Una sugerencia a Lidia Falc¨®n
No voy a citar otra vez lo del culo y las t¨¦mporas, por no repetirme y por no ofender el respeto debido a mi interlocutora, pero a fe que volv¨ªa a cuadrar en este caso. A m¨ª los muertos de Venezuela, Nicaragua, El Salvador o Guatemala me parecen tan bien como a Lidia Falc¨®n los de Camboya, los de Etiop¨ªa (por cierto, mucho m¨¢s numerosos con el r¨¦gimen populista de Mariam que con Haile Selassie), los de China o los centenares de campesinos peruanos que se empe?a en ejecutar Sendero Luminoso. No conozco los nombres de la mayor¨ªa de ellos, en efecto, lo mismo que le pasa a Lidia Falc¨®n; pero, menos ufano de este desconocimiento que ella, me resisto a mandarlos a todos a la fosa com¨²n bajo el ret¨®rico y barato epitafio de pueblo. Dej¨¦moslo en seres humanos, hechos y deshechos de uno en uno, como cada quisque: ya es bastante.Si se trata de mostrar solidaridad con ellos y con otros amenazados por la misma suerte (Lidia Falc¨®n brinda un nombre propio, el de la feminista Cecilia Olea, pero seguro que los hay no menos dignos), a m¨ª no se me ocurre m¨¢s que desearles lo mismo que quiero para m¨ª y ayudarles a conseguirlo: la democracia pluripartidista de mercado. Nadie salvo los imb¨¦ciles tienen a la democracia capitalista por el para¨ªso; pero mucho m¨¢s imb¨¦cil hay que ser para, visto lo que corre por el mundo fuera de ella, tenerla por el infierno. Como algo s¨¦, en efecto, de pa¨ªses latinoamericanos -por ejemplo, Colombia-, estoy convencido de que muchos de los que ayer siguieron el espejismo militarista a lo Ch¨¦, hoy est¨¢n buscando precisamente esa democracia llamada burguesa. Para ello tienen la tarea de hacer factible una burgues¨ªa efectiva y extensa, hasta ahora impedida por la brutalidad de los caciques y por la obstinaci¨®n de los iluminados. Me niego a creer que se les ayude haciendo la n¨®mina de las desventajas de un sistema cuyas ventajas, que a otros nos tienen aburridos, ellos no han conocido todav¨ªa.
Pero, en fin, Wall Street, Castro y -seg¨²n parece- Lidia Falc¨®n piensan de otro modo. Por ello me permito sugerirle que en su pr¨®ximo art¨ªculo perge?e a grandes rasgos la alternativa que le parece m¨¢s deseable. Su consejo nos ser¨ªa muy ¨²til, aunqued¨¢rnoslo le llevase m¨¢s tiempo y reflexi¨®n que trabajos anteriores. A la espera de tales noticias, ser¨ªa mejor que no hiciese demasiado hincapi¨¦ en la ingenuidad ajena ni exhibiese tanto la propia: sabido es que los ingenuos en pol¨ªtica nunca han hecho bien a nadie, ni del pueblo ni de la capital-
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