?Tomo nota!
Para criar malvas deja Jaime de Armi?¨¢n a Juncal en el ¨²ltimo cap¨ªtulo de una serie de televisi¨®n de las denominadas de arte. Pocas historias da la peque?a pantalla que duren de por vida en la mente del espectador, y Juncal ser¨¢, sin duda, una de ellas. A partir de ahora llover¨¢n los galardones para el creador de la misma Armi?¨¢n; para Teo Escamilla, que la fotografi¨®, y para ese Paco Rabal actor de Puerta del Pr¨ªncipe, sin olvidar a un Rafael ?lvarez, El BnIjo (B¨²falo), en una esencial interpretaci¨®n.Cap¨ªtulo a cap¨ªtulo, Jaime de Armi?¨¢n ha pretendido y logrado con esta serie crear el inicio de cuanto pudiera ser la gran pel¨ªcula de toros que est¨¢ por hacerse. Girar en torno a un Jos¨¦ ?lvarez Juncal -matador de toros-, bordeando con perfil casi geogr¨¢fico los lindes de la fiesta y la vida cotidiana, es un trabajo magistral, dificil de igualar. Sin embargo, extra?a profundamente que De Armi?¨¢n, padre de la criatura, depare para la misma un fin tan t¨®pico y facil¨®n.
Juncal o esos Juncales, ya pocos, que a¨²n quedan por la torera Andaluc¨ªa, dotados de una particular filosof¨ªa de la vida, no mueren en las astas de los toros, como ha pretendido el guionista. As¨ª terminaban otros toreros en aquellas pel¨ªculas bodrio de los a?os cincuenta, en donde la mayor gloria del protagonista consist¨ªa en, llegado el triunfo, comprar el cortijo para ejercer de se?orito. Juncal es otra cosa. Juncal es el ¨²ltimo reducto rom¨¢ntico de toda la grandeza del toreo, pues, mismamente hablando, Juncal ya torea profundo, y como tal es inextinguible.
No es cierto que la mayor gloria del torero sea morir en las astas de un toro, ni tan siquiera los viejos toreros como ¨¦l merecen ese fin. Abrigar la esperanza de ver retornado a Juncal a la casa que abandon¨®, perdonado y admitido por su familia, hubiera sido m¨¢s consecuente, y redondo tal vez, si cabe, adivinar una nueva fuga en los vuelos falderos de esa pen¨²ltima muchacha en flor, para as¨ª dejar abierta la cancela por la que dentro de un tiempo regresase de nuevo un genial Paco Rabal maquillado de Juncal. Jaime de Armi?¨¢n nos deja con el convencimiento de haber presenciado una serie inolvidable y con la frialdad de un flojo final. Lo que menos importaba en la serie, taurina por excelencia, era el final dram¨¢tico verbenero de mant¨®n y relicario. El incombustible personaje, que no est¨¢ por encima del bien y del mal, anda por el contrario a su misma altura pa lidial-lo o metel-le med¨ªa en las aguja, y le trae al pairo cuanto no vaya con ¨¦l. "Lo importante es el toreo", piensa siempre Juncal.
Sirva, no obstante, de regocijo la riqueza de vocabulario que se ha mantenido en su gui¨®n; ese argot taurmo que en la voz de Paco Rabal suena al Quijote y Coss¨ªo refundido. Sirva el detallado y simple vestuano en los infinitos detalles de cada toma, y dificil ser¨¢ olvidar, para los amantes de la tauromaquia, escenas como el mon¨®logo que Juncal tiene con el toro en la Venta de Antequera, en el ¨²ltimo cap¨ªtulo. En el arrullo de la fiesta de los toros ha tenido este actor multitud de experiencias de las que sabiamente ha extra¨ªdo lo mejor. Se hace imposible imaginar otro nombre en este pa¨ªs para encarnar tan asombroso papel, y trabajo va a tener ahora el p¨²blico para desligar al artista de su personaje. Francisco Juncal o Jos¨¦ ?lvarez Rabal. ?Tomo nota!
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