Una ceguera parad¨®jica
Una de las cosas que m¨¢s faltan a nuestra sociedad es la solidaridad. Nos invade un individualismo bronco, un refugiarse cada uno en s¨ª mismo sin salir hacia los dem¨¢s ni confiar en ellos. En una palabra: una falta de ¨¦tica c¨ªvica. Eso que se ha llamado celtiberismo, y la consiguiente disgregaci¨®n que produce, dividi¨¦ndonos siempre en peque?os reinos de taifas. ?se es uno de nuestros m¨¢s acusados defectos.Defecto que no nos hace felices, aunque de momento parezca satisfacer nuestro enga?oso ego¨ªsmo.
Y as¨ª es como hemos hecho de nosotros una "muchedumbre solitaria", como observ¨® David Riesman en 1949.
Este fen¨®meno era por entonces caracter¨ªstico de las grandes ciudades de Norteam¨¦rica, pero ya ha llegado a Espa?a.
El ego¨ªsmo individualista est¨¢ alcanzando su culmen, favorecido por toda suerte de influencias: la falta de participaci¨®n social y pol¨ªtica cotidianas, los medios de comunicaci¨®n estatales y privados que la fomentan, el g¨¦nero de vida cada vez m¨¢s competitivo que se ha desatado en la econom¨ªa y va impregnando cualquier otro nivel; el modelo social que nos proponen del successful man, que especula y gana sin producir algo ¨²til para los dem¨¢s.
Nuestra sociedad no tiene en cuenta ni en sus estructuras ni en sus costumbres la definici¨®n de nuestro profesor socialista Verdes Montenegro: "La ¨¦tica informa de cuanto es plausible o censurable, de modo que la humana convivencia pueda conservarse y mejorar". Convivencia que debe ser el norte de nuestra moralidad civil, para educarnos en ella, ya que tanto nos falta. Hemos de hacer un esfuerzo, tanto individual como social, para percatarnos de "las consecuencias que de la misma se derivan".
Nada de idealismos, por tanto, sino el recuerdo vivo y constante del "principio de reciprocidad" que rige la conducta humana, si queremos que ¨¦sta satisfaga a todos y cada uno. Es aquella regla de oro que se encuentra en todas las culturas que se precian de un buen desarrollo humano, desde la China de Confucio, pasando por Grecia y Roma, y terminando en la cristiana.
Muchos no se dan cuenta de que nuestra sociedad occidental ha fomentado en demas¨ªa una facultad que nos lleva a esos graves fallos: el sentido de la vista, que nos hace perder el contacto con el que tenemos delante, que lo deja fuera de m¨ª, y no concede a cada cosa o persona su propia identidad en relaci¨®n con nosotros. Ya no podemos ser un t¨² ni un yo, sino un yo teratol¨®gicamente agrandado, rodeado de cosas que vemos fuera de ¨¦l.
El lazo de la relaci¨®n es el que nos hace solidarios, porque descubre que la persona, la sociedad y la religi¨®n no son otra cosa que re-ligaci¨®n que lo enlaza todo; y lo hemos ido dejando en la lejan¨ªa, al crecer desmesuradamente nuestro almac¨¦n de im¨¢genes visuales.
En cambio, el sentido del tacto habr¨ªa conseguido que nos di¨¦ramos cuenta de la rica identidad de cada cosa y de lo sustancial que es el otro. ?No han observado los psic¨®logos de la sociedad que el norteamericano recela cuando alguien que habla con ¨¦l se acerca demasiado? ?No es tambi¨¦n su costumbre ser parco en los saludos, all¨ª donde otros pa¨ªses son todo lo contrario? Por eso Norteam¨¦rica vive poco los problemas de otros pueblos, a menos que no le afecten muy directamente, y puede seguir existiendo encerrada en su ego¨ªsmo social, dentro y fuera de su naci¨®n, que muchas. veces han denunciado los progresistas como Riesman.
Y son varios los fil¨®sofos que se han dado cuenta tambi¨¦n de este distanciador fen¨®meno producido por nuestra cultura visual, desde Berkeley y Condillac hasta Maine de Biran, Scheler, Alexander y Whitehead. Pero, sobre todo, el franc¨¦s De Biran.
Por eso, entre las cosas a realizar en la educaci¨®n para obtener un pa¨ªs m¨¢s solidario estar¨ªa el fomentar m¨¢s otros sentidos distintos del de la vista, que siempre se lleva la palma en nuestras latitudes, haciendo vivir una injusta exclusiva respecto a los dem¨¢s sentidos.
Las teor¨ªas filos¨®ficas del conocimiento se han basado en nuestras tierras occidentales en el sentido de la vista, desde Plat¨®n hasta Descartes. Pero existe una prioridad humana del sentido del tacto, como observ¨® Maine de Biran, y hay que recuperarla si queremos ser m¨¢s personas y estar mejor relacionados con los dem¨¢s.
Y no s¨®lo debemos hacer esto que propugno en la educaci¨®n escolar, sino igualmente en nuestra vida cotidiana. ?No hemos visto los negativos resultados de la educaci¨®n puritana que est¨¢ latente en las culturas anglosajonas y n¨®rdicas? Educaci¨®n que ve en el sentido del tacto algo peligroso y hasta sucio, porque produce una viva sensibilidad que nos acerca y no nos pone a distancia como ocurre con la vista. No hay m¨¢s que recordar la dificultad que tienen los ni?os que son educados as¨ª para conocer su propio cuerpo y no caer en una especie de tendencia esquizoide que separa lo que deber¨ªa estar unido. ?No sabemos tambi¨¦n por Spitz, Bowlby y Anna Freud la carga negativa que supone para el desarrollo del ni?o esa carencia de atenci¨®n afectiva y t¨¢ctil de la madre? Y la curaci¨®n por la relajaci¨®n que el yoga proporciona se deriva en gran parte de esa toma de conciencia sensible y t¨¢ctil de nosotros mismos y de nuestras posturas y respiraciones. ?Y la falta de sentido del cuerpo que tienen los psic¨®ticos no se debe en muchos casos a esas mismas carencias educativas de los otros sentidos?
El doctor Laing fue quien m¨¢s estudi¨® el fen¨®meno de descorporizaci¨®n del hombre moderno, y por eso es tan esquizoide nuestra sociedad, y est¨¢ "hambrienta de piel", seg¨²n el antrop¨®logo Paul Byers. Y Montaigne descubri¨® del mismo modo la profunda necesidad de "contacto humano" que experimentamos en nuestra ¨¦poca.
El ciego ha desarrollado m¨¢s que nosotros, por pura necesidad vital, el sentido del tacto, y resulta un ejemplo de lo que digo. ?Qu¨¦ organizaci¨®n de minusv¨¢lidos se ha formado ni desarrollado como la ONCE?
El sentido de la solidaridad se ha manifestado m¨¢s en estos invidentes que en los otros mortales. ?Y qui¨¦n es m¨¢s sensible y delicado con los dem¨¢s que ellos? Todo esto lo podemos apreciar en una nueva revista, Integraci¨®n.
Tendr¨ªamos por eso que cerrar a veces un tiempo nuestros ojos para liberarnos de tanta imagen que nos proporciona nuestra cultura visual y desarrollar m¨¢s nuestro sentido del tacto.
Una extra?a paradoja invade nuestra cultura en Occidente: la sociedad est¨¢ humanamente ciega por exceso del sentido de la vista y por el olvido del tacto.
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