M¨¢s ruido que nueces
La poco original, pero amparada por las s¨®lidas tradiciones del cine b¨¦lico norteamericano, aventura guerrera que cuenta esta pel¨ªcula podr¨ªa haber ganado unos gramos de inter¨¦s con s¨®lo haber identificado m¨¢s sagazmente el marco pol¨ªtico en que transcurre: la ocupaci¨®n de Afganist¨¢n por el Ej¨¦rcito sovi¨¦tico y la lucha contra ¨¦ste de los guerrilleros muyahidin.Aparte de unas pocas frases pol¨ªticas metidas con embudo en la acci¨®n, esta "bestia de la guerra" lo podr¨ªa ser de cualquier guerra, pero tambi¨¦n, al faltarle al filme ejemplaridad y capacidad para enunciar cuestiones universales, de ninguna.
No hay en el filme accesos por los que el espectador alcance un punto de identificaci¨®n con lo que le cuentan, y por ello la historia deja sobre el polvo de la pantalla un rastro de pelea entre marcianos con nombre ruso y comportamiento extragal¨¢ctico.
La bestia de la guerra
Direcci¨®n: Kevin Reynolds. Gui¨®n: William Mastrosimone, basado en su propia novela. M¨²sica: Mark Isham. Producci¨®n: John Fielder, para la Columbia Pictures. Estados Unidos, 1988. Int¨¦rpretes: George Dzundza, Jason Patric, Steven Bauer. Estreno en Madrid: Cinema Paz, Carlton, Real Cinema.
El dise?o de la aventura -el itinerario de una patrulla acosada en el desierto, arquet¨ªpica del cine b¨¦lico tradicional y del western- se atiene a los c¨¢nones, incluidos los m¨¢s cercanos al t¨®pico, e incluido el preceptivo duelo final entre los dos protagonistas, el bueno y el malo, ambos de solemn¨ªdad y ambos rusos, para que quede claro que el filme no es maniqueo y que sus autores piensan que hay rusos genocidas y rusos buenos chicos.
Pero la generosidad del filme acaba ah¨ª. Su abuso de estridencias sonoras resultonas, de engolamiento en tomas y montaje, de sus toneladas de salsa de tomate y de su aparato de fuegos artificiales discurre sobre un tiempo de aventura mal distribuido, arr¨ªtmico, y sobre un escenario repetitivo.
El filme se sigue bien hasta mediado el metraje, pero en la parte final se estanca y naufraga en su propio mar de arena. Se puede ver, o puede dejar de verse. Es lo mismo.
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