Prisioneros de la 'intifada'
La poblaci¨®n en los territorios ocupados, pendiente de los soldados israel¨ªes y los j¨®venes palestinos
A las cuatro de la madrugada, los habitantes de Silwan, un gran campo palestino, con unas 30.000 almas, que est¨¢ integrado en el municipio de Jerusal¨¦n, se despertaron sobresaltados por una voz met¨¢lica procedente de los altavoces: "Toque de queda. Nadie se mueva. Que nadie est¨¦ en las calles. Nadie en las ventanas. De lo contrario se disparar¨¢".
ENVIADO ESPECIAL
Los jeeps de la polic¨ªa y la guardia fronteriza recorren lentamente las callejuelas de Silwan y all¨¢ van los hombres de la guardia fronteriza, una unidad especial de la polic¨ªa, la m¨¢s dura, que se rige por el siguiente lema: "Primero golpeas y luego preguntas".Los habitantes del campo siguen llamando a Silwan "nuestro pueblo", aunque no hay tierras que cultivar y sus habitantes trabajan en Jerusal¨¦n. "Despu¨¦s de 1967, la mayor parte de nuestra tierra fue confiscada por Israel", dice Mohamed Sirhan, un anciano respetable, que conoci¨® la ocupaci¨®n jordana y, con anterioridad, el mandato brit¨¢nico de 1918a 1948.
Con sumo coraje describe al Silwan de hoy en d¨ªa como "el mayor pueblo de Palestina", con sus 540 hect¨¢reas. Este "pueblo" tiene ocho escuelas primarias, cuatro guarder¨ªas, cinco mezquitas, dos clubes deportivos, cuatro enfermer¨ªas y una sociedad caritativa. "Tenemos adem¨¢s cinco dep¨®sitos de agua potable y el pueblo se divide en 17 barrios y cada uno de ellos tiene su propio nombre", a?ade Sirhan, henchido de orgullo. Ense?a un mapa de Silwan, ilustrado con una gran ¨¢guila, el verdadero s¨ªmbolo del pueblo. Desde su centro, cuyas casas ocupan el valle y las pendientes de dos colinas, se puede ver por un lado las c¨²pulas de las mezquitas de Omar y de El-Aksa y por el otro el b¨ªblico Monte de los Olivos.
Despu¨¦s de 24 horas de toque de queda, la polic¨ªa concedi¨® a los habitantes una hora de libertad para aprovisionarse de v¨ªveres, seg¨²n relata un abogado palestino que habita en Silwan. Al d¨ªa siguiente obtuvieron dos horas para poder asistir a los funerales de un hombre que falleci¨® la noche anterior. "?Le mataron las balas israel¨ªes?", le preguntamos. "No, no. Muri¨® de enfermedad", responde el abogado, padre de cuatro ni?os, el menor de cinco a?os.
"?Ellos nos imponen el toque de queda? Est¨¢n en su derecho.
?Detienen a los j¨®venes que les tiran piedras? Tambi¨¦n est¨¢n en su derecho. Pero, ?por qu¨¦ insultarnos, humillarnos, demolir nuestros calefactores solares? ?Por qu¨¦ golpear salvajemente a nuestro hermanos, a nuestros hijos, a nuestros vecinos? ?Por qu¨¦?", repite el abogado.
Malos vecinos
?l cuenta c¨®mo fue testigo de la detenci¨®n de tres j¨®venes que habitan una casa vecina a la suya. "Les vendaron los ojos y les ataron las manos detr¨¢s de la espalda. Luego ellos [los polic¨ªas] comenzaron a golpear a pu?etazos y con porras a un chaval de 17 a?os. El muchacho imploraba: '?Basta, basta, os dir¨¦ todo lo que quer¨¦is saber!'. 'Eres un mentiroso', le dijo un polic¨ªa, y los golpes arreciaron.La pregunta al abogado es si resulta verdad que decenas de j¨®venes palestinos han sido golpeados y detenidos para lograr una confesi¨®n. "Es posible. No s¨¦ nada m¨¢s. S¨®lo cuento lo que vieron mis ojos. Yo soy abogado, y, mientras se cebaban con ese pobre muchacho de 17 a?os, mi hijo peque?o lo ve¨ªa desde la ventana. Yo no me di cuenta, pero estaba temblando de miedo. '?Pap¨¢, los que golpean son jud¨ªos?', dijo. 'S¨ª', le contest¨¦, y a?ad¨ª: 'Pero los jud¨ªos son nuestros vecinos, debemos vivir en paz y buena armon¨ªa con nuestros vecinos'. 'No, pap¨¢', me contest¨® despu¨¦s de mirarme fijamente: 'Con gentes como ¨¦sas es imposible vivir como vecinos".
Nuestro interlocutor es Ismael Onizan y su familia es originaria de Arabia Saud¨ª, desde donde los ¨¢rabes se extendieron a otras partes del mundo. "Mis antepasados llegaron a Palestina hace m¨¢s de mil a?os. Ahora mi hermano trabaja en la polic¨ªa y por eso, creo yo, se ha respetado nuestra casa. Nadie ha venido a interrogarnos".
El enemigo son los chavales entre 12 y 20 a?os. "Llevo a mis hijos a la escuela todas las ma?anas", cuenta Raduan, padre de tres muchachos, de 13, 11 y 7 a?os. "La escuela de los m¨¢s peque?os est¨¢ cerca de casa. Cada d¨ªa que telefoneo a mi mujer tiemblo pensando si mi hija habr¨¢ regresado sana y salva. Los ni?os desconocen el miedo, pero los soldados tiene el gatillo f¨¢cil. Por eso vivo aterrorizado".
Pregunta el periodista: "?Por qu¨¦ no se proh¨ªbe formalmente a sus hijos que est¨¦n en la calle despu¨¦s de la escuela y que lancen piedras, si nos atenemos a la tradicional sociedad patriarcal ¨¢rabe, donde por costumbre la voluntad del padre es indiscutible?". Raduan responde con gesto apenado. "Eso es verdad. O era verdad hasta hace poco, hasta la intifada. Hoy nuestros hijos nos miran sorprendidos y hasta con desconfianza e, incluso, con menosprecio cuando les decirnos no hag¨¢is esto o aquello, porque tengo miedo por vosotros. Respetan nuestra autoridad, salvo en lo que se refiere a la intifada. Estos chavales son la intifada y nosotros somos sus prisioneros".
Confusi¨®n
En Silwan, sus habitantes permanecen confusos. Forma parte del municipio de Jerusal¨¦n y, por tanto, no puede ser considerado territorio bajo ocupaci¨®n militar, de modo que el pueblo no es vigilado por el Ej¨¦rcito israel¨ª, Tsahal, sino por la polic¨ªa. De lo contrario hubiera habido muertos desde hace mucho tiempo.Teddy Kollek, alcalde de Jerusal¨¦n, solicit¨® a los mujtars (l¨ªderes religiosos) de Silwan que utilizasen su influencia para impedir a los cr¨ªos que lanzaran piedras. "Cuiden que sus hijos permanezcan en casa despu¨¦s de la escuela", demand¨® el alcalde. La respuesta de los mujtars fue la siguiente: "Cuide usted que sus soldados vestidos de verde (uniforme de los guardias fronterizos) abandonen el pueblo y no busquen complicaciones con nuestros hijos". Kollek se encogi¨® de hombros y se march¨®.
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