La locomotora Thatcher cumple 10 a?os
Los m¨¢s optimistas pronostican que la alternativa a la revoluci¨®n conservadora tendr¨¢ su oportunidad en el pr¨®ximo milenio
Margaret Thatcher est¨¢ acostumbrada a imponer su criterio sin encontrar resistencia y sin parar en mientes. Desde que la guerra de las Malvinas le brind¨® la oportunidad de plantarse firme, nada ni nadie le ha hecho sombra en casa. Por eso fue llamativo verla tras la entrevista que mantuvo con el primer ministro belga, Wilfried Martens, en la cumbre europea de Rodas, con motivo de la extradici¨®n de un presunto miembro del IRA. Aquello fue un encontronazo del que ella sali¨® rebotada, con la respiraci¨®n cortada y sin poder contener su ira y frustraci¨®n. Esa imagen no se recordaba en la verde Albi¨®n.En el Reino Unido nadie cree que haya modo de desalojar a Thatcher de Downing Street. S¨®lo los m¨¢s voluntaristas, por obligaci¨®n, miembros del Partido Laborista acarician esa posibilidad, aunque en Westminster es perceptible la depresi¨®n que reina en sus filas. Incluso quienes trabajan por una alternativa al actual estado de cosas no pueden por menos de mirar al otro lado del canal de la Mancha para decir que "en Francia los socialistas volvieron al poder al cabo de 25 a?os", como dice Tessa Blackstone, n-miembro de la C¨¢mara de los Lores y catalizadora del reci¨¦n creado Institute for Public Policy Research, un centro de estudios nacido para "decir lo que queramos y pensar lo impensable", y ofrec¨¦rselo como alimento intelectual y program¨¢tico al Partido Laborista.
El margen apuntado por Blackstone coloca a los hoy seguidores de Nefl Kinnock en el a?o 2014. Puede que sea fiarlo demasiado lejos, pero en la Prensa, en la Universidad, en los centros de prospectiva y en el propio Parlamento es un lugar com¨²n el o¨ªr que los laboristas no pueden ganar las pr¨®ximas elecciones en 1991 o 1992, y que su tarea ser¨¢ a¨²n m¨¢s cuesta arriba despu¨¦s, cuando la redistribuci¨®n de las circunscripciones electorales por razones de poblaci¨®n a?ada unos 20 esca?os a las zonas de mayor¨ªa conserva dora en detrimento de las que vo tan a la izquierda.
Hipoteca sindical
El Partido Laborista se encuentra con problemas estructurales, internos y externos, que constituyen aut¨¦nticas trabas a su vocaci¨®n de poder, sobre la que tambi¨¦n se airean dudas. Los estatutos del partido no son asimilables a una sociedad capitalista posindustrial -con su compromiso en favor de "la propiedad com¨²n de los medios de producci¨®n, distribuci¨®n e intercambio", seg¨²n la conflictiva cl¨¢usula 4-, y en el seno del grupo, los sindicatos constituyen una fuerte hipoteca, como se vio en el ¨²ltimo congreso de Blackpool, cuando dieron luz verde a Kinnock para que estudiara nuevas pol¨ªticas 24 horas antes de negarle los medios de llevarlas adelante. "La cuesti¨®n de los sindicatos es algo que hay que abordar", apunta Blackstone. "Tienen que ceder algo de poder para que el laborismo llegue al Gobierno".
Al contrario que el Partido Conservador, el Laborista tiene una larga tradici¨®n de indisciplina, y su l¨ªder ha de dedicar ahora tanto o m¨¢s tiempo a mantener unidos a los distintos componentes del partido como a perfilar las respuestas al thatcherismo. Las disputas, que deber¨ªan ser internas, se libran en la. calle, y las dimisiones y espantadas no pueden por menos de atraer la atenci¨®n del elector, ante el que tales espect¨¢culos acent¨²an el estereotipo de la consustancial fragmentaci¨®n laborista. "Tenemos un problema de imagen que procede de principios de esta d¨¦cada", se?ala Blackstone. "De un partido dividido, con una extrema izquierda, y de un partido controlado por los sindicatos. El debate y los ataques son p¨²blicos, y eso se tiene que acabar. De hecho ya est¨¢n cambiando las cosas". Y al poco de pronunciar estas palabras, dos destacados portavoces laboristas dimiten, en desacuerdo con las directrices dadas para una votaci¨®n parlamentaria.
El otro elemento que dificulta la marcha laborista est¨¢ fuera del partido, y es el hecho de que el mensaje laborista est¨¢ dirigido a un elector y a unas zonas geogr¨¢ficas que cada vez tienen menos trascendencia. El sector manufacturero tradicional ha sido desplazado por la econom¨ªa de servicios, y con ello se ha reducido el n¨²mero de electores en ¨¢reas hist¨®ricamente laboristas. Kinnock instituy¨® hace un a?o largo siete corr¨²siones de estudio para buscar nuevas respuestas pol¨ªticas a la nueva situaci¨®n. El trabajo no estar¨¢ terminado hasta septiembre, pero los resultados producidos hasta ahora no son arrebatadoramente atractivos. Se quiere desde mostrar competencia en la gesti¨®n econ¨®mica a perfilar una pol¨ªtica de defensa que no descarte ni el multilateralismo ni el bilateralismo ni el unilateralismo en la cuesti¨®n nuclear.
"Yo apoyo al Partido Laborista y apoyo inequ¨ªvocamente al l¨ªder del Partido Laborista", dice Ron Todd, l¨ªder del principal de los sindicatos afiliados al laborismo y el hombre que fren¨® en seco a Kinnock en Blackpool. "Pero creo que estamos destruyendo las mismas cosas sobre las que est¨¢ construido el partido". Para Ralf Dahrendorf, decano del Saint Anthony's College, de Oxford, soci¨®logo y polit¨®logo, "uno de los problemas del Partido Laborista es que rr¨²ra continuamente a su historia y no se da cuenta de que el mundo a su alrededor ha cambiado y que si se sigue moviendo a esa velocidad nunca va a dar soluciones a los problemas de la gente de hoy". Seg¨²n Dalirendorf, ide¨®logo liberal germano y angl¨®filo cr¨ªtico, "ese conflicto es uno que el Partido Laborista no sabe c¨®mo abordar". Stuart Hall, soci¨®logo marxista, cree que "la izquierda no est¨¢ convencida de que no puede continuar por el viejo carnino".
Y sin embargo hay elementos en que basar un rechazo de los aspectos m¨¢s crudos del thatcherismo. "Puede que haya que hacer una elecci¨®n entre valores econ¨®micos y valores sociales y que haya que hacer sacrificios", comenta Dahrendorf. "Thatcher dice que hay que hacer sacrificios en aras del avance econ¨®mico". Son sacrificos sociales que a la pr¨ªmera ministra le han obligado a o¨ªr cr¨ªticas llegadas desde la Iglesia y desde otros sectores. El decano de Saint Anthony's se?ala la existencia de "una minor¨ªa de la poblaci¨®n en posici¨®n muy dif¨ªcil". Para Blackstone, Thatcher "es la persona m¨¢s ideologizada que hemos tenido desde hace mucho tiempo" en Downing Street. "Es peligroso dirigir al pa¨ªs sobre el dogma, y eso es lo que ella hace".
Los mismos conservadores -felices con los recortes inferidos por Thatcher al potencial sindical, que han llevado la afiliaci¨®n de los 12 a los 9 millones, y con las pol¨ªticas pnvatizadoras, que han reducido la n¨®mina en empresas estatales del 9% a menos del 5%, entre otros grandes proyectos de la primera ministra- no est¨¢n de acuerdo en todo con ella, en particular los que mantienen una idea patemafista del Partido Conservador. "La ¨²nica oposici¨®n efectiva al Gobierno son sus propios parlamentarios", en palabras de Peter Jenkins, analista de The Independent. Ello presenta, para la oposici¨®n, una doble circunstancia negativa. "Lo m¨¢s conveniente ser¨ªa que el Partido Laborista intentara pasar inadvertido e instigara la rebeli¨®n. Pero eso arrojar¨ªa luz sobre la propia impotencia laborista. Si, por otra parte, la oposici¨®n censura a la primera miniltra, entonces los tories cerrar¨¢n filas en tomo a ella. Es una situaci¨®n perdedora en ambos casos". Y en el primero de ellos, muy arriesgada para los propios parlamentarios-, como dice Dahrendorf y se acaba de demostrar con un par de depuraciones estos d¨ªas: "Con los enormes poderes de la primera ministra, quienes votan contra el Gobiemo pueden temer el quedarse sin ning¨²n futuro pol¨ªtico".
Thatcher ya ha anunciado que se piensa presentar a las pr¨®ximas elecciones y ha decl irado que no ve en baraja pol¨ªtica quien le pueda suceder. "Alg¨²n d¨ªa aparecer¨¢ la persona que pueda hacerlo mejor que yo. Y siempre estoy atenta a ello. Pero espero presentarme a la reelecci¨®n y gana", dec¨ªa hace unos meses. No hay oposici¨®n digna de tal nombre - los dos partidos del centro, los Dem¨®cratas y el Social Dem¨®crata, son una sombra en el sisterr a mayoritario brit¨¢nico-, y as¨ª resulta casi inevitable que ella se comporte como una reina, una reina aut¨®crata a ojos de quienes est¨¢n preocupados por las libertades.
Una dictadura electiva
Un reciente manifiesto suscrito por destacados inielectuales denuncia esta situaci¨®n. "Sandeces", respondi¨® Thatcher cuando EL PA?S le plante¨®, en v¨ªsperas de su llegada a Espa?a, un estado de opini¨®n que acaba le cuajar en la proclama Carta 88. Escritores, penodistas, cineastas, actores, cient¨ªficos y un obispo, entre otras personalidades con poyecci¨®n p¨²blica, hablan en ella de "lo vulnerable que el Reino Unido ha sido a una dictadura electiva". Los signatarios dicen que "el Gobierno ha mermado importantes libertades civiles" como la de h¨¢beas corpus, informaci¨®n, expre si¨®n y de movimientos, y exigen un nuevo sistema constitucional que ponga fin al espejismo de la libertad. "Hemos tenido menos libertad de la que cre¨ªamos, la que hemos gozado ha dependido de la benevolencia de nuestros gobemantes".
Lo que proponen los firmantes -Martin Amis, Julian Barnes, Peter Gabriel, Glenda Jackson, Ralph Milliband, Harold Pinter y Salman Rushdie, entre los m¨¢s conoc¨ªdos en Espa?a- es la redacci¨®n formal de una Constituci¨®n -de la que el Reino Unido, que segu¨ªa por leyes y normas consuetudinarias, carece-, la asunci¨®n de una Carta de Derechos y la reforma del sistema electoral y de la C¨¢mara Alta, por no ser exhaustivo. Las primeras reacciones p¨²blicas ante la Carta 88 han oscilado entre la frialdad y el desprecio.
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