Jomeini, todo el poder para el islam
Cl¨¦rigo, pol¨ªtico y hombre, una misma personalidad atormentada
, Sayed Ruhol¨¢ Musavi Jomeini era gran ayatol¨¢ del islam shi¨ª, linaje del profeta Mahoma y Gu¨ªa de la Revoluci¨®n isl¨¢mica de Ir¨¢n. Su vida estuvo siempre rodeada por el luto y el aura atormentada que rodea a los shi¨ªes, la secta isl¨¢mica establecida en Ir¨¢n que aguarda la culminaci¨®n de los tiempos con el retorno al mundo del duod¨¦cimo im¨¢m, Mahdi, oculto desde la Edad Media tras desaparecer en una cripta de la ciudad de Samarra.
Jomeini naci¨® en la ciudad de Jomein, en el interior de Ir¨¢n, en la primavera de 1900, en el seno de una familia profundamente religiosa de la estirpe del profeta Mahoma. Su padre, Mustaf¨¢, ayatol¨¢ shi¨ª, muri¨® a los 42 a?os a manos de los esbirros de un se?or feudal, Mozafared¨ªn, cuando Jomeini contaba cinco meses de edad. A los quince a?os muri¨® su madre y, casi al mismo tiempo, una anciana t¨ªa adorada por el joven Ruhol¨¢ que le cri¨® de ni?o.
Su vida qued¨® marcada por la orfandad y la muerte de otros familiares cercanos. Tal vez por ello Jomeini fue en su adolescencia apodado Indi (indio), por sus meditaciones continuadas y su rostro atormentado por una tristeza profunda y oscura que conservar¨ªa siempre.
Tras realizar estudios primarios en su ciudad de origen, Jomeini mostr¨® desde entonces inclinaci¨®n por los estudios religiosos isl¨¢micos, en los que muy pronto destac¨® junto al gran ayatol¨¢ Abdul Heri.
A partir de entonces y durante casi cuarenta a?os, su vida transcurri¨® plenamente dedicada a los saberes isl¨¢micos, si bien su constante atenci¨®n por la pol¨ªtica se arraigaba en la tradici¨®n shi¨ª de oposici¨®n, no siempre en descubierta, a los reg¨ªmenes dictatoriales y al colonialismo.
Poco despu¨¦s de culminar sus estudios inciales se traslada a la ciudad santa de los shi¨ªes iran¨ªes, Qom, 140 kil¨®metros al Sur de Teher¨¢n, donde prosigue sus estudios junto a los grandes ayatol¨¢s Burujerdi y Sadr. De esta etapa arrancan sus avances en estudios cor¨¢nicos, que le aproximan a posturas doctrinales cada vez m¨¢s enfrentadas al poder imperial de Mohamed Reza Pahlevi.
Comienza su exilio, la tercera parte de su vida, primero en Turqu¨ªa, luego en Najaf, la ciudad santa de los shi¨ªes en Irak. All¨ª pas¨® catorce a?os.
La biograf¨ªa pol¨ªtica del gran ayatol¨¢ (ayatol¨¢ al Ozma) Ruhollah Jomeini ha discurrido en paralelo a la transformaci¨®n del Islam shi¨ª, de la cual ¨¦l fue uno de los principales adalides. Con un arrojo fuera de lo com¨²n, protagoniza en Ir¨¢n las corrientes dinamizadoras que hacen salir al Islam en Oriente Medio y a la corriente mayoritaria del shi¨ªsmo de anteriores actitudes de adaptabilidad o ignorancia respecto a los poderes establecidos.
Las reservas morales a la participaci¨®n del clero en la pol¨ªtica directa desaparecieron tras los cambios doctrinales por ¨¦l preconizados, que hab¨ªan venido acompa?ados por otro igualmente crucial. La idea paradis¨ªaca isl¨¢mica, que remit¨ªa al otro mundo la consecuci¨®n de la felicidad plena, di¨® paso a una concepci¨®n mucho m¨¢s terrenal, si no del placer, s¨ª de la necesidad de la lucha contra el sufrimiento y las penalidades en el mundo.
Jomeini di¨® a sus seguidores, bajo el manto del Islam shi¨ª actualizado, la fe, la confianza y la voluntad militante de luchar contra el sha, encarnaci¨®n material y pr¨®xima de Sat¨¢n para el anciano ayatol¨¢. Sat¨¢n ser¨ªa luego el imperio estadounidense, el baasismo iraqu¨ª, los wahabitas saud¨ªes y todos aquellos poderes que lucharon por apagar las llamas que en Teher¨¢n, Ispahan y Qom consum¨ªan con un ardor irresistible los corazones de miles de j¨®venes dispuestos al martirio tras escuchar el mensaje nasal, profundo e inquietante de Jomeini.
Su voluntad de poder se vi¨® siempre unida a una frialdad implacable hacia aquellos que consideraba enemigos del Islam, a quienes no dudaba en mandar al pat¨ªbulo. Para lograrlo cont¨® siempre con colaboradores totalmente fieles como Asadollah Lajevardi, durante a?os jefe de la c¨¢rcel de Ev¨ªn, en Teher¨¢n, donde miles de opositores muyaidines, comunistas y fedayines desfilaron ante los piquetes de ejecuci¨®n. Como el ayatollah Gilani, que no dud¨® un ¨¢pice a la hora de mandar fusilar a dos de sus hijos enfrentados al r¨¦gimen.
Odiado por unos, adorado por otros, temido por todos, Ruholla Jomeini bas¨® su poder en algo que opera sobre el inconsciente colectivo de los shi¨ªes: la creencia en que el anciano imam era, a modo de Juan Bautista, quien abr¨ªa los caminos y anunciaba la llegada del Mahdi redentor. Crey¨® siempre en sus palabras, por encima del dolor y de la sangre.
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