Una entrada, por favor
Exteriores del Forum, en Ingelwood, California. Un mar de gente espera pacientemente la apertura de las taquillas. Los Lakers han decidido poner a la venta ¨²nicamente 1.500 entradas de las 17.000 que tienen de aforo. Por fin, despu¨¦s de muchas horas distra¨ªdas con freesbers y mastod¨®nticos radiocasetes, comienza el reparto. Los primeros afortunados vuelven con cara de sorpresa. Sus manos no sostienen las ansiadas entradas, sino papeletas para una rifa. Caracoleando por all¨ª, alg¨²n que otro portador de felicidad conseguida qui¨¦n sabe c¨®mo ofrece el man¨¢ a precio de oro. Los ¨²ltimos partidos de Kareem en Los Angeles lo valen. A una semana del comienzo, la cotizaci¨®n estaba en unos 1.500 d¨®lares (al cambio, casi 190.000 pesetas). El dinero no da la felicidad, pero a veces ayuda mucho.Auburn Hills, el campo de los Pistons. Diez mil personas asisten a la retransmisi¨®n del sexto partido de la semifinal Detroit-Chicago a trav¨¦s de cuatro gigantescas pantallas de televisi¨®n, ya que el partido se juega en Chicago. Aplausos, silbidos, bailes, hamburguesas, perritos y dem¨¢s
alimentos ricos en colesterol componen una imagen t¨ªpicamente americana. Se ha reunido gente suficiente para llenar un Madrid-Barcelona en el Palacio de los Deportes. Tambi¨¦n ser¨¢ duro sacar entrada en Detroit.
Estos dos ejemplos sirven para ilustrar la expectaci¨®n que existe en Estados Unidos con vistas a los play offs y, sobre todo, a la gran final. La perfecta sincronizaci¨®n entre los tres deportes estrellas (baloncesto, f¨²tbol americano y b¨¦isbol) permite una concentraci¨®n del inter¨¦s.
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