La virtud del deseo
Desde la penumbra de su consulta ha saltado a la arena p¨²blica el psicoanalista. Se ha convertido en una figura que encarna los valores de este fin de siglo. Cada ¨¦poca tiene sus personajes ¨¢ulicos: la Grecia cl¨¢sica hablaba por boca del fil¨®sofo, mientras que la Inglaterra victoriana expresaba su rigorismo a trav¨¦s del director de la public school. En nuestros d¨ªas, el psicoterapeuta incorpora la ideolog¨ªa de las sociedades desarrolladas urbanas, el individualismo.Los personajes son los roles sociales que suministran nuestras definiciones morales. Son las representaciones tipol¨®gicas, casi f¨ªsicas, que legitiman un modo de vivir al aglutinar las actitudes y actividades de cada cultura. En este sentido, el terapeuta, y m¨¢s a¨²n el psicoanalista, personifica los valores de la llamada cultura del individualismo.
Un ejemplo ilustrativo del ascenso de este personaje lo constituye la pel¨ªcula House of games (Casa de juegos). Su hero¨ªna es una psicoanalista de ¨¦xito que, cansada de una vida ordenada y frustrante, decide explorar, de la mano de un seductor estafador, los laberintos del mundo del delito. Cuando comprende que no ha sido sino el objeto de un complicado fraude, la protagonista se propone recomponer su maltrecha dignidad a trav¨¦s de la venganza. La asc¨¦tica psicoanalista, defraudada en dinero y en amor, matar¨¢ a su apuesto embaucador y salvar¨¢, al menos, su autoestima, nombre psicologista del honor. Al final, recordando el consejo de su maestra ("si has hecho algo verdaderamente imperdonable, perd¨®nate a ti misma"), celebra el suceso en un lujoso restaurante, decidida a satisfacer en adelante todos sus deseos. Libre al fin.
House of games es un excelente thriller que condensa los elementos cl¨¢sicos del g¨¦nero. La venganza alivia el dolor y restituye el orden: el villano paga con la muerte sus fechor¨ªas, la hero¨ªna recupera su orgullo y el espectador calma la ansiedad que le provoca la visi¨®n de la injusticia, el abuso de confianza. Y sin embargo, a la resoluci¨®n de la intriga acompa?a cierta desaz¨®n. El hecho de que el personaje emblem¨¢tico de nuestro tiempo, dedicado a la cura de las almas, acabe matando por despecho y, sobre todo, justificando el crimen a trav¨¦s de la propia absoluci¨®n, es, cuando menos, inquietante. La pel¨ªcula en cuesti¨®n es as¨ª un indicio del progreso de la conciencia psicol¨®gica. Una se?al m¨¢s de la muerte definitiva del pecado.
El psicologismo permea la moral contempor¨¢nea al hilo de la quiebra del proyecto ilustrado. ?ste pretend¨ªa construir una justificaci¨®n racional de la moral, una gu¨ªa de las acciones humanas a partir de criterios impersonales que posibilitaron un marco ¨¦tico p¨²blico, solidario y compartido. Poco queda de tama?a empresa. El estado actual de la moral es, si no de desorden, al menos de fragmentaci¨®n. El centro de la acci¨®n moral es ahora el yo, Son las actitudes, sentimientos o preferencias del mismo lo que orienta la acci¨®n, y ser¨¢n criterios puramente personales los que juzguen la misma. Ninguna acci¨®n es ya buena o mala en s¨ª misma. Si las preferencias personales cambian, tambi¨¦n lo har¨¢ la naturaleza del bien. Habr¨¢, pues, tantas reglas morales como necesidades tenga cada uno es decir, cada actor.
?ste posee un yo proteico, fluido y adaptable a todos los roles que exige una presentaci¨®n rotunda de la personalidad en la vida cotidiana. As¨ª, la rigurosa psicoanalista de la pel¨ªcula se transmuta en delincuente aprendiz primero y violenta vengadora despu¨¦s, para volver, a la postre, a su rol originario de exitosa terapeuta. El yo abierto es asimismo un recept¨¢culo a la espera de acontecimientos, y entiende la libertad no ya como obediencia impersonal (lo cual creaba las condiciones de posibilidad de una moral p¨²blica), sino como experimentaci¨®n en un espacio abstracto, vac¨ªo de referencias comunitarias.
La libertad es ahora exploraci¨®n. Es tambi¨¦n liberaci¨®n. Todos los obst¨¢culos que se interpongan en el pleno desarrollo del yo deben ser apartados sin contemplaciones. As¨ª ocurre con el sentimiento de culpabilidad que se disuelve en el imperativo psicologista "si has hecho algo verdaderamente imperdonable, perd¨®nate a ti mismo". Una vez que el yo es juez de las propias acciones (incluso del crimen), las referencias morales ¨²ltimas se diluyen. Si uno mismo es el ¨²nico fin, los otros se ver¨¢n reducidos a la condici¨®n de meros medios, en un marco general de relaciones manipulativas.
Al ideal ilustrado de autonom¨ªa le sucede hoy la virtud psicologista de la autosuficiencia, m¨¢s acorde con la fragmentaci¨®n del orden social individualista. A la noci¨®n de libertad regulada por imperativos impersonales, la libertad como experiencia propia de un universo moral en el que todo vale porque todo da lo mismo. En la secuencia final de House of games nuestro personaje se dispone, una vez m¨¢s, a seguir las ense?anzas de su maestra ("haz aquello que te divierte"): la vemos robar alegremente un precioso mechero que su antiguo rigorismo moral le hab¨ªa impedido comprar. El deseo, mudado en capricho, reina en la acci¨®n. Al cabo, los espectadores se levantan complacidos. Ellos tambi¨¦n se sienten libres.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.