La vida total y sus episodios cotidianos
La vida de todos los hombres est¨¢ compuesta de sensaciones diversas: abrir una ventana y contemplar el desnudo amanecer asombra los ojos escuchar el canto crepuscular del p¨¢jaro sobresalta el coraz¨®n, acariciar la tersura de una piel despierta sensual regocijo. Esta sensitividad de nuestros sentidos abre el camino del sentir m¨²ltiple y diferente. As¨ª, de la temprana aurora que es una alegr¨ªa inusitada pasamos a los sueltos trist¨ªsimos de las noches insomnes; de una aflicci¨®n amorosa que desgarra puede llegarse a un atardecer oto?al que embriaga de suave dulzura; de la c¨®lera m¨¢s furiosa caemos en una melancol¨ªa suav¨ªsima, y del odio denso en una ternura quieta, silenciosa. Tan diferentes estados an¨ªmicos se suceden unos a otros porque nacen de los episodios cotidianos de la vida. Durante un breve espacio de tiempo, en un soplo efimero transcurren los dramas del alma en atropellado fluir.?La vida ps¨ªquica es un caos, carece de orden y sentido? Dilthey descubri¨® mediante la percepci¨®n interior que la psique espiritual tiene una estructura l¨®gica, pero en realidad es la psique material que conexiona la dispersa afectividad cotidiana. Son el placer y el dolor, esas sensaciones fisicas de inclinaci¨®n o aversi¨®n hacia las cosas y los seres, que originan todos los afectos ¨ªntimos. El primero es alegr¨ªa gozosa; el segundo, apesadumbrada tristeza. Sin embargo, pese a esta totalidad estructurada de la vida ps¨ªquica, sabemos que los estados an¨ªmicos son fugitivos, perecederos.
Por ello la vida ps¨ªquica es la esencia misma de la finitud. A trav¨¦s de una introspecci¨®n l¨²cida comprobamos que nuestros sentimientos son transitorios, est¨¢n condenados a desaparecer y a la vez sentimos hora a hora, d¨ªa a d¨ªa, la vida total en la que estamos sumergidos. "Hoy me gusta la vida un poco menos, / pero me gusta siempre vivir" (C¨¦sar Vallejo). Sin duda el poeta ha sufrido una humillaci¨®n, o una tristeza le priva del sabor delicioso de vivir, pero es consciente que ese dolor pasa y la vida contin¨²a su proceso de honda universalidad, y que como seres finitos estamos arrojados en el mar de la infinitud. "A toda clase de finitud corresponde una infinidad: un infinito en el que florezca, se mueva y sea lo que es finito" (Garc¨ªa Bacca). Luego vivimos consumiendo nuestros estados ¨ªntimos y renaciendo siempre de las agon¨ªas afectivas. "?Es para eso que morimos tanto? / ?Para s¨®lo morir / tenemos que morir a cada instante?" (C¨¦sar Vallejo). Cada existencia humana, pese a ser particular, unilateral, ala vez es un microcosmos, una totalidad en s¨ª misma. Prueba de ello la tenemos en el Yo que se mantiene fume y s¨®lido pese a todas las tempestades y cambios que nos desgarran ¨ªntimamente. Percibimos la invariabilidad de nuestro ser en el seno de la inconstancia y de las transformaciones sucesivas. Por ello vivimos distintos yoes que nos revelan la unidad sustancial de nuestro ser a trav¨¦s del tiempo. Al subir las escaleras de la casa de los Guermantes presinti¨® Proust su vida total, a pesar de la disoluci¨®n tr¨¢gica en los instantes del tiempo. Nadie ignora que vivimos nuestra finitud cotidianamente, pero nos sentimos fortalecidos al participar en la vida universal.
Schopenhauer explica por qu¨¦ nos sentimos inmortales pese a que la muerte nos atormenta con su permanente amenaza. Despu¨¦s de fundamentar la supervivencia de la especie y la insignificante y perecedera existencia individual con la voluntad de vivir, afirma: "Cada uno de nosotros est¨¢ entero en la Naturaleza y ella en cada uno de nosotros". El lazo que nos une a la vida c¨®smica es, pues, indisoluble. M¨¢s a¨²n, el individuo solitario ¨¢tomo burgu¨¦s de una sociedad desintegrada, llega a una fusi¨®n con el universo viviente. Debido a esta capacidad de identificarse con el Todo puede seguir viviendo. Y agrega Schopenhauer: "Pudi¨¦ramos asegurar que ning¨²n hombre tiene la convicci¨®n completa de que ha de morir, lo que le comunica el valor de vivir y lo libera de todo temor, como si la muerte no existiera, al menos mientras se ama y apetece la vida". ?Qu¨¦ pasar¨¢ si desaparece esta tierra que nos cobija? Federico Engels,tan execrado porta heterodoxia de un marxismo escol¨¢stico, constata: "Sino hay esperanza nos moriremos todos y perecer¨¢ tambi¨¦n la vida total que nos sustenta y abriga nuestra fe en la inmortalidad. Y la misma suerte que nuestro sistema solar tendr¨¢n que correr, m¨¢s tarde o m¨¢s temprano, los dem¨¢s sistemas innumerables de la isla c¨®smica de que formamos parte". Su pesimismo tr¨¢gico se apoya en un optimismo te¨®rico, pues dice: "La vida en cuanto tal lleva en s¨ª el germen de la muerte, y como lo finito se contradice consigo mismo, por ello se supera". Su fervor cosmol¨®gico lo lleva a concebir un renacimiento continuo de los mundos que mueren, una eternidad invisible de la materia. Engels admite que despu¨¦s de la desaparici¨®n de la Tierra existe la posibilidad de que vuelva a surgir la vida en el espacio c¨®smico.
?Podemos esperar que, a semejanza de los estados afectivos, nuestra alma pensante y nuestro esp¨ªritu s¨ªntiente podr¨¢n en un tiempo remoto renacer de sus propias cenizas y volver a vivir los soles luminosos, las lunas sombr¨ªas, en otros nuevos mundos? Precisamente porque lo ¨²nico eterno es el cambio, existe siempre la posibilidad de que resurja una y otra vez la vida. Este "eterno retorno" no es semejante al que concibi¨® Nietzsche de lo siempre id¨¦ntico e igual, sino una existencia diferente y m¨¢s rica en el espacio afectivo de los hombres nuevos. En el mundo antiguo, que es todav¨ªa el actual que vivimos los estados an¨ªmicos son m¨²ltiples, finitos, y se viven en una consciente frivolidad existencial. Por ello pensamos que las alegr¨ªas solares y las tristezas lun¨¢ticas que gozamos o sufrimos en nuestra existencia presente se transformar¨¢n, de los agujeros negros que son hoy, en sentimientos profundos, constantes, transfinitos; o sea, en creaciones e invenciones que brotar¨¢n del sentir lib¨¦rrimo, vivi¨¦ndose m¨²ltiples veces en toda su riqueza creadora los afectos. Este futuro, que todav¨ªa se vislumbra muy lejano, ser¨¢ la realizaci¨®n humana de lo que Marx llamaba "el reino de la libertad". Entonces no desaparecer¨¢n los sentimientos como r¨¢fagas arrastradas por el hurac¨¢n, sino que ellos mismos abrir¨¢n nuevos surcos duraderos, sin caminos ya existentes ni metas prefiguradas. Abandon¨¢ndonos al azar prometedor de los estados ¨ªntimos y de los sentimientos lograremos una m¨¢s s¨®lida perennidad afectiva por el desarrollo sin l¨ªmite en el tiempo de su verdad racional y consciente, abierta.
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