Intereses compartidos
LA VECINDAD entre Marruecos y Espa?a hace que ambos pa¨ªses compartan un amplio abanico de intereses sin que actitudes de corte racista o rivalidades de tipo hist¨®rico puedan anular los lazos derivados de esa proximidad. Hasta el punto de que incluso el principal contencioso latente entre ambos Estados, las reivindicaciones marroqu¨ªes sobre las ciudades de Ceuta y Melilla, queda supeditado al inter¨¦s de ambas partes por evitar que las pasiones que toda reclamaci¨®n territorial provocan en las poblaciones afectadas deriven hacia el terreno del enfrentamiento b¨¦lico.El compromiso expl¨ªcito por parte del monarca alau¨ª de no emplear en ning¨²n caso la fuerza en apoyo de esas reivindicaciones permite poner el acento en los intereses compartidos y crear as¨ª una red de compromisos que, beneficiando a ambas partes, haga improbable esa indeseable derivaci¨®n. La visita oficial del jefe pol¨ªtico y religioso del reino marroqu¨ª a nuestro pa¨ªs, m¨¢s significativa por los repetidos aplazamientos que la precedieron, tiene el sentido, m¨¢s all¨¢ de an¨¦cdotas de diferente grosor, de oficializar esa situaci¨®n de intercomunicaci¨®n.
De ah¨ª que la institucionalizaci¨®n de relaciones al m¨¢s alto nivel, mediante la f¨®rmula de encuentros anuales similares a los que ya mantiene Espa?a con pa¨ªses como Francia, Portugal, Italia o la Rep¨²blica Federal de Alemania, sea la m¨¢s importante concreci¨®n del viaje que oficialmente concluy¨® ayer. Dicha institucional¨ªzaci¨®n viene a reconocer de forma oficial esa condici¨®n de vecino importante para los intereses espa?oles que antes se le hab¨ªa negado a Marruecos.
Intereses, en primer lugar, de orden estrat¨¦gico. El Magreb se encuentra actualmente en el arranque de un prometedor proceso que puede hacer de esa regi¨®n del norte de ?frica un espacio de prosperidad y estabilidad donde antes hubo rivalidades, guerras y golpes de Estado. El camino hacia la democratizaci¨®n iniciado en T¨²nez y Argelia favorece, junto con una deseable recuperaci¨®n en Marruecos de los fundamentos de un sistema pluralista contenidos en su r¨¦gimen ya desde la independencia, procesos esperanzadores que deber¨ªan culminar, para la normalizaci¨®n del conjunto de la regi¨®n, con la definitiva pacificaci¨®n del S¨¢hara tras el refer¨¦ndum de autodeterminaci¨®n promovido por las Naciones Unidas y aceptado por las partes en. conflicto. Espa?a, cuyo aparato defensivo est¨¢ desplegado precisamente en previsi¨®n de una hipot¨¦tica amenaza desde esa parte del mundo, no puede sino obtener ventajas de un apoyo decidido a la estabilidad y democratizaci¨®n de la regi¨®n.
Tambi¨¦n en el orden econ¨®mico, Espa?a puede conseguir beneficios de un estrechamiento de relaciones con Marruecos. Por encima de intereses sectoriales que puedan ser afectados a corto plazo -explotaciones agr¨ªcolas en el levante y el sur espa?oles, industria tur¨ªstica-, lo cierto es que Marruecos, separado de la Pen¨ªnsula por apenas 15 kil¨®metros de mar, constituye un enorme mercado potencial de m¨¢s de 20 millones de personas, en cuyo desarrollo las inversiones espa?olas de todo tipo gozan de una privilegiada situaci¨®n de partida. La vocaci¨®n pro europea de Hassan II es inequ¨ªvoca, con independencia de que sus solicitudes de adhesi¨®n a la CE y a la OTAN contengan una fuerte carga ret¨®rica. Y por Espa?a transita, ineludiblemente, uno de los principales caminos para satisfacer esa vocaci¨®n.
A ninguna de las dos partes beneficia, en consecuencia, una situaci¨®n de conflicto. Ello no debe ser obst¨¢culo, sin embargo, para que Espa?a cumpla con una obligaci¨®n elemental en la denuncia de situaciones que atentan contra los derechos humanos. Y en Marruecos esos derechos son vulnerados todav¨ªa con demasiada frecuencia: trato vejatorio a presos pol¨ªticos, numerosas cortapisas al ejercicio efectivo del pluralismo pol¨ªtico y sindical y represi¨®n sistem¨¢tica de determinadas formas de oposici¨®n. Y tampoco obsta para recordar al monarca alau¨ª que unas buenas relaciones comienzan por el cumplimiento de normas elementales de cortes¨ªa. De la excentricidad a la ofensa hay una tenue frontera que conviene no traspasar, sobre todo cuando se es hu¨¦sped de un pa¨ªs amigo.
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