El rugido de la coca¨ªna
Los 'capos' del narcotr¨¢fico son hoy due?os de un imperio amenazado tan s¨®lo por la extradici¨®n a EE UU
Cuando un d¨ªa de agosto de 1982 Pablo Escobar lleg¨® al Congreso para ocupar su lugar como suplente, que logr¨® en la listas del Movimiento encabezado por el hoy precandidato liberal a la presidencia, Alberto Santofinio, los porteros le cerraron el paso. Actuaron as¨ª por una raz¨®n de protocolo: Pablo Escobar, a quien Colombia ya reconoc¨ªa como uno de los jefes de? narcotr¨¢fico, no usaba corbata. Don Pablo pidi¨® entonces prestada a uno de sus guardaespaldas la prenda que le hac¨ªa falta para poder entrar libremente al recinto de las leyes. Y as¨ª entr¨® en el Congreso Don Pablo, uno de los capos del narcotr¨¢fico que ha hundido a Colombia en el estado de guerra de facto.
Pero el ingreso del c¨¢rtel de Medell¨ªn en el alto mundo pol¨ªtico marc¨® el comienzo del final de los tiempos en los cuales los barones de la droga viv¨ªan felices y a sus anchas en Colombia. Hasta ese momento eran tratados pr¨¢cticamente como dioses. Todos se inclinaban ante el poderoso en canto del dinero que estos hombres repart¨ªan a manos llenas. Pablo Escobar ocupaba las portadas de las principales revistas del pa¨ªs. Le llamaban el Robin Hood colombiano. Se refer¨ªan con detalle a sus gestos generosos con los pobres de Medell¨ªn: casas, campos de f¨²tbol ilumina das con redes el¨¦ctricas... Entre tanto, Carlos Lehder, quien hoy cumple cadena perpetua en EE UU, presid¨ªa multitudinarias manifestaciones del Movimiento Latino Nacional, en la plaza p¨²blica de su ciudad, Armenia.Los c¨®cteles en los que los due?os de casa aparec¨ªan casi forrados en oro, las fiestas nocturnas con carreras de caballos al filo de la medianoche y en las cuales se rifaban coches y finos relojes entre los asistentes eran pan de cada d¨ªa en la vida social del pa¨ªs. A ellos asist¨ªan pol¨ªticos y dirigentes de todos los sectores Hasta la Iglesia, con la disculpa de utilizar el dinero para salvar almas, cay¨® en la tentaci¨®n.
Este debate lleg¨® a su m¨¢ximo nivel cuando el entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bolilla, acusado por el aliado de Pablo Escobar, el senador Jaime Ortega, de haber recibido dinero caliente, se defendi¨® de los cargos y denunci¨® que la mafia se hab¨ªa infiltrado en todos los estamentos de la sociedad; era due?o hasta de los equipos de f¨²tbol. En medio del ¨¢lgido debate, en octubre de 1983, los narcotraficantes llegaron hasta el despacho de este funcionario, intentando por primera vez un di¨¢logo con el Gobierno. El n¨²mero de la revista colombiana Semana del 23 de octubre de ese a?o, registr¨® el hecho as¨ª: "El resultado de esta charla fue una especie de paz pactada en la cual se acord¨® el retiro total de los narcotraficantes de la actividad pol¨ªtica, comenzando por el desmonte de los movimientos c¨ªvicos de Pablo Escobar y Carlos Lehder".
Lara Bolilla, asesinado
Pero el debate continu¨®, el di¨¢logo no se dio y el 30 de abril de 1986 cay¨® asesinado, tambi¨¦n por las balas del narcotr¨¢fico, el ministro de Justicia Rodr¨ªgo Lara Bolilla. Ten¨ªa 42 a?os y un futuro pol¨ªtico brillante.La reacci¨®n del Gobierno no se hizo esperar: el entonces presidente, Belisario Betancur, sin ocultar su rabia y su dolor, sac¨® a relucir en pleno funeral del ministro asesinado el arma m¨¢s temida por la mafia: anunci¨® la aplicaci¨®n del tratado de extradici¨®n, firmado en 1979 por el entonces embajador de Colombia en Estados Unidos, Virgilio Barco, actual presidente.
Este anuncio fue el anuncio de la guerra. Se allanaron lujosas fincas. Los hasta entonces personajes aceptados en sociedad se convirtieron en los pr¨®fugos m¨¢s buscados del pa¨ªs. Los jefes del negocio huyeron en desbandada y se refugiaron en Panam¨¢. All¨ª en el hotel Marriot, se dio el famoso encuentro de los grandes de la mafia con el procurador Carlos Gim¨¦nez. El resultado fue un memor¨¢ndum de los extraditables al presidente. En ¨¦l propusieron, entre otros, el desmonte de la estructura del narcotr¨¢fico, el reintegro de sus capitales al pa¨ªs, todo a cambio de echar abajo el tratado de extradici¨®n. En uno de los apartes de este documento, los extraditables sugirieron: "Revisar, a nivel interno, el estatuto nacional de estupefacientes, haci¨¦ndolo m¨¢s dr¨¢stico para evitar en el futuro que exista inter¨¦s alguno por parte de los ciudadanos colombianos en el tr¨¢fico de la droga". El Gobierno no dio respuesta a esta petici¨®n y continu¨® su lucha contra ellos. Fueron enviados a Estados Unidos los primeros, entre ellos Hern¨¢n Botero, ex parlamentario y propietario de un equipo de f¨²tbol.
S¨®lo hasta finales de 1986, cuando la Corte Suprema de Justicia tumb¨® el tratado de extradici¨®n por considerarlo inconstitucional, los capos de la droga volvieron a respirar tranquilos. Meses despu¨¦s, el presidente Virgilio Barco lo sac¨® de nuevo a la luz. La Corte lo tumb¨® meses despu¨¦s, de nuevo por inconstitucional. Y estos per¨ªodos de vigencia o no del tratado han marcado los per¨ªodos de alta o baja intensidad en esta guerra.
Pero el primer round de la guerra contra el narcotr¨¢fico cre¨® un nuevo fen¨®meno. Carlos G¨ªm¨¦nez, en el primer tomo de su libro Los documentos del procurador, asegura al referirse a esa ¨¦poca: "Hay que aceptar que el manejo del problema del narcotr¨¢fico, pese a todas las buenas intenciones con que se hizo, result¨® incongruente con la realidad y trajo un mal efecto, entre otros: que el narcotr¨¢fico se hubiera, en ciertas zonas y lugares, refugiado en una secreta protecci¨®n de elementos militares, dando lugar a un extra?o maridaje del cual brot¨® esta inc¨®gnita que el Gobierno debe despejar: la narcomilicia".
Se empez¨® entonces a hablar en Colombia de los ej¨¦rcitos particulares de los grandes mafiosos y se empezaron a escuchar historias que suenan casi a leyenda: que Pablo Escobar, rodeado de cientos de guardaespaldas, hab¨ªa llegado, tal o cual noche, a una discoteca del centro de Medell¨ªn, y se hab¨ªa dedicado toda la noche a beber con sus amigos mientras sus hombres vigilaban el lugar; que el Mexicano llegaba a las ferias de tal o cual pueblo mientras sus hombres, poderosamente armados, controlaban las entradas del pueblo. Muchos de estos casos, se dice, ocurrieron ante la mirada de las autoridades, pero nadie vio nada. Este maridaje del que habla el ex fiscal general de la naci¨®n puede explicar lo que muchos no entienden: ?Por qu¨¦, si todos saben en Colombia donde est¨¢n, donde viven, a qu¨¦ lugar asisten los grandes n arcotrafic antes jam¨¢s se les ha detenido?
En enero de 1987, la revista Semana pone en boca de una fuente del palacio de Gobierno esta declaraci¨®n: "El presidente, as¨ª como el alto mando, son conscientes ahora de que existen debilidades en ciertos sectores del Ej¨¦rcito y una preocupante corrupci¨®n en las fuerzas de polic¨ªa". En lo que va de este a?o, m¨¢s de 80 oficiales de la Polic¨ªa Nacional han sido retirados de sus cargos en lo que puede considerarse una verdadera operaci¨®n limpieza. Hasta el director general de esta instituci¨®n fue se?alado por la revista Time de Nueva York como ¨ªmplicado en el negocio de la droga.
Otros episodios de esta historia triste de Colombia dernuestran c¨®mo el poder corruptor del dinero quebrant¨® tambi¨¦n las s¨®lidas bases de la instituci¨®n judicial. Un s¨®lo ejemplo: en noviembre de 1986 fue detenido Jorge Luis Ochoa, uno de los grandes del c¨¢rtel de Medell¨ªn. Un mes despu¨¦s, la v¨ªspera de a?o nuevo, sali¨® feliz, por la puerta principal de la c¨¢rcel m¨¢s segura del pa¨ªs. Gol de la mafia, titularon los peri¨®dicos y despu¨¦s se supo que magistrados y jueces hicieron un montaje perfecto para darle visos de legalidad a la libertad del capo. La lista de inmoralidades ser¨ªa interminable; como es tambi¨¦n interminable la lista de magistrados yjueces asesinados a lo largo de esta guerra. Hasta el fiscal general de la naci¨®n, declarado defensor de la extradici¨®n; cay¨® acribillado en enero de 1988. Nadie en Colombia podr¨¢ olvidar la voz de un hombre, que minutos despu¨¦s de cometido este crimen, y hablando en nombre de los extraditables, anunci¨® por radio, con voz lenta y desafiante: "Hemos ajusticiado al procurador, el se?or Carlos Mauro Hollos, por traidor y vendepatr¨ªas. Escuchen: la guerra contin¨²a". Y repiti¨® s¨ªlaba por s¨ªlaba: "La-gue-rra-con-ti-n¨²-a".
Un reciente episodio, el caso Wamonen, a¨²n sin resolver, se?ala que los tent¨¢culos del narcotr¨¢fico habr¨ªan llegado hasta el alto Gobierno. Se dice tambi¨¦n que la mafia corrompi¨® hasta a la guerrilla.
La guerrilla y la coca¨ªna
Aseguran que el grupo guerrillero FARC, se?alado por algunos como el tercer c¨¢rtel de la mafia, se meti¨® al negocio de la coca¨ªna y realm¨® negocios con Rodr¨ªguez Gacha, y, luego incumpli¨® los pactos. La Uni¨®n Patri¨®tica (UP), organizaci¨®n de izquierda hija de este grupo guerrillero, habir¨ªa pagado con sus muertes esta deslealt.ad. Ahora se empieza a reveIar toda la verdad que se esconde tra.s ese fen¨®meno, que: el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) explica como la "terrible simbiosis entre narcotr¨¢fico, autodefensas, los grupos de sicarios entrenados por mercenarios extranjeros y los empresarios agrarios fatigados por el insistente acoso de la guerrilla".El ¨²ltimo cap¨ªtulo de esta guerira se inici¨® el pasado 16 de agosto. A las seis de la tarde, el magistrado Carlos Valencia fue asesinado en pleno centro de Bogot¨¢. Su crimen: ratificar los autos de detenci¨®n contra Pablo Escobar por el crimen del director del diario El Espectador y contra Gonzalo Rodr¨ªguez Gacha por el asesinato del presidente de la UP, Jaime Pardo Leal. El viernes siguiente las balas asesinas acabaron con la vida del coronel de la policia Valdemar Franklin Quintero. Su delito: haber hecho frente a la mafia en la provincia de Artioquia, en donde ¨¦l era jefe de la polic¨ªa. Ese mismo d¨ªa falleci¨® el precandidato liberal a la presidencia, el senador Lu¨ªs Carlos Gal¨¢n.
Ante esta demencial arremetida, el Gobierno nacional lanz¨® la rn¨¢s severa lucha que se conoce en el pa¨ªs contra la mafia: extradici¨®n y decomiso de bienes son las rnedidas aplicadas. La mafia ya respondi¨®: guerra al Gobierno, a la clase pol¨ªtica, a la clase industrial, a los magistrados y jueces, a los periodistas... pero insisten en el di¨¢logo con el Gobierno. Lo terrible es que ahora la guerra es casi un suicidio; lo terrible es que ahora el di¨¢logo, con tantos muertos de por medio, ser¨ªa demasiado humillante.
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