La vigencia de 'Bodas de sangre'

Jos¨¦ Antonio, el director del Ballet Nacional de Espa?a desde hace dos a?os, ha invitado a Antonio Gades -que fue su primer director- a cerrar el programa conmemorativo del d¨¦cimo aniversario de la compa?¨ªa reponiendo su ballet Bodas de sangre, estrenado en el primer programa en 1978. El gesto es digno de aplauso no s¨®lo por lo ins¨®lito sino porque marca un precedente de recuperaci¨®n del repertorio.

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El regocijo es doble al poder comprobar adem¨¢s la vigencia del que es posiblemente el mejor ballet de Antonio Gades y una de las obras maestras de la danza- teatro espa?ola. Visto con la perspectiva de una d¨¦cada, Bodas de sangre resulta admirable, ante todo por la econom¨ªa de medios con que consigue desarrollar el relato, reduciendo m¨²sica, decorados, vestuario y coreograf¨ªa a las estrictas necesidades de ambieritaci¨®n, caracterizaci¨®n y desarrollo del dram¨®n lorquiano.Esta austeridad casi espartana favorece el sentido de inevitabilidad -esencial a la representaci¨®n de cualquier tragedia- y hace recaer el peso de la obra sobre la coreograf¨ªa, que es sencilla, l¨®gica, eficaz y a¨²n hace sitio para algunos momentos brillantes, como el celebrado d¨²o de la lucha a navaja entre los dos rivales, inierpretados por Jos¨¦ Antonio (el novio) y Gades (Leonardo): ante la verdad final de la muerte pr¨®xima, el tiempo se suspende y lo que en la realidad ser¨ªa una fracci¨®n de segundo decisiva se magnifica po¨¦ticamente en unos subyugantes minutos en que la lucha se desarrolla a c¨¢mara lenta y en silencio.

La primera parte del programa est¨¢ compuesta por coreograf¨ªas de Jos¨¦ Antonio y Jos¨¦ Granero. El Fandango de Soler, de Jos¨¦ Antonio, quiere ser un ballet actual con sabor dicciochesco. No le sale porque Jos¨¦ Antonio, como tantos core¨®grafos espa?oles actuales, est¨¢ engolfado en el estilo aflamencado m¨¢s superficial y, por m¨¢s que trate de apuntar detalles de escuela antigua ¨¦stos quedan sumergidos en el machaqueo del zapateado flamenco y en el dise?o coreogr¨¢fico espacial de revista, que juntos producen un barullo estil¨ªstico que deshace toda posible gracia y que no se puede bailar bien.

La Alborada del gracioso -un solo de lucimiento para Jos¨¦ Antonio- y el Bolero son dos piezas que Granero hizo en 1982 para un programa especial del Ballet Espa?ol de Madrid en homenaje a Maurice Ravel. Sigue sin funcionar, esta vez porque opta por el gran espect¨¢culo, muy alejado de la letra y el esp¨ªritu de Ravel. Todas las versiones logradas del Bolero respetan la unidad esencial de la obra, su desarrollo en c¨ªrculos conc¨¦ntricos, la labor¨ªosa progresion hasta un cl¨ªmax llevado por un ritmo obsesivo: justo lo opuesto del despliegue de vistosidad -a pesar de todo, barata- de las entradas y salidas que rompen el sentido de progresi¨®n y de las arbitrarias y reiterativas patadas en el suelo que son el ketchup de los core¨®grafos espa?oles -se echan encima de todo para que parezca que lo ins¨ªpido tiene alg¨²n sabor.