Espacio europeo, acci¨®n sindical
Los partidos de izquierda dan gran importancia a la Carta Social Europea. ?No estar¨¢n dejando de lado el grano por la paja?No nos demoremos sobre el contenido real, m¨¢s que modesto y pasablemente ambiguo, de esta carta. En todo caso, no responde a los principales desaf¨ªos que el Acta ?nica representa para los trabajadores.
Sobre las libertades sindicales pesa una amenaza concreta, particularmente sobre el derecho de huelga. El Gobierno de la se?ora Thatcher ha prohibido las huelgas solidarias. Ha prohibido, pr¨¢cticamente, los piquetes de huelga en masa. Se incaut¨® de los bienes de los grandes sindicatos con el pretexto de que ¨¦stos habr¨ªan violado esas injustas leyes. Recientemente la patronal portuaria de Londres despidi¨® a los trabajadores de los muelles que estaban en huelga, inclusive a los delegados sindicales.
Es imposible que esta represi¨®n del Estado no tenga repercusi¨®n en el resto del Mercado Com¨²n.
?Es posible imaginar a los trabajadores portuarios ingleses, a quienes se les proh¨ªbe hacer piquetes en sus muelles, pero apoyando esos mismos piquetes en Calais, Dunkerque, Ostende, Zeebrugge, Vlissingue, Hoek van Holland? ?Imaginar huelgas solidarias con huelguistas de los transbordadores, prohibidas en el Reino Unido, pero toleradas en Irlanda, Francia, B¨¦lgica, Holanda, la RFA? ?Qu¨¦ pasar¨ªa con los trenes que rueden por el eurot¨²nel bajo el Canal de la Mancha si tienen un personal mitad ingl¨¦s, mitad continental? ?Podr¨¢n desatarse huelgas solidarias con el 50% del personal, pero no con la totalidad? Es evidente el absurdo de la situaci¨®n.
La amenaza es tanto m¨¢s concreta cuanto que ya se han producido despidos de delegados sind¨ªcales en Francia, B¨¦lgica y otros pa¨ªses.
Votaci¨®n parlamentaria
?Acaso los grupos de izquierda del Parlamento Europeo no deber¨ªan someter a una votaci¨®n prioritaria una declaraci¨®n que se oponga a toda restricci¨®n de las libertades sindicales y al derecho de huelga, tal como funcionan hoy en los pa¨ªses de la Comunidad Europea donde es m¨¢s libre la acci¨®n sindical? ?Acaso no deber¨ªan reclamar la extensi¨®n de esta mayor libertad ya existente al conjunto de los 12 pa¨ªses?
Una segunda prioridad concierne a las consecuencias econ¨®micas inmediatas del Acta ?nica. Parece establecido que la unificaci¨®n del espacio econ¨®mico europeo provocar¨¢ reestructuraciones y nuevos despliegues de firmas, que suprimir¨ªan por lo menos dos millones de puestos de trabajo; algunos citan incluso la cifra de tres millones. Esas supresiones de empleo har¨¢n aumentar la desocupaci¨®n estructural masiva ya existente en la Comunidad Europea.
Vendr¨ªan a a?adirse a los desocupados coyunturales suplementarios, resultantes de la inevitable recesi¨®n de aqu¨ª a 1992, o incluso mucho antes de esta fecha.
En estas condiciones, la acci¨®n com¨²n de los sindicatos y de los partidos de izquierda, simult¨¢nea con la acci¨®n directa y la iniciativa legislativa en los parlamentos nacionales y en el Parlamento Europeo -como antes en la lucha por la jornada de ocho horas-, deber¨ªa apuntar a la instauraci¨®n inmediata de la semana de 35 horas (o sea, 32: 4x8) sin reducci¨®n del salario semanal.
El movimiento sindical europeo perdi¨® una excelente oportunidad para actuar en tal sentido cuando los sider¨²rgicos del Ruhr emprendieron una decidida acci¨®n por la semana de 35 horas.
Ahora, los metal¨²rgicos del Reino Unido iniciaron una campa?a con el mismo objetivo. Merece el resuelto apoyo de todos los trabajadores y de todos los sindicatos de los 12 pa¨ªses. Debiera extenderse de manera decididamente unitaria al conjunto de la Comunidad Europea,.
Los partidos de izquierda y la mayor¨ªa de los sindicatos de los 12 pa¨ªses se declaran entusiastas partidarios de la unificaci¨®n europea. Para ellos s¨®lo existe Europa.
Europa unida equivale, para ellos, a crecimiento econ¨®mico y progreso social asegurado. M¨¢s poder para las instituciones europeas, comenzando por el Parlamento Europeo: ¨¦se es su credo, y Jacques Delors, su profeta.
Monopolios
La Europa de que hablamos sigue siendo, por supuesto, una Europa capitalista, a la vez que monopolista en los hechos y neoliberal en lo pol¨ªtico y en las instituciones; es decir, que deja el mayor espacio libre posible para la acci¨®n de los monopolios. Para saber si, en definitiva, habr¨¢ un banco central europeo, si el ECU se convertir¨¢ en una moneda europea en pleno sentido, no es a la se?ora Thatcher, ni a Delors, ni siquiera a PohI, de Bundesbank, a quienes hay que interrogar. La decisi¨®n depender¨¢ del ¨²ltimo an¨¢lisis de los directivos de Philips, de la Fiat, de BP, de Siemens, de la Aeroespacial, de GEC, de DaimIer Beriz, de la Barclay's, de Paribas y de tutti quanti.
Las grandes multinacionales europeas, norteamericanas, japonesas, operan libremente en el espacio europeo. Desplazan a su voluntad capitales, inversiones, puestos de trabajo de un pa¨ªs a otro, como los desplazan tambi¨¦n de un continente a otro. Incitan a los gobiernos nacionales y a las instituciones europeas a multiplicar los incentivos que influyen sobre estos desplazamientos.
Henos en el coraz¨®n de una contradicci¨®n fundamental de la pol¨ªtica de izquierdas y de la mayor¨ªa de los sindicatos de la CE. Ante esta realidad irreversible de internacionaliz aci¨®n del capital, casi todos se dejan apresar en la trampa de la defensa de la competitividad de la econom¨ªa nacional. Esto significa que est¨¢n prontos a aceptar diversas variantes de la pol¨ªtica de austeridad por poco que se les demuestre que ¨¦sta es necesaria para evitar la fuga de capitales o para atraerlos del extranjero.
Contrariamente a todo este an¨¢lisis econ¨®mico-cient¨ªfico, estas demostraciones se reducen, 9 de cada 10 veces, a la tesis de que en el extranjero los costes del trabajo son m¨¢s bajos que aqu¨ª.
Se trata, evidentemente, de una pol¨ªtica de chapuzas. Mientras los partidos de izquierda queden aprisionados por la misma l¨®gica de defensa de la competitividad de la econom¨ªa nacional, toda reducc¨ª¨®n directa o indirecta del salario real en un pa¨ªs implica inevitablemente presiones a favor de reducciones similares en otros pa¨ªses de la Comunidad Europea.
Esto los arrastra a un c¨ªrculo vicioso de nivelaci¨®n de los costes de producci¨®n hacia abajo. Es una espiral declinente sin fin, si se examina fr¨ªamente la separaci¨®n de los costes salariales entre Dinamarca y Portugal (y ma?ana, por qu¨¦ no Turqu¨ªa).
Es la expresi¨®n de un nacionalismo econ¨®mico a corto plazo en las ant¨ªpodas de las famosas profesiones de fe europea. Se basa en una solidaridad de hecho de la izquierda de cada pa¨ªs europeo con su patronal, contra los trabajadores de los otros pa¨ªses miembros de la Comunidad Europea. Es una pol¨ªtica de exportaci¨®n del paro mediante la rebaja de los costes de trabajo.
Para responder al desafio de la Europa unida, en el sentido de una nivelaci¨®n de los costes de trabajo hacia arriba, los sindicatos europeos deber¨ªan optar a favor de una estrategia de acci¨®n com¨²n en el espacio europeo contra las multinacionales y el gran capital nacional.
La meta debiera ser la realizaci¨®n de convenciones colectivas: multinacional por multinacional, primero; rama industrial por rama industrial, despu¨¦s. Y finalmente, la nivelaci¨®n hac¨ªa arriba de la protecci¨®n social (salarios indirectos).
Sean cuales fueren los compromisos y retrocesos de los partidos de izquierda empantanados en sus pol¨ªticas nacionales de austeridad, a la larga la resistencia sindical s¨®lo tiene posibilidad de triunfar si se organiza a escala europea.
La solidaridad de un movimiento obrero dividido y fragmentado ante su patronal nacional debe sustituirse por una sol?daridad internacional de todos los trabajadores contra todos los patrones.
Algunos han querido justificar la pol¨ªtica de austeridad con la famosa f¨®rmula de Helmut Schmldt: "Los beneficios de hoy son los empleos de ma?ana". La experiencia ha demostrado que no hay nada de eso.
Cuando la tasa de crecimiento es inferior a la suma de la tasa de aumento de productividad del trabajo y de la tasa de crecirniento de la poblaci¨®n que busca trabajo, la tendencia a largo plazo -todo queda igual, por otra parte- es de un aumento y no de una reducci¨®n de la desocupaci¨®n. Los beneficios de hoy corren riesgo de suprimir ma?ana m¨¢s empleo del que crean, iricluso si todos estuvieran invertidos productivamente, que no es el caso.
Onda depresiva
Desde comienzos de los a?os setenta -inicio de la nueva onda larga depresiva-, la desocupaci¨®n real pas¨® en los pa¨ªsesde la Organizaci¨®n para la Cooperaci¨®n y el Desarrollo Econ¨®mico, OCDE, de 10 a casi 40 millones de personas, seg¨²n estimaciones sindicales. No hay indicio alguno de que esta tendencia a largo plazo se revierta.
A veces se cita el ejemplo de Estados Unidos como prueba de lo contrario. No es m¨¢s que una ilusi¨®n ¨®ptica.
M¨¢s del 20% de los empleos en Estados Unidos son empleos a tiempo parcial. S¨ª a esto se a?ade los empleos precarios, otros empleos (sobre todo los de los j¨®venes) pagados por debajo del salario medio; algo similar ocurre con el n¨²mero oficialmente admitido de desocupados: es m¨¢s de un tercio de la mano de obra norteamericana la que no tiene empleo que le garantice un ingreso normal. De hecho, el n¨²mero de hombres casados en paro es mayor ahora que durante los a?os setenta.
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