Lecturas del milenario
En el acto de apertura del llamado milenario de Catalu?a (988-1988), el presidente de la Generalitat sorprendi¨® a los oyentes, al final de su alegato ante el Rey, con la descontextuada afirmaci¨®n de que tal efem¨¦ride militar habr¨ªa de ser operativa. Todo parec¨ªa ligeramente borroso y desenfocado en aquella ocasi¨®n. Presid¨ªa el Rey constitucional la conmemoraci¨®n de un supuesto acto pol¨ªtico de un conde franco de la casa de Barcelona, como heredero, se hubiera de suponer, de un t¨ªtulo de soberan¨ªa, el de conde de Barcelona, ¨²nico que todav¨ªa no ha asumido de entre los t¨ªtulos din¨¢sticos que le corresponden, porque fue el que se reserv¨® su padre, don Juan de Borb¨®n, jefe de la casa, en el acto de transmisi¨®n de los t¨ªtulos hereditarios de la Corona. Se trataba de celebrar el milenario del quebranto del vasallaje al Rex Francorum et Romanorum Hugo Capeto por parte del conde Borrell II, Comes et Marchio Barchirionensis, quien habr¨ªa fundado as¨ª una independencia pol¨ªtica y una legitimidad din¨¢stica que, casualmente, llegar¨ªa hoy hasta don Juan de Borb¨®n, conde de Barcelona, que no estaba presente ni expresamente representado. Pretend¨ªa ser el milenario de la identidad pol¨ªtica de Catalu?a y de los catalanes, pero las fronteras feudales y administrativas del condado y de la Marca Franca no hab¨ªan cambiado desde el repliegue de Almanzor en el verano de 985 y no rebasaban la l¨ªnea del Llobregat. Aquel a?o, el del saqueo y destrucci¨®n de la ciudad por el caudillo califa, no hab¨ªa sido Borrell el defensor de la peque?a y amurallada capital todav¨ªa hispanorromana y de sus pagos adyacentes, sino que lo fue el vizconde Udalardus, preso por los infieles, y los condados segu¨ªan dependiendo de la silla archiepiscopal de Narbona y qui¨¦n sabe si del fantasmag¨®rico ducado de Gothia. Por otra parte, no sabemos d¨®nde resid¨ªa Borrell en 988. A?os m¨¢s tarde datar¨ªa su testamento en un a?o de la era real de Hugo Capeto. Muy poco ten¨ªan que ver las decisiones y los olvidos pol¨ªticos y feudales de Borrell II con la futura Catalu?a territorial y repoblada que completar¨ªa Ram¨®n Berenguer IV, ya pr¨ªncipe de Arag¨®n, m¨¢s que mediado el siglo XII. Entre tanto, los condes de Barcelona seguir¨ªan legislando con doble voz a los francos y a los hispanos de su Terra Nostra, siempre en lat¨ªn carolingio y sobre el sello de soberan¨ªa de aquella Marca desde hac¨ªa ya mucho tiempo de v¨ªnculos relajados con la corona. Como titulares, seg¨²n lo eran por familia desde Wifredo el Velloso (Gifr¨¦ el Pil¨®s; Wifredus, en realidad), en el esplendor de Carlomagno. En el encabezamiento de los antiguos Usatges (Vsatica, todav¨ªa), exceptiones legum romanorum, Ram¨®n Berenguer el Viejo es nombrado Vetus Comes Raymundus Berengarii Marchio Barchinonensis adque subjugator Hispaniae. Pero esa Hispania conquistada se reduce todav¨ªa al Pened¨¦s y a una zona imprecisa de la Catalu?a central sembrada de castillos aislados, seg¨²n lo que sabemos Las expediciones de corso y castigo a Andaluc¨ªa, pasando por la actual Catalunya Nova, se segu¨ªan llamando expediciones a Hispania, y los ¨¢rabes segu¨ªan llam¨¢ndonos francos (ifrany). Resulta, pues, muy dif¨ªcil hablar del milenario pol¨ªtico de Catalu?a a prop¨®sito de un dudoso acto de insubordinaci¨®n feudal del conde Ram¨®n Borrell precisamente en el a?o 988. Tal vez alg¨²n Ram¨®n Berenguer hablase con alg¨²n Ordo?o de Le¨®n de igual a igual respecto a las pretensiones sobre la Hispania poscalifal, pero no sabemos cu¨¢ndo. El milenario es impreciso, y situar en ¨¦l el nacimiento de una incierta Catalu?a independiente de los reyes francos parece exagerado. Tal vez de facto eso hab¨ªa ocurrido antes, quiz¨¢ bastante antes. Pero no estuvo claro hasta mucho despu¨¦s, y, en cualquier caso, tal cosa no afectaba todav¨ªa a las ra¨ªces de la mayor¨ªa de los futuros catalanes. Lo que por supuesto no desvirt¨²a del todo la efem¨¦ride, pero la reduce a lo puramente simb¨®lico.El presidente de la Generalitat no parece creerlo as¨ª y piensa que el milenario debe ser operativo, seg¨²n ya dijo, en todo el territorio de la Catalu?a moderna. Por eso debe haber bautizado Pont del Milenari a un a importante obra de ingeniero sobre el r¨ªo Ebro en la ciudad de Tortosa. En la vieja Dertusa hispanorromana, que debe estar, en cambio, rondando el bimilenario de su fundaci¨®n o por lo menos de su municipalizaci¨®n. Por el contrario, la Tortosa hispano¨¢rabe no se rindi¨® a las armas catalanas y templarias de Ram¨®n Berenguer IV hasta 1148, casi al mismo tiempo que el reino de L¨¦rida e inmediatamente antes que el Bajo Arag¨®n, que no pudo incorporar a Catalu?a por razones feudales, por la naturaleza de sus soldados y porque ya hab¨ªa andado por ah¨ª Alfonso el Batallador, de quien ya era abanderado su hijo el infante Alfons.
Tal vez resulte sensato reconsiderar que Catalu?a celebra en 1988 la independencia formal de un poder din¨¢stico que a lo largo del siglo XI se consolidar¨ªa como legitimidad de un Estado que alcanzar¨ªa sus fronteras hist¨®ricas a mediados del siglo siguiente, pero eso no ten¨ªa nada que ver en las postrimer¨ªas del siglo X con la etnia, la cultura, el derecho y la religi¨®n; con la naci¨®n, en suma. Mucho menos con la lengua, columna vertebral del nacionalismo moderno. No deja de ser curioso que, invirtiendo la l¨®gica de sus razones, el nacionalismo moderno priorice ahora un vago concepto de Estado a la idea de naci¨®n en la que se basan todas sus reivindicaciones. Yo creo que habr¨ªa que esperar al milenario de Berenguer el Grande, o a la recristianizaci¨®n de la Tarraconense, y a cuando se pueda suponer que los francos y los hispanos de ese territorio comunicaban en romance, cualquiera que fuese. La Catalu?a en lat¨ªn balbuciente de feudales godos y de emires se parece menos a la Catalu?a moderna que la provincia romana. Que el mundo iberorromano que permanec¨ªa aqu¨ª sobre sus ruinas en el siglo X. Pau Verri¨¦ sugiere en un art¨ªculo reciente la puntualidad casi exacta, a lo largo de este lustro que viene, del bimilenario de la fundaci¨®n o la municipalizaci¨®n de las ciudades y colonias augusteas en el territorio de la moderna Catalu?a. El bimilenario de Barcelona, por ejemplo, lo que tal vez no parezca oportuno a los modernos nacionalistas del partido del presidente Pujol. Pero esto resultar¨ªa m¨¢s serio y seguro que la conmemoraci¨®n militar de las aventuras feudales del conde Ram¨®n Borrell. Incluso desde el punto de vista ¨¦tnico gentilicio y de la tradici¨®n cultural de la mayor¨ªa de los viejos catalanes que no lucen apellidos godos.
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