La inteligencia y la rabia
Leonardo Sciascia respira con la dificultad de los que lo han fumado todo, como si se fuera a quedar habitado por el silencio, oculto tras el humo de la esquina que ocupa en el mundo. Pero de pronto surge de su palabra opaca la met¨¢fora precisa, el producto de la rabia de siglos. Se dir¨ªa que es un hombre de otra ¨¦poca, un ser como el que reclamaba Ernesto Che Guevara: un hombre al que el viento que lo ha vuelto duro no ha podido arrebatarle la ternura. Sus ojos, como su voz, est¨¢n templados por las sombras de la edad y por la voracidad del humo: todo en ¨¦l parece querer diluirse, desaparecer en el silencio, a la b¨²squeda de una realidad m¨¢s rica que la que le ha dado a ver este siglo turbulento y absurdo, en el queel crimen se recompensa, la hipocres¨ªa se sublima y la sublevaci¨®n se tapa con pa?os calientes. Y aun siendo un hombre rabioso, que se ha enfrentado a todos los demonios de su tiempo y ante todos, como el personaje de Kipling, ha opuesto su dignidad como una espada, Leonardo Sciascia nunca levanta la voz, no golpea la mesa, no muestra la c¨®lera absurda de los que aspiran a santos. Es simplemente un hombre, un ser humano que ha aprendido del silencio propio el respeto a los otros, a las ideas ajenas, a la narraci¨®n de las historias contiguas. Por eso es un observador inteligente, un conversador infatigable, un fatigado habitante de su ¨¦poca. Apasionado de Unamuno y de Ortega y Gasset, respetado en su tierra porque nunca call¨® loque supo, no ha sido nunca un sedentario, a pesar de que la salud le impide el viaje que su mente aventurera le demanda. Encerrado, pues, en el silencio habitado al que le obliga el tiempo, Sciascia busca en los otros el alimento de una cualidad escasa: la generosidad. En pocos autores de este siglo se pueden espigarjuicios m¨¢s claros sobre la cualidad de los otros. Ese car¨¢cter en el que los dem¨¢s tienen tanto sitio es el que le ha dado a Sciascia el aire de maestro del que han participado en nuestra era seres como Russell, Sartre, Camus, Unamuno y algunos otros elegidos. Su presencia en la tierra es un consuelo, porque indica que la inteligencia y la rabia no tienen por qu¨¦ ser siempre identidades separadas.
Babelia
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