Beppo
El domingo 5 de febrero ha muerto en Madrid, a los 90 a?os, una londinense de naci¨®n llamada Freda Clarence Lamb en el mundo de los impresos reintegrados y los pasaportes en regla. A la misma hora, su doble, Beppo Abdul Wahab, andalus¨ª de vocaci¨®n, se escapaba del tiempo despu¨¦s de haberlo disfrutado durante varios siglos. Magistral dibujante, deliciosa pintora, Beppo era una anarquista feudal de curiosidad renacentista que esgrim¨ªa su verbo como el capit¨¢n Contreras su espada y usaba sus pinceles como una viajera del Siglo de las Luces. Mujer aristada de ternuras, implacable en su fragilidad, no consinti¨® que la contaminara el morbo rom¨¢ntico de nuestro siglo XIX bis. Supo curarse en salud leyendo a Horacio, Virgilio, Montaigne, Cervantes, el duque de Saint-Simon, Boswell y Samuel Johnson. Y desde Stendhal vol¨® hacia Joyce y Proust. Lo dem¨¢s le parec¨ªa confusi¨®n y turur¨².Hija de un m¨²sico londinense del barrio de Hampstead, hered¨® de su padre la pasi¨®n por la belleza y las tabernas. Su inclinaci¨®n est¨¦tica la llev¨® de adolescente a Par¨ªs, donde se cas¨® con el pr¨ªncipe tunecino Abdul Wahad, excelente acuarelista, y donde pos¨® para Modigliani y Pascin. Abandon¨® Par¨ªs por Sevilla, a principios de los a?os cuarenta, siguiendo la planta y los compases de un guitarrista flamenco. Veinte a?os despu¨¦s, saturada de ayes y jip¨ªos, se vino a Madrid a pasear sus soledades por tabernas y caf¨¦s, su otra gran pasi¨®n heredada. En aquel tiempo, la penuria le oblig¨® a ejercer de profesora de ingl¨¦s, de profesora melanc¨®lica y distra¨ªda que se ocultaba tras una sonrisa intemporal. Llegaron sus m¨¢s conocidas exposiciones de acuarelas: en la sala Prisma (1961), en la sala El Coleccionista (1972) y dos en la sala Rojo y Negro (1974 y 1976), todas de Madrid.
Los dem¨¢s le reconoc¨ªan su calidad de dibujante y acuarelista, pero ella alardeaba, con raz¨®n, de haber hecho una obra maestra de su propia vida. Su talento para el arte de vivir le llev¨® a comprender que la b¨²squeda del placer exig¨ªa no pactar con lo mezquinamente, s¨®rdidamente real. Beppo hubiera querido que los humanos jug¨¢ramos a la vida con la m¨¢xima inocencia y la m¨ªnima ignorancia, como si fu¨¦ramos sabios de la antig¨¹edad. Con los a?os, con las decepciones, su alma ni?a recurri¨® a la pataleta y a la provocaci¨®n para hacerse notar. Pero ni siquiera entonces reconoci¨® que alguien pudiera ser tan superior a ella como para tener que mentirle. Lit¨²rgica con el humo de su pitillo interminable, exquisita de moh¨ªn al paladear un tinto pele¨®n, wagneriana de adem¨¢n al retocarse el alero de la boina, disimulaba, por pudoroso orgullo, su inteligencia y su cultura en los cen¨¢culos de enteradillos. Como su admirado Samuel Johnson, cifraba toda su ambici¨®n en ser feliz con poco entre pocos.
Beppo se hubiera merecido culminar su vida recibiendo a la vil afeadora con una risotada, como hicieron el poeta Filem¨®n, Vespasiano en su retrete, Pietro Aretino y Catalina de Rusia. Y a punto estuvo de lograrlo. La ¨²ltima vez que la visit¨¦ en su ¨¢tico, v¨ªspera de A?o Nuevo, me cont¨® que aquella noche, arrebujada en la cama, se dio cuenta de que estaba sonriendo. Y al preguntarle yo si en ese instante se acordaba de algo agradable o gracioso, me respondi¨® que no ten¨ªa ning¨²n motivo para sonre¨ªr: estaba vieja, enferma y sin dinero, pero sonre¨ªa de pura felicidad, no lo pod¨ªa evitar.
Sus cenizas ser¨¢n esparcidas junto a un olivo de Chiclana, uno de esos olivos que con tanto amor pint¨®. Aqu¨¦l que se siente a su sombra notar¨¢ la felicidad gratuita que Beppo habr¨¢ infundido a su savia.
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