Peces, p¨¢jaros, sirenas, seducciones
En el espacio de pocos meses recibo dos nuevas visitas de la mitolog¨ªa: Las bodas de Cadmo y Armon¨ªa, de Roberto Calasso (Adelphi), y, reci¨¦n publicado, El canto de las sirenas, de Mar¨ªa Corti (Bompiani).Calasso ve el corpus mitol¨®gico como una gran estructura arquet¨ªpica, torbellino de variantes, todas ya inscritas en su naturaleza contradictoria, hasta el punto de que "las nuevas variantes deb¨ªan ser raras y poco visibles" (p¨¢gina 316).
En cambio, Mar¨ªa Corti sigue precisamente las metamorfosis que el mito de las sirenas sufre a lo largo de la historia. Si en Calasso las referencias al despu¨¦s son raras y entre par¨¦ntesis para no turbar la pureza de una par¨¢bola inmemorial, en Mar¨ªa Corti las sirenas se transforman hasta hacerse familiares en una historia de amor contempor¨¢nea (de la que su autora consigue extraer ligerezas primaverales de la fun¨¦rea vicisitud de las oposiciones universitarias, como ya hab¨ªa sabido hacer, hace a?os, en aquella deliciosa novela que era El baile de los sabios).
No se trata precisamente de una novela, todo lo m¨¢s es una breve saga. Pero en vez de intentar clasificarlo, es mejor obtener de ella el doble placer del texto (empapado de divertidas referencias hist¨®rico-literarias y de graciosas concesiones al estilo bajo de la conversaci¨®n) y de la intertextualidad.
Tal vez por culpa de la sirenita de Andersen lo hab¨ªamos olvidado, pero en la mitolog¨ªa antigua las sirenas ten¨ªan alas, vientre, patas y garras de rapaz. Y si -dice Mar¨ªa Corti- adoptan la cola marina s¨®lo hacia el siglo VII despu¨¦s de Cristo, hay textos medievales en los que a¨²n pertenecen a la ornitolog¨ªa. Espoleado por la curiosidad, he comprobado que entre los siglos II y III, en el Fisi¨®logo, todav¨ªa tienen la parte inferior como la de una oca. Pero hacia el siglo IX, en el L¨ªber monstru¨®rum, tienen cola de pez. En el Bestiario de Cambridge del siglo XII, el texto las presenta como vol¨¢tiles, pero el miniador llega a un compromiso con los nuevos tiempos: alas en el talle, patas de ¨¢guila y cola acu¨¢tica. En los caracteres de madera del Libellus de natura anim¨¢lium, impreso en la primera d¨¦cada del siglo XVI, la cola ¨ªctica se duplica. En homenaje a la simetr¨ªa de finales de siglo, en la edici¨®n de las obras de Ambrosio Par¨¦ de nuevo se ven cola de pez y patas de p¨¢jaro. En la ¨¦poca barroca, Caspar Schott, en su Physica curiosa, resuelve as¨ª la cuesti¨®n: las sirenas tienen ciertamente cola de pez porque lo dice Athanasisu Kircher, pero antes eran p¨¢jaros con "gallin¨¢ceos, pedes", y probablemente sean tanto as¨ª como as¨¢.
Divagando entre una leyenda de la Otranto medieval y una historia milanesa, en la que incluso aparece un bolso de Gucci, Mar¨ªa Corti nos cuenta la historia de un s¨ªmbolo: el de la seducci¨®n del conocimiento, que no tiene la forma fisiol¨®gicamente invariable del deseo carnal y es menos pasajera. La seducci¨®n de la inteligencia no perdona ni siquiera en la edad tard¨ªa. Ulises cree haber resistido al canto de las sirenas, pero un gusano se le insin¨²a en el cerebro. Dejar¨¢ de nuevo su t¨¢lamo y su patria y se perder¨¢ en el intento de violar lo incognoscible. Seducido tanto por Schott como por Mar¨ªa Corti, fui a consultar el Magnes de Kircher, y en ¨¦l encontr¨¦ que en los mares orientales existen criaturas llamadas duyon, de cabeza redonda, sin cuello, brazos toscos y, naturalmente, cola marina. El grabado los muestra como sir¨¦nidos de ambos sexos, m¨¢s bien fe¨²chos y, carentes de seducci¨®n. Kircher despeja a c¨®rner afirmando que sus huesos tienen virtudes hemost¨¢ticas. ?Pobre de m¨ª! Por buscar sirenas en una enciclopedia fui a descubrir que los duyon de Kircher eran unos dugones o dugongos, mam¨ªferos acu¨¢ticos semejantes a los ungulados, con aletas articuladas en el brazo y en el antebrazo y con un rostro grotescamente antropornorfo.
?Muerte de un mito? Sin embargo, en el ¨²ltimo cap¨ªtulo del libro de Mar¨ªa Corti, las sirenas, supervivientes a las ulisiadas de la astron¨¢utica, no cejan: cambiar¨¢n su apariencia y su t¨¦cnica de seducci¨®n, pero en la general danza de la insignificancia seguir¨¢n buscando v¨ªctimas elegidas y privilegiadas. C¨®mo todas esas fantas¨ªas puedan generar un libro tan agradable lo insin¨²a uno de los cuentos: "Estaba sentada un jueves en la mesa de su terraza milanesa cuando se dio cuenta con la m¨¢xima naturalidad de que una combinaci¨®n de algunas palabras generaba una maravilla comparable a la de un ni?o que con un juego combinatorio de piezas crea un objeto".
Traducci¨®n:
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