tambi¨¦n de autodidactas.
Todo esto est¨¢ dibujado a diario: una insolidaridad difusa pero persistente, y una quiebra entre los comportamientos privados y p¨²blicos. Frente al temor a lo desconocido -la actitud de los presos, la capacidad de contagio de los portadores del SIDA o las leyendas asumidas en torno a los gitanos-, las administraciones, con sus amplias n¨®minas de asesores y expertos, deber¨ªan elaborar propuestas que no s¨®lo persigan el bien com¨²n, o cuando menos el mayoritario, sino que convenzan a todos los implicados con razonamientos sensatos y comprensibles.
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