La 'perestroika', en un momento crítico
En la primavera y a comienzos de 1988, prácticamente en todos los mítines, demostraciones y discusiones de diferentes grupos, a menudo opuestos, se podía ver retratos de Gorbachov y oír consignas tipo "Hasta el fin con Gorbachov". Después de la crisis ideológica de la perestroika (que siguió a la carta de la profesora de Química de leningrado Nina Andreievría, inspirada por los partidarios del inmovilismo en el aparato central del poder y publicada el 13 de marzo en el periódico Sovietskaya Rossia), la conciencia de las masas identificó la supervivencia de la perestroika con el nombre del secretario general. Para ello había razones de peso.Mientras más fuerte era la resistencia de la mayoría conservadora del aparato, mientras más real parecía la amenaza de un golpe de Estado por parte del bunker (si recurrimos a analogías espa?olas), más crecía el prestigio de Gorbachov como líder del proceso de democratización. El rechazo al bunker, formulado por orden de Gorbachov el 5 de marzo en Pravda, testimoniaba que el aparato del poder estaba dividido en partidarios de reformas socioeconómicas y políticas profundas y en conservadores de diverso grado que estaban asustados por la envergadura y la profundidad del proceso.
Lucha contra el 'bunker'
Por una feliz coincidencia de circunstancias, la lucha del equipo de Gorbachov contra el bunker y la parte conservadora del aparato no sólo tenía el carácter de confrontación de programas políticos sino también de cambio de generación de la elite política del país (utilizamos la palabra generación más en un sentido histórico que fisiológico). Los nuevos hombres en el poder -que hicieron de la modernización de la URSS y de la carrera en pos del líder occidental que aleja su programa- iban radicalizando sus acciones políticas a medida que encontraban mayor resistencia por parte de los tradicionalistas.La ironía de la historia consiste en que la radicalización de los procesos de modernización ocurre, como regla, debido a la gran resistencia del antiguo establishment (Nasser hizo notar en su tiempo que la falta de una fuerte resistencia había arruinado a la revolución egipcia). Este problema no existía para el equipo de Gorbachov: la resistencia realmente era fuerte.La vieja elite política, que garantizaba una continuidad con el régimen anterior, era fuerte, pero estaba históricamente condenada. El abismo entre su cultura política por una parte, y por otra la cambiante realidad social del país y las nuevas estructuras de conciencia social era demasiado profundo. La restauración era y es algo poco probable. El papel real del bunker es otro: contener, frenar, obstaculizar.Mucho más serio es el problema que plantea la principal parte del aparato (de pensamiento conservador, pero formalmente reformadora), que debido a su gran conformismo burocrático nunca actúa abiertamente pero que es capaz de sabotear calladamente y reducir a la nada cualquier reforma. (Precisamente esta masa recibió entusiasmada la carta de Nina Andreievna como una se?al para contraatacar, empezó a reproducirla y a organizar mítines en apoyo de las ideas expresadas en la carta.) También podía haberse dado un golpe de palacio y poner en el nivel superior de la nomenklatura a hombres nuevos con el método de intrigas del aparato, pero para detener el sabotaje de la masa del aparato se necesitaba apoyo desde abajo.
Sólo apoyándose en la opinión pública masiva (en la realidad, en una capa bastante estrecha de intelectuales activos, aparato de base y obreros), el secretario general podía crear en el partido una atmósfera propicia para apartar al bunker de la arena política. De ahí su insistencia en la necesidad de desplegar la iniciativa popular. Durante su visita a Tashkent, en la primavera, Gorbachov directamente dijo que los grupos informales eran una respuesta populár a la arbitrariedad burocrática y la esclerosis del poder local.
El levantamiento de algunas prohibiciones para la actividad social no oficial, la prohibición de represiones policiales directas contra sus activistas: todo esto era no sólo muestra del nuevo pensamiento político sino tambiénde pragamatismo, porque gran parte de estos movimientos, incluidos los nacionales en las repúblicas que integran la URSS, apoyaba la dirección general de las reformas. El nuevo equipo en el poder y el movimiento de masas que se había despertado se necesitaban mutuamente. Sin embargo, dentro de esta simbiosis no todo era armonía.
Monopolio del poder
Por una parte, el nuevo régimen, a medida que se consolidaba, necesitaba cada vez menos del apoyo de la base. Ya en la XIX Conferencia del PCUS (de hecho, un congreso), celebrada en junio, la aplastante mayoría de los primeros secretarios provinciales (que son ya los nuevos hombres) se mostraron dura y claramente contrarios a todo intento, por parte de los movimientos sociales, de romper el monopolio del poder que ostenta el aparato del partido. La eliminación del bunker de la arena política y la concentración del poder en un estrecho círculo de aliados acaecida en el oto?o de 1988 hizo que para los reformistas en el poder losmovimientos de todo tipo (especialmente los más politizados) se transformaran, de apoyo en la lucha contra los conservadores, en un factor desestabilizador.Por otra parte, la ausencia de resultados reales de laperestroika en la mejora del nivel de vida, el aumento encubierto de los precios y la inviolabilidad del monopolio del poder radicalizan los movimientos más diversos, incluido el económico.
Los movimientos se desarrollan de acuerdo con su lógica intema: hay una escala de las exigencias y una agudización de las formas de lucha. Mientras tanto, después de que el poder se concentró en manos de los reformistas, la actividad política de la base ya no es vista como aliada sino más bien como amenaza.
A fines de julio, el Presidium del Soviet Supremo aprobó unos decretos muy severos y antidemocráticos que regulan la organización de manifestaciones y mítines y determinan los poderes de la policía. Con ello las autoridades han adquirido instrumentos legales para controlar la situación en las calles. Los decre tos fueron puestos a prueba en agosto-octubre, en la dispersiónde mítines no autorizados en Moscú, Lvov y Kiev, donde destacamentos especiales antidisturbios actuaron con injustificada dureza. Los intentos de organizar una amplia campa?a contra ellos no tuvieron éxito, y los decretos fueron ratificados en la sesión de octubre del Soviet Supremo. En contra sólo votó la delegación de Estonia. A principios de noviembre, el secretario general declaró en un encuentro con jóvenes que "la etapa de mítines de la perestroika ha terminado".
Ahora uno ya no ve retratos del secretario general ni consignas "Hasta el fin con Gorbachov" en los mítines espontáneos. El frente formado por la cúpula y los movimientos politizados se ha deshecho.
Tendencias centrífugas
Ya cuando la perestroika estaba en ascenso, el poder central reaccionó con animosidad a las demostraciones de los tártaros de Crimea y luego a las de las poblaciones de las repúblicas del Báltico en el verano de 1987. Sin embargo, parecía que la aprobación de una nueva tecnología política permitiría encontrar un nuevo modus vivendi con los pueblos que ahora viven la primavera de su renacimiento nacional. Todo dependía del nuevo proyecto político que adoptara la nueva dirección: un avance hacia un federalismo real entre las repúblicas soviéticas o hacia un Estado centralista unitario. La tradición política rusa empujaba a la nueva dirección hacia el segundo camino. Los agudísimos conflictos nacionales en la Transcaucasia y el Báltico ponían en peligro la existencia misma de la Unión. Había que arriesgarse y ventilar la delicada cuestión de las relaciones entre las nacionalidades, pero esto era interpretado por los reformistas como una distracción de la labor creadora, como un obstáculo a su programa de reformas.Los movimientos nacionales difícilmente se resignarán, especialmente en el Báltico, donde cuentan con una fuerte estructura legalizada representada por los Frentes Populares masivos y el apoyo de una importante parte del aparato del partido local. La perspectiva de una crisis constitucional, que fácilmnete puede convertirse en crisis nacional-estatal, es muy probable.
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