La ciudad colapsada
LAS GRANDES ciudades est¨¢n colapsadas. Ni sus accesos han sido atendidos en los plazos requeridos por una planificaci¨®n cabal, ni las v¨ªas urbanas resisten ya la circulaci¨®n de veh¨ªculos. Recorrer el trayecto diario de casa al trabajo, y viceversa, ha convertido en dantesca realidad las previsiones m¨¢s pesimistas de hace 50 a?os. Las conquistas en la reducci¨®n de la jornada laboral han quedado m¨¢s que anuladas por los plazos que se consumen en el transporte, y el tiempo de tensi¨®n y estr¨¦s incrementa en dosis incalculables el desgaste f¨ªsico y psicol¨®gico que se entrega al trabajo. No ser¨ªa por ello un extrav¨ªo asegurar que los salarios reales han disminuido. Y ello sin contar el desembolso suplementario, en econom¨ªa y consumo ecol¨®gico, que conllevan los embotellamientos.Las grandes urbes, no s¨®lo las espa?olas, han seguido un ciclo que ha transformado su fisonom¨ªa en los ¨²ltimos 15 a?os. Las concepciones urban¨ªsticas que primaron la conservaci¨®n y restauraci¨®n de zonas con valor hist¨®rico han vigorizado la vida comercial y de ocio en puntos c¨¦ntricos de la ciudad y los ha convertido en polos de atracci¨®n -y especulaci¨®n- para ser habitadas y visitadas. Con ello, una parte de las zonas envejecidas ha quedado saneada, pero otras, todav¨ªa sin atender y v¨ªctimas de un fuerte deterioro urban¨ªstico, se han convertido, favorecidas por el aumento de la marginaci¨®n juvenil, en zocos para el tr¨¢fico de drogas y la delincuencia, ¨¢mbitos de una crisis ciudadana que se expresa en sus m¨¢s vivos signos.
La crisis econ¨®mica, y en particular el aumento del precio de los carburantes, vinieron a aliviar -a falta de previsiones de los gobernantes- muchos de los problemas de congesti¨®n que ya se divisaban a finales de los a?os sesenta. Las voces que por entonces clamaban por la penalizaci¨®n del transporte privado en beneficio del colectivo y la necesidad de una profunda reforma urban¨ªstica -tanto por razones funcionales como sociales- quedaron poco a poco silenciadas por la autorregulaci¨®n que supuso el descenso en la matriculaci¨®n de veh¨ªculos y los obligados recortes en los presupuestos p¨²blicos. Y medidas disuasorias contra el uso del autom¨®vil, proyectos de aparcamiento a la entrada de las ciudades, desarrollo del transporte p¨²blico subterr¨¢neo y de superficie, creaci¨®n de mejores accesos, estaciones de conmutaci¨®n de transportes, etc¨¦tera, quedaron sin atender.
Han bastado cuatro a?os de crecimiento econ¨®mico sostenido, junto a un importante descenso del precio de las gasolinas, para que el aumento de la movilidad y la multiplicaci¨®n del parque automovil¨ªstico convierta el problema del tr¨¢fico en una sevicia. No s¨®lo se trata de una disfunci¨®n econ¨®mica con costes formidables, sino que la vida urbana, que gracias a la recuperaci¨®n de entornos y edificios hab¨ªa ganado en atractivos, vuelve hoy a deteriorarse. El presidente del Gobierno ha anunciado un esfuerzo financiero extraordinario para solucionar los problemas de Madrid y hay proyectos de reformas en marcha para Barcelona y Sevilla. Todo ello en la perspectiva de los acontecimientos internacionales que van a tener lugar en dichas ciudades en 1992. Pero no se agota ah¨ª el censo de los problemas urbanos. Valencia, Bilbao, Zaragoza, otras capitales y ciudades superiores a los 200.000 habitantes sufren parecidos conflictos a los de las mayores urbes. Se tratar¨ªa, pues, de extender la filosof¨ªa a favor del transporte colectivo y de infraestructuras a la totalidad de los n¨²cleos que lo demandan y haci¨¦ndolo con la inexcusable ambici¨®n de que los proyectos no queden obsoletos, como viene siendo costumbre, un momento despu¨¦s de cortar la cinta.
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