El presente
Andan estos d¨ªas los fil¨®sofos y los cient¨ªficos a la b¨²squeda del presente perdido en la noche posmoderna. Es una buena noticia. Pensar el presente significa que aquellos ruidosos funerales de la raz¨®n y el progreso grandes quedaron en nada. O, sencillamente, que el muerto resucit¨® al cabo de unas ceremonias ochentales que sol¨ªan confundir el pos con el pop. No olvidemos que el Siglo de las Luces se inaugura cuando los ilustrados descubren el presente y deciden elevarlo a categor¨ªa filos¨®fica, moral y cient¨ªfica. Como tampoco es casualidad que los frustrados asesinos del proyecto moderno se dedicaran todos estos a?os a conjurar el ahora mismo por el viejo truco de sacralizar el pasado y profanar el futuro.Pero no es tarea sencilla. El presente ya no es lo que era. Se nos ha convertido en tina paradoja escurridiza y compleja. A fin de cuentas, el futuro siempre es propaganda del presente. De la misma manera que las excursiones nost¨¢lgicas hacia el ayer, especialmente las literarias, son abominaciones o fugas del hoy. Cuando los apocal¨ªpticos rojos o verdes, o verdirrojos, nos pinta un ma?ana a base de boinas nucleares, desiertos veloces, seres robotizados y otras c¨¦lebres calamidades, no est¨¢n imaginando el futuro posible, sino criticando unas muy concretas maneras de vivir y gobernar el presente. Y lo mismo ocurre con los futurismos de la acera de enfrente, con los optimistas que ofertan porvenires dise?ados seg¨²n el modelo del happy end con beso de tornillo. Tambi¨¦n el utopismo feliz es publicidad del presente, pero publicidad institucional.
Por exclusi¨®n: el presente es cuando ocurre algo que nadie imagin¨® que pod¨ªa ocurrir y de consecuencias imprevisibles o perversas.
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