EL suicidio
Cuando era vicepresidente del Gobierno Fernando Abril Martorell, le o¨ª en varias ocasiones hacer la misma reflexi¨®n: este pa¨ªs necesita suicidarse de cuando en cuando para ser ¨¦l mismo. Aquel comentario surgi¨® en momentos de extrema dureza: o cuando la patronal y los sindicatos pon¨ªan dificultades para llegar a la concertaci¨®n social, o cuando las fuerzas centr¨ªfugas para dinamitar la Uni¨®n de Centro Democr¨¢tico (LJCD) se hac¨ªan insoportables.La teor¨ªa del suicidio quiz¨¢ no sirva para iniciar un an¨¢lisis ortodoxo de lo que en estos d¨ªas est¨¢ sucediendo, en los que Espa?a tiene su particular esc¨¢ndalo Recruit (hasta ahora, s¨®lo en su primera fase, en la de los sobornos; no en la segunda, la de las dimisiones pol¨ªticas y los juzgados). Pero s¨ª para aproximarse a los intereses de quienes, aprovechando las irregularidades de un grupo concreto de pol¨ªticos, pretenden tornar la parte por el todo y deshonrar el conjunto del sistema de la democracia espa?ola.
Pasa a la p¨¢gina 13 Viene de la primera p¨¢gina
El mensaje reaccionario de que todos los pol¨ªticos son iguales cala en una parte de la ciudadan¨ªa, que, llevando el discurso al l¨ªmite, se desentiende de la vida p¨²blica (la abstenci¨®n prevista en las pr¨®ximas elecciones al Parlamento Europeo es muy grande, como Indica, por emjemplo, el sondeo que hoy se publica en este mismo peri¨®dico) y se desideologiza, hasta el punto de a?orar el pasado.
El desprestigio de la clase pol¨ªtica no s¨®lo est¨¢ basado en sus defectos y en las diferencias entre lo que prometi¨® y la realidad en la que viven los espa?oles, sino tambi¨¦n en la acci¨®n constante de los que se sirven de la confusi¨®n e intentan conseguir un totum revolutum que abarque a lo p¨²blico en bloque. Existen dos categor¨ªas de descr¨¦dito distintas por su naturaleza y que, por consiguiente, merecen dos tipos de respuesta. La primera de ellas proviene de la actuaci¨®n pol¨ªtica, leg¨ªtima aunque objetable, respecto a la cual cada ciudadano tiene derecho a manifestarse en las urnas para premiarla o castigarla severamente; la segunda contiene una turbaci¨®n fundamental del sistema pol¨ªtico, y su resoluci¨®n pasa -adem¨¢s de por el voto- por los tribunales.
El ejemplo m¨¢s caracter¨ªstico de esta situaci¨®n se da en la Asamblea de la Comunidad de Madrid. Es veros¨ªmil que Joaqu¨ªn Leguina, su presidente, haya cometido un error pol¨ªtico cardinal al pactar con un diputado (el se?or Pi?eiro) de un extra?o partido regionalista, absolutamente ajeno hasta ahora al gobierno, la cultura y la pr¨¢ctica pol¨ªtica de los socialistas madrile?os. Pi?eiro fue elegido con los votos de la antigua Alianza Popular y luego cambi¨® de partido, violentando con su apoyo al PSOE la opini¨®n de sus electores y a?adiendo una cruz al transfuguismo indeseable. Probablemente con este pacto Leguina se mantenga de momento al frente de su Ejecutivo (aunque reo de los humores de Pi?eiro), pero tambi¨¦n es seguro que sus votantes -los de Leguina y los de Pi?eiro- lo tendr¨¢n en cuenta en las pr¨®ximas elecciones auton¨®micas. Se puede discutir ad infinitum la bondad pol¨ªtica de una operaci¨®n destinada a mantenerse en el poder por encima de las circunstancias, pero nadie duda que est¨¦ dentro de la ley.
Por el contrario, los dos intentos de venalidad presuntamente cometidos -y denunciados p¨²blicamente- por el empresario Gustavo Dur¨¢n para convencer a un diputado de Izquierda Unida (IU) y a otro personaje del fantasmag¨®rico Partido Regionalista Independiente Madrile?o (PRIM) requieren la intervenci¨®n de los tribunales hasta sus ¨²ltimas consecuencias y la investigaci¨®n de los partidos pol¨ªticos afectados (f¨¢ndarnentalmente el Partido Popular, al que Dur¨¢n le atribuye el encargo de sobornar) para la depuraci¨®n de las responsabilidades ileg¨ªtimas adquiridas. Es decir, no se trata tan s¨®lo de un asunto de escr¨²pulos y de ¨¦tica, sino tambi¨¦n de una cuesti¨®n esencial para la justicia, si ¨¦sta quiere congraciarse con la sociedad espa?ola. Procede deslindar la distinci¨®n entre el transfuguismo, el cambalache y la maquinaci¨®n venal.
En cualquier an¨¢lisis conviene separar las voces.de los ecos. Despu¨¦s de la aparici¨®n p¨²blica de estos dos casos de captaci¨®n monetaria de los votos, sorprenden varias cosas; por ejemplo, el silencio clamoroso de algunas de las empresas y personas que, presuntamente, estaban detr¨¢s de Gustavo Dur¨¢n y que quedan marcadas por la duda; por ejemplo, la aparici¨®n generalizada de denuncias de otros sobornos (Galicia, Cantabria, Andaluc¨ªa) embalsados durante meses en el silencio y que sirven ahora para aumentar el caos, ya que, en varios de ellos, las v¨ªctimas y los corruptores no son las mismas formaciones que en Madrid. Es cuando menos curiosa la presentaci¨®n del soborno como moda social de nuestros pol¨ªticos en el momento del inicio de una campa?a electoral, desplazando del primer punto de atenci¨®n las luchas financieras de los ¨²ltimos meses. Sorpresa y curiosidad que se tornan en sospecha cuando se conoce que han intervenido en el desarrollo de la cuesti¨®n algunos de los m¨¢s h¨¢biles gabinetes de imagen y despachos de influencias.
Frente a esta situaci¨®n degradante que evidentemente afecta m¨¢s a quienes gobiernan -sobre todo porque llegaron al poder bajo el lema de los cien a?os de honradez-, los socialistas se han hallado solos; no han encontrado instituciones ni colectivos amigos que defiendan p¨²blicamente sus actitudes y enarbolen la bandera de la ¨¦tica, lanzando el mensaje de que no todos son iguales y que las pr¨¢cticas pol¨ªticas, al margen de su eficacia, tienen basamentos ideol¨®gicos contrarios. El dolor y la estupefacci¨®n que manifiestan quienes ahora se sienten aislados e incomprendidos es el de quienes se han desprendido poco a poco de su base social natural, haciendo gala de despotismo ilustrado. Es sintom¨¢tico que en el cenit de esta confusi¨®n de confusiones, cuando la izquierda est¨¢ a punto de perder la paradigm¨¢tica alcald¨ªa de la capital y peligra el Gobierno de la Comunidad de Madrid, los sindicatos adopten una posici¨®n contemplativa, sin que se sientan concernidos ni concedan apoyos unilaterales de ning¨²n tipo.
Surge de nuevo la teor¨ªa del suicidio, que de forma premonitoria advirti¨® hace escasos meses Joaqu¨ªn Leguina cuando dijo que no comprend¨ªa "por qu¨¦ el PSOE y UGT han ido al suicidio est¨²pido". Comienzan a palparse algunas de las consecuencias profundas del divorcio Gobierno-centrales sindicales para el proyecto socialdem¨®crata, m¨¢s all¨¢ del desacuerdo coyuntural.
Para evitar el desencanto, antesala del suicidio pol¨ªtico, urge acabar con la ¨¦tica de la basura y de los insultos personales. Para limitar el creciente deterioro de la vida pol¨ªtica no cabe la resignaci¨®n; se cuenta con el ¨²nico sistema en el que es posible lograrlo: el Estado de derecho y de la participaci¨®n de los ciudadanos. La luz y los taqu¨ªgrafos son la mejor defensa contra los partidarios del cuanto peor, mejor. Hay fariseos que arremeten contra la podredumbre no para moralizar a unos cuantos, sino para llenar de mierda al resto. No es verdad que todo, ni la mayor parte, sea corrupci¨®n; hay muchos pol¨ªticos honestos en la derecha y en la izquierda. Salir de la confusi¨®n significa reivindicar, una vez m¨¢s, aquella hermosa frase de Victoria Camps: "La ¨¦tica es una l¨¢grima de la necesidad". Nunca se va m¨¢s lejos que cuando no se sabe hacia d¨®nde se camina.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.