La minifalda y los castrados
?Cu¨¢n peliagudo resulta hoy en d¨ªa distinguir la tenue raya que separa progresistas y reaccionarios! A los que de econom¨ªa no sabemos de la misa la media cada d¨ªa se nos hace m¨¢s cuesta arriba comprender la morrocotudamente sutil gradaci¨®n gracias a la cual se diferencia al hombre de derechas del de izquierdas a menos que saquen sus carn¨¦s de partido. Recientemente mi estupor se empin¨® hasta el desconcierto conversando con un jugador de ajedrez, dicharachero miembro del Partido Comunista de la URSS. Daba gusto verle tan rumboso y simpatic¨®n. Parec¨ªa un hijo de la mu?eca Barbie y de monsignore Berlusconi criado en Disneylandia por hinchas del equipo de polo de la Tricontinental. El sistema econ¨®mico que propugnaba para la Uni¨®n Sovi¨¦tica hubiera asustado por su moderaci¨®n a la mism¨ªsima Margarita Thatcher. A su lado, los Chicago's Boys y su entrenador Milton Friedman hubieran parecido exaltados izquierdosos. Tan pasmado me dej¨® que le pregunt¨¦: "?Pero realmente es usted miembro del partido comunista?". Me respondi¨® encopetado: "?Y a mucha honra!". "?Pero qu¨¦ pensar¨ªan Marx y Lenin de su programa econ¨®mico?". Sonri¨® feliz, con su pinta inimitable de modesto perdonavidas: "?Fueron dos viejos cascarrabias!". No pude soportar ni un minuto m¨¢s tanta pachorruda arrogancia. Ganas me entraron de pedirles a los supervivientes del comunismo puro y duro, los afganos, que me dejaran ingresar en sus filas a pesar de mi ¨¢crata pasado o por lo menos devorar en su restaurante catal¨¢n una olla podrida como el panorama "?y al rojo vivo, camarada Dimitrov!".Precisamente gracias a los colores se diferenciaban con tacto y primor ¨¦stos y aqu¨¦llos durante la ¨²ltima dictadura, cuando, por ejemplo, las palabras izquierda y derecha no s¨®lo significaban algo cabal en las comisar¨ªas, sino hasta en los diccionarios. Mar¨ªa Moliner define, en su suculento dicciona rio, "rojo" como "persona de ideas muy izquierdistas" y dice de "rojillo" que "se aplica al sospechoso de ser adversario del actual r¨¦gimen". ?Cuidado! ,,actual r¨¦gimen" quiere decir aqu¨ª franquista. ?Los hay tan mal pensados!
Durante mis estudios de bachillerato, mi profesor de Qu¨ªmica dispon¨ªa de la famosa tira de papel de tornasol que reconoc¨ªa los ¨¢cidos y las bases. Espectacularmente se pon¨ªa roja con los primeros y recobraba el color viol¨¢ceo con las segundas Hoy en d¨ªa, la sexualidad, cual m¨¢gico papelito, nos permite averiguar qui¨¦n es revolucionario y qui¨¦n es pase¨ªsta. Aquellos que discursean acerca de "las veces que lo hicieron", del "pelaje o la estampa de sus conquistas", de "la calorina de su refriegas" o bien que peroran sobre "el tama?o de su mandado" son, sin remisi¨®n, cavern¨ªcolas de ¨®rdago a la grande. Aparecen a nuestros ojos como un gigantesco reba?o de equipotentes, aunque unos militen en Fuerza Nueva y otros en la CNT. Todo aquel que hace gala de su empuje sexual es un tradicionalista reaccionario agudo como punta de colch¨®n.
El modern¨ªsimo banquero que ha colocado su camastro y su apa?o en el ojo del ruedo de todas las ostentaciones es tan rabiosamente ultramontano como el maletilla de su finca que se pasa el d¨ªa sopesando el paquete que luce entre sus piernas con la esperanza de que no se le caiga traidoramente de sopet¨®n.
?Cu¨¢ntos hombres caen en la pampringada de establecer un paralelo entre la grandeza del coraje y el grosor de los test¨ªculos! La frasecita "tiene un par de cojones", tan inconsecuentemente encomi¨¢stica, se oye en todas las lenguas y dialectos del mundanal ruido. Y sin embargo, esta restrictiva sentencia excluye ya de entrada del universo de la bravura al 51% de los terr¨¢queos... por lo menos.
El t¨®pico de los conservadores de diestra y siniestra es que, si se tienen, es para usarlos. Los jueces que exculpan al violador porque se cruz¨® con una tunanteadora minifalda razonan de esta masculin¨ªsima manera. Un cuerpo de ricahembra embutido en unos brev¨ªsimos atav¨ªos, creen los retr¨®grados que fatalmente tiene que sacar de quicio a la virilidad del peat¨®n que se precia de ser un hombre. La reacci¨®n normal de un pene alzado a la categor¨ªa de falo por el impulso de una bolsa receptiva al garbo femenino es, piensan y juzgan, la de embestir como mandan los c¨¢nones. ?Y vivan las caenas!
El magistrado de derechas razona como el calavera de izquierdas; ambos aseguran que "la mujer lo que necesita es cuero, y del bueno". La mujer, digo yo, como el hombre, lo que necesita es vivir intensamente... amando o teniendo la infinita felicidad de poder amar.
Los test¨ªculos no son imprescindibles, ni mucho menos, al amor o al valor. Por el contrario, la historia nos muestra que la presencia de los genitales no ha solido ser obst¨¢culo ninguno ni a los desastres amorosos ni a la cobard¨ªa redomada.
Abelardo, lastrado por una bolsa m¨¢s que aparente, fue, a pesar de su gran inteligencia, un obediente profesor de L¨®gica y Teolog¨ªa. No tuvo el coraje de rebelarse contra sus superiores, a los que juzgaba incompetentes. Cuando los esbirros del tutor de su amante, Elo¨ªsa, le castraron, se transform¨® en un intr¨¦pido y subversivo fil¨®sofo. Hasta el ¨²ltimo soplo de su agon¨ªa, aquel corajudo castrado combati¨® con una valent¨ªa que rayaba en la temeridad a los poderosos, sin amedrentarle ni las amenazas ni las excomuniones.
El impacto de la castraci¨®n fue a¨²n m¨¢s beneficioso para su vida amorosa. Elo¨ªsa, aquella bell¨ªsima moza de 17 a?os, que tan s¨®lo le quer¨ªa, empez¨® a amarle en aquel instante. A partir del desmoche, el libidinoso y vulgar amor¨ªo de la alumna superdotada y el profesor cuarent¨®n se transform¨® en un amor sublime, total, ¨²nico. Un amor que no ped¨ªa nada, salvo amar m¨¢s cada d¨ªa. Sentimiento que la muerte del amad¨ªsimo castrado no pudo interrumpir. Elo¨ªsa exigi¨® que la enterraran junto al cad¨¢ver de Abelardo. Cuenta la leyenda que en aquella ¨²ltima ceremonia Elo¨ªsa abri¨® los brazos hacia los de Abelardo, igualmente abiertos.
Pocas veces he visto en mi vida un ser tan serena y dichosamente enamorado como Jacqueline Picasso. La media docena de mujeres que cohabitaron con el pintor antes que ella han contado probadas barbaridades sobre Picasso. Fran?oise Giroud, a¨²n en vida, no cesa de enumerar las estaciones de su mala vida con el genial malague?o. Lo que al parecer nadie pone en duda es que estas desilusionadas mujeres convivieron con un hombre pujante, membrudo y dispuesto a descargar a cada triquitraque. Una de ellas ha afirmado que nuestro genio "sufr¨ªa de priapismo". A pesar de todo esto y como para ridiculizar al juez antiminifaldero o al tenorio de pro, estas mujeres terminaron por aborrecer al enhiesto creador.
Picasso sufri¨® una operaci¨®n mal hecha que le dej¨® impotente. Jacqueline vivi¨® los ¨²ltimos a?os, por tanto, junto a un hombre cl¨ªnicamente castrado. Gracias a este regalo de la cirug¨ªa, del que no gozaron sus predecesoras, pudo amarle entra?ablemente. Picasso conoci¨® la gran pasi¨®n con una mujer a la que llevaba un buen mont¨®n de a?os. Al fin, tras aquella picia del cirujano, Picasso se convirti¨® en el seductor que siempre hab¨ªa so?ado ser.
Los malpensados y los malnacidos imaginaban que Jacqueline representaba el papel de esposa enamorada por inter¨¦s. ?Qu¨¦ mal conoc¨ªan el celo y el altruismo de su sentimiento! A la muerte de Picasso, Jacqueline se convirti¨® en una de las mujeres m¨¢s ricas de la tierra y al mismo tiempo en uno de los seres m¨¢s prestigiosos y adulados. Pod¨ªa hacer, con toda libertad, de su cuerpo y de su alma lo que le viniera en gana... Pero sin ¨¦l la vida no ten¨ªa sentido alguno. Por ello cort¨® de cuajo, suicid¨¢ndose, su in¨²til, ya, estancia en la tierra.
A Jacqueline no le hab¨ªa importado, ?ni se hab¨ªa dado cuenta!, pasar tantos a?os de su vida viviendo con la castidad de una monja de clausura junto a su idolatrado Pablo. Pero para ser feliz, aquella viuda bien parecida, riqu¨ªsima y libre necesitaba algo inefable pero imprescindible: el amor de su vida.
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