La ley del silencio
Una mezcla de miedo y agradecimiento impera en el pueblo natal del narcotraficante Rodr¨ªguez Gacha
Nadie se atreve hoy a pronunciar en voz alta el nombre de Jos¨¦ Gonzalo Rodr¨ªguez Gacha, el Mexicano, en su ciudad natal, Pacho, pero son muchos lo que a?oran su millonaria presencia y muchos m¨¢s los que temen que el fin del famoso narcotraficante tambi¨¦n pueda llevar a la ruina a esta ciudad pr¨®spera, donde gracias al dinero de la coca¨ªna, ganaderos analfabetos y campesinos sin tierra se desplazan ahora en modernos y car¨ªsimos veh¨ªculos de todo terreno. "Nunca lo he visto", "no s¨¦ nada de ¨¦l", "hace mucho que no pasea por el pueblo".
Todos repiten lo mismo en una animada ma?ana de s¨¢bado en la plaza principal de la ciudad, frente a los restos de una iglesia que se termin¨® cayendo por culpa de un cura escrupuloso que se neg¨® a aceptar la ayuda ofrecida por El Mexicano. Hombre de una primitiva religiosidad, que ha llenado sus fincas de figuras de todas las v¨ªrgenes conocidas, Rodr¨ªguez Gacha quer¨ªa ver en su pueblo una iglesia con paredes de m¨¢rmol y figuras de oro, pero el p¨¢rroco rechaz¨® la oferta, lo que le provoc¨® la antipat¨ªa del pueblo y a la larga le oblig¨® a buscar otro lugar para sus sermones.Ni siquiera el alcalde de la ciudad, Jos¨¦ Gonzalo Bustos, se atreve a pronunciar el nombre de su poderoso vecino. Bustos insiste en que a ¨¦l no le consta que Rodr¨ªguez sea, como se dice, due?o del 70% de Pacho, que no le consta que las sociedades an¨®nimas que formalmente aparecen como propietarias de las fincas del Mexicano en el pueblo le pertenezcan realmente. Ni siquiera quiere recordar si alguna vez en la vida le ha visto.
Es obvio que ni el alcalde ni el resto de los habitantes de Pacho, situada a menos de un centenar de kil¨®metros de Bogot¨¢, dicen toda la verdad. Lo cierto es que pocos en el pueblo son capaces de olvidar las fiestas de julio de 1988, cuando El Mexicano recorri¨® las calles a caballo en compa?¨ªa de 120 jinetes. Ni es f¨¢cil olvidar las corridas de toros organizadas por Rodr¨ªguez y que consegu¨ªan reunir sobre el ruedo de una ciudad de menos de 80.000 habitantes las m¨¢s importantes figuras de la tauromaquia colombiana.
Mariachis
Est¨¢ tambi¨¦n vivo en el recuerdo las actuaciones de los mariachis, y sus mejores cantantes, encabezados por Vicente Fern¨¢ndez. Se acuerdan tambi¨¦n en Pacho de los cientos de litros de leche que hac¨ªa llegar diariamente al hospital, de los regalos que repart¨ªa cada Navidad entre sus empleados y amigos, y de la atenci¨®n que prestaba a todos los que se acercaban a sus fincas en busca de ayuda. Se le agradece que nunca instalase laboratorios de coca¨ªna en su pueblo y que incluso dirigiese una campa?a contra las drogas cuando aparecieron all¨ª los primeros rastros del bazuko (cigarrillo hecho con los restos de la coca¨ªna tras el refino).
Hasta Miguelito Patecazuelas, un pintoresco anciano que se ha pasado la vida vendiendo peri¨®dicos por las calles, baja su voz gastada para recordar desde un banco del asilo de la ciudad los d¨ªas en que don Gonzalo le visitaba y le daba unos centavitos. Rodr¨ªguez cogi¨® cari?o a este personaje y coloc¨® una foto suya en la pared de la principal taberna del pueblo, ocupada hoy por el Ej¨¦rcito, as¨ª como la emisora de radio, la discoteca, un restaurante y 12 fincas gigantescas.
Como resultado de la operaci¨®n de represalia del Gobierno del presidente Barco contra Rodr¨ªguez Gacha han quedado sin trabajo en el pueblo cerca de 2.000 personas que se ocupaban de atender los negocios del narcotraficante. "Las medidas militares han dejado sin pan a siete personas por cada obrero desempleado", se queja el presidente del municipio, quien el pasado mi¨¦rcoles lleg¨® a ser sustituido por un alcalde militar poco antes de que el Gobierno revocase el decreto que hab¨ªa anunciado un d¨ªa antes.
En opini¨®n del alcalde, Pacho es una balsa de aceite. Nunca ha visto hombres armados en la ciudad ni en las propiedades de Rodr¨ªguez Gacha, nunca han existido paramilitares ni ha tenido que hacer frente a ninguna situaci¨®n delicada provocada por su gente.
El coronel Jaime Uscategui reconoce que no ha encontrado colaboraci¨®n por parte de la poblaci¨®n de Pacho para seguir la pista de Rodr¨ªguez. Desde un despacho instalado en el interior de la finca La Chihuahua, una de las 12 ocupadas por el Ej¨¦rcito, el coronel da las ¨®rdenes en este combate contra el narcotraficante, con pocas esperanzas, de dar con su paradero.
El jefe militar obtuvo un gran ¨¦xito con la detenci¨®n de uno de los hijos de Rodr¨ªguez, Fredy, quien permanece en manos del Gobierno como un verdadero reh¨¦n de cara a futuras negociaciones. Cuando Uscategui interrog¨® a Fredy, de 18 a?os, ¨¦ste le confes¨® que ¨¦l s¨®lo era "un chino cagueta" (un ni?o asustado), pero el coronel ha recogido despu¨¦s testimonios de c¨®mo el hijo del Mexicano se paseaba amenazante por la ciudad rodeado de guardaespaldas y haciendo girar en torno a su dedo ¨ªndice un rev¨®lver Magnum. Una de estas armas le fue encontrada a Fredy cuando cay¨® preso en compa?¨ªa de siete guardaespaldas que iban provistos tambi¨¦n de granadas de fragmentaci¨®n, fusiles AK-47 y pistolas Bereita.
El caballo 'Tupacamaru'
Junto a los soldados que ocupan hoy La Chihuahua permanecen 17 de los antiguos empleados de Rodr¨ªguez con la misi¨®n de cuidar la propiedad y cuidar de las vacas, cerdos, chivos, venados, palomas y a los lujosos caballos pura sangre que sus hombres no se pudieron llevar consigo en su huida. No dejaron all¨ª, por supuesto, al hijo m¨¢s querido del Mexicano, el caballo Tupacamaru, el mejor ejemplar de Colombia, valorado en 300 millones de pesos (cerca de 100 millones de pesetas) que viv¨ªa en La Chihuahua en una casa alfombrada provista de dos espacios, uno para comer y otro para depositar el excremento, as¨ª como un peque?o altar donde se exponen algunas de las medallas y su fotograf¨ªa.
Junto a la casa de Tupacamaru hay un bar de estilo tejano donde los soldados se ven obligados a contar dolorosamente los cientos de cajas de whisky escoc¨¦s, coft¨¢ franc¨¦s, champaf¨ªa Mo¨¦t y jerez T¨ªo Pepe. A pocos metros de all¨ª, rodeado de un c¨¦sped bien cuidado, se encuentra el lujoso apartamento de tejado c¨®ncavo que Rodr¨ªguez utilizaba como dormitorio, con una cama agitable por motores instalados en la cabecera y en los pies. En el armario todav¨ªa se guardan camisas de seda con etiquetas italianas, y en el cuarto de ba?o, dominado por una gran ba?era triangular, siguen llenos de cremas y lociones de conocidas marcas francesas. Desde el apartamento se llega, caminando por una alfombra verde, a la sauna y el jacuzi, donde Rodr¨ªguez sol¨ªa atender asuntos de negocios.
La ley del silencio impuesta en Pacho responde a una mezcla de agradecimiento y miedo. La poblaci¨®n est¨¢ orgullosa de que hubiese en Pacho tantos coches que hab¨ªa sido necesaria la instalaci¨®n de sem¨¢foros, as¨ª como un ej¨¦rcito privado que en los ¨²ltimos a?os consigui¨® expulsar a la guerrilla de los alrededores. Muchos de esos paramilitares est¨¢n ahora sin empleo y m¨¢s de un centenar de ellos se ha marchado a engrosar los grupos de autodefensa del Magdalena Medio.
Los pachunos no descartan que un d¨ªa El Mexicano vuelva a comer fritangas campesinas en la ciudad. Por si acaso, guardan silencio. "?sta es la base de su imperio, que tard¨® 10 a?os en levantarse y costar¨¢ mucho derribar", dice el coronel.
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