Ausencias
La fiesta de los sanfermines ofrece algunas peculiaridades que sus cronistas no suelen se?alar, quiz¨¢ porque se producen no por acci¨®n, sino por omisi¨®n. Dos instituciones o cuerpos colectivos presentes en todas las aglomeraciones humanas se echan aqu¨ª de menos. Me refiero a los japoneses y a la Polic¨ªa Nacional.La falta de polic¨ªas es comprensible. Nadie ignora que bajo el ambiente de desenfadada alegr¨ªa caracter¨ªstico de los sanfermines hay tensiones latentes que los uniformados podr¨ªan activar con su sola presencia. Las llamadas fuerzas del orden cumplir¨ªan aqu¨ª una funci¨®n contraria a la que normalmente se les encomienda; ser¨ªan una incitaci¨®n al desorden.
Lo que no resulta tan comprensible es que apenas se produzcan actos delictivos en esta espesa y apretada concentraci¨®n de gentes desinhibidas por el alcohol, gentes de los m¨¢s diversos talantes, cala?as y cataduras.
Es cierto que las cr¨®nicas de sucesos registran apu?alamientos y violaciones, pero con eso, por desgracia, hay que contar siempre. En Albuquerque, EE UU, apacible ciudad rebosante de polic¨ªas en la que habitualmente resido, se producen m¨¢s episodios de ese tipo cualquier s¨¢bado por la noche que en Pamplona durante los nueve d¨ªas de dionisiaco alboroto.
Agresiones
No puedo negar que las agresiones menudean en estas calles intransitables, pero carecen de intenci¨®n criminal y el agredido debe recibirlas con una sonrisa, o mejor a¨²n, si el dolor se lo permite, con una risotada. Son sencilla y sincera expresi¨®n del sentido l¨²dicro del personal.
Si te roc¨ªan con harina y despu¨¦s, para terminar el ali?o, te riegan con un generoso chorro de champa?a, date por rebozado y sonr¨ªe. En el regazo de una muchacha se instala un borracho de innoble vestimenta, y la muchacha se levanta de su silla, lo deja caer al suelo y sonr¨ªe.
Estos modos de convivencia que envidiar¨ªa un lord ingl¨¦s, esta capacidad para sufrirse mutuamente en condiciones dificil¨ªsimas son ejemplares en los sanfermines. Con m¨¢s espacio para convivir, las ratas encerradas con fines experimentales en una peque?a jaula por los estudiosos de la conducta animal no tardan en devorarse sin contemplaciones. La carencia de japoneses, la verdad, no me la explico. "Es culpa de la organizaci¨®n", me dice un indignado ciudadano. "Habr¨ªa que subvencionarlos. Bastante nos critican ya por otras cosas".
Alguien m¨¢s esc¨¦ptico me pregunt¨® si me hab¨ªa fijado bien. En el encierro, insinu¨® sibilinamente, ?no vi aquellos toros, todos iguales, tan bien presentados, de peso aproximadamente id¨¦ntico y oblicua mirada? "Un ¨²ltimo dato, para que te enteres", concluy¨® con temeraria seguridad: "Esta tarde ser¨¢n abucheados por miopes".
No fue as¨ª, seg¨²n supe luego por la cr¨®nica de Joaqu¨ªn Vidal. Cuando me lo encuentro esta ma?ana, mi terco informador particular me dice por todo saludo: "No importa, seguro que llevaban lentillas".
Babelia
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