Un gran actor en un espect¨¢culo excesivo
Flotats es un gran actor -uno de los excepcionales- maltratado por s¨ª mismo. La longitud y densidad de su versi¨®n del Lorenzaccio de Alfred de Musset, estrenada el s¨¢bado en el Festival de Teatro de Madrid, su revestimiento de telas lujosas y luces excesivamente estudiadas, de timbales y sonidos, desv¨ªan al p¨²blico de esa calidad del primer actor. Le tapan.Naturalmente, su perfecci¨®n brilla en los mon¨®logos que se prepara a s¨ª mismo, como se preparan las arias en la ¨®pera, y los hace tambi¨¦n deslumbrantes y ricos como todo el espect¨¢culo; pero su grandeza est¨¢ en lo ¨ªntimo del personaje, en su feminidad, en la creaci¨®n de la indolencia, de la voluptuosidad, de la indiferencia por el mundo en torno; en el segundo personaje que hay bajo este aparente, y eso lo revela en cada frase que deja deslizar, en cada iron¨ªa, en cada movimiento de languidez, en la ruptura que le lleva a apu?alar al duque, y aun esa misma escena alcanza una teatralidad que queda envuelta en una fastuosa tela que se despliega desde el telar y la envuelve. Pod¨ªa ser el s¨ªmbolo detoda la concepci¨®n de la obra: el momento estelar de Flotats se oculta, se tapa, como si no quisiese dejar ver toda su capacidad.
Alterada como est¨¢ la obra de Musset por cambios de acciones y personajes, por la introducci¨®n de claves personales de Flotats que al p¨²blico no le importan nada, bien pod¨ªa haberla alterado un poco m¨¢s en su pesada longitud, que llega a producir una sala somnolienta y con tendencia a la fuga -en el descanso se fueron espectadores; me pareci¨® que de entre los m¨¢s j¨®venes-, de lo que no habr¨ªa ninguna necesidad con sentido de la medida y con m¨¢s atenci¨®n a lo m¨®vil, a la acci¨®n externa que la est¨¢tica del decorado, al que la complejidad de luces sobre un cuerpo geom¨¦trico, un fondo negro y un suelo brillante de falso m¨¢rmol no animan suficientemente.
Desde Madrid
La obra es, como se sabe, de una gran calidad literaria, y la altura del idioma catal¨¢n que se emplea -versi¨®n del propio Flotats con Jordi Sarsanedas- reproduce bien la finura de Musset. Probablemente est¨¢ todav¨ªa en cuesti¨®n su estudio revolucionario en cuanto a la acci¨®n o el desencanto, en su proclama de libertad para la que el autor utiliz¨® -como se ha hecho tantas veces- la Florencia de los M¨¦dicis. Pero casi nunca actores o directores la han elegido por esas virtudes finales sino por su capacidad para un lucimiento de actor. Flotats llena de sobra los requerimientos del papel. Es un placer verle actuar. Pero como director parece enemigo de ese papel, aunque seguramente ¨¦l crea lo contrario. Por cada parte, sus colaboradores en ladirecci¨®n muestran un talento: Jacques Schmidt, en unos vestuarios fastuosos que a veces se aproximan a la ¨®pera de calidad, con riqueza de tejidos y colores excelentes, y Alain Piosson, con la iluminaci¨®n incesante del escenario. Que todo esto no coincida y sea una especie de pelea de divos es un mal del teatro contempor¨¢neo del que Flotats no ha sabido librarse.
Es m¨¢s elevada su direcci¨®n en cuanto al trabajo con los actores. Hay unas primeras partes de enorme solvencia: baste recordar la escena entre Carme El¨ªas y Jos¨¦ Maria Pou, excelentemente llevada por los dos buenos actores que son, para ver c¨®mo cuajan todas estas segundas acciones. Las terceras partes tienen tambi¨¦n su inter¨¦s, aunque no sea m¨¢s, a veces, que en la forma de llevar capas, y, como es l¨®gico en una compa?¨ªa de esta cantidad de personajes, los hay que no mercer¨ªan estar en el escenario. Pero en conjunto es una de las representaciones m¨¢s coherentes y unidas que hemos visto en los ¨²ltimos a?os.
Considerar a Flotats desde Madrid tiene algo de injusto: no se le ha visto aqu¨ª m¨¢s que en un Cyrano y en este Lorenzaccio que ser¨¢ seguido por un Mis¨¢ntropo. Es suficiente para poderle admirar como gran primer actor m¨¢s all¨¢ de los trucos del oficio y de la lecci¨®n bien aprendida en Par¨ªs, con personalidad propia y arte. Como director parece de menor estatura, a pesar de la perfecci¨®n con que est¨¢ realizado todo, llevado a¨²n de la concepci¨®n del superespect¨¢culo en lugar del binomio texto-actor, que es el que realmente le corresponde.
El p¨²blico apreci¨® sus condiciones y las de su compa?¨ªa. Se cans¨® demasiado, y no por su culpa, pero ovaciones finales y algunos bravos mostraron que quedaba de nuevo reconocido.
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