Los de plata
Dentro del tono gris en que se viene desenvolviendo la feria, fundamentalmente a causa del pobre juego de los toros, resulta grato detacar el buen hacer que, como t¨®nica general, est¨¢n desarrollando los hombres de plata, tanto con el capote como con las banderillas.Estamos viendo todos los d¨ªas c¨®mo, con frecuencia, Revan a los toros por delante, sin molestarlos, sin capotazos innecesarios. No es raro contemplar el esfuerzo que hacen por torear a una mano, y tambi¨¦n podr¨ªamos subrayar varios casos de oportunidad, buenos reflejos y adecuada colocaci¨®n a la hora de hacer los quites.
Solamente hay un aspecto que debe corregirse, pali¨¢ndolo al m¨¢ximo. Hay que evitar los continuos derrotes en el burladero, lo que sin duda provoca quebrantos en la pujanza del toro y en sus defensas.
En M¨¦xico, generalmente, los peones no esconden el capote en el burladero, sino que lo dejan fuera para vaciar la embestida por arriba. Es raro que en el pa¨ªs azteca derrote un toro en las tablas. ?Por qu¨¦ no se intenta generalizar esa pr¨¢ctica?.
Banderilleros
Respecto a los banderilleros cabe, en general, hacer los mismos elogios. Est¨¢n emul¨¢ndose por hacerlo bien -unas veces sale y otras no-, pero la voluntad no es la de ir a salir del paso. Hemos visto varias veces c¨®mo a toros violentos que se arrancaban a oleadas les han ganado la cara con t¨¦cnica y valor.
En el tema del lucimiento de los hombres de plata existe entre la afici¨®n una vieja pol¨¦mica. Una facci¨®n opina que el buen pe¨®n, o el buen banderillero, es aquel que pasa inadvertido para no robarle palmas al matador. Por el contrario, la otra sostiene el derecho y el deber de estos hombres a su lucimiento. Lo primero que conviene subrayar es que los llamados, con poco acierto, subalternos son toreros, y que act¨²an en p¨²blico. Es verdad que su principal raz¨®n de ser es auxiliar al matador en la lidia. Pero siempre que su lucimiento no reste eficacia a esa labor auxiliar es perfectamente leg¨ªtimo que busque las palmas con honradez, sin espectacularidades. El matador tiene muchas m¨¢s oportunidades de lucimiento, y debe satisfacerle el triunfo de sus colaboradores.
En las primeras cinco corridas de la feria han brillado con luz propia Mart¨ªn Recio -en un quite a cuerpo limpio a un compa?ero comprometido, adem¨¢s de eficac¨ªsimo en la brega-; Guillermo de Alba, enfrentado en solitario, con constancia encomiable, al peligroso toro condenado a banderillas negras: El Mangui, brillant¨ªsimo corriendo los toros a una mano; Montoli¨², artista con las banderillas -el primer d¨ªa de El Litri, no el segundo-, y con el capote siempre a punto; Juan Cubero, que coloc¨® anteayer dos grandes pares al primer toro de Joselito; Antonio Cobo, Vicente Yestera, Antonio Amores...
Se habr¨¢n quedado muchos en el tintero, pues la memoria es flaca. Pero el homenaje y la gratitud de la afici¨®n sevillana son corporativos, pues, como hemos se?alado, la apreciaci¨®n general debe ser enormemente encomi¨¢stica.
Desgraciadamente, no podemos hacer el mismo elogio de los piqueros. A ello no debe ser ajeno el que gozan de menos libertad en su quehacer. Tampoco es extra?o a su poco brillante tarea la problem¨¢tica del caballo percher¨®n, tan inadecuado para hacer la suerte como mandan los c¨¢nones.
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