Melodrama y aventuras
Una mujer marcada fue la ¨²ltima pel¨ªcula en la que Liz Taylor intervino bajo las directrices de la Metro. Liz, especialista en encarnar en la pantalla, con todo tipo de matices, a mujeres bien distintas, realiza aqu¨ª una interpretaci¨®n a la altura de las circunstancias, dando vida a Gloria Wandrous, una prostituta de lujo de Nueva York. Las turbulentas relaciones que establece un hombre casado con una rica millonaria dan lugar a un melodrama rebosante de t¨®picos.Por este trabajo en el papel de se?orita de dudosa reputacion a quien los hombres telefonean para oscuras prestaciones, Liz Taylor consigui¨® (iron¨ªa del destino) su primer oscar de la Academia; s¨®lo ten¨ªa 28 a?os. Fue uno de los premios m¨¢s cuestionados, coment¨¢ndose, incluso, que hab¨ªa sido decisiva para ganarlo la noticia de la grav¨ªsima enfermedad de la actriz cuando se dispon¨ªa a rodar el m¨¢s importante papel de su carrera, Cleopatra.Su interpretaci¨®n no es extraordinaria comparada con la que realizara posteriormente en Virginia Wolf su personaje tan sensual como el de Reflejos en un ojo dorado, pero el director, Daniel Mann, reputado profesional del teatro y especialista en la direcci¨®n de papeles femeninos (consigui¨® oscars para varias de sus int¨¦rpretes femeninas en pel¨ªculas de relativo inter¨¦s), supo extraer de Liz Taylor una gama amplia de gestos y matices en esta tr¨¢gica historia amorosa como hasta entonces nadie lo hab¨ªa hecho con la actriz.
El tesoro secreto de Tarz¨¢n es cita obligada para mit¨®manos. La pel¨ªcula pertenece al ciclo de las seis m¨¢s genuinas rodadas sobre la saga y la pen¨²ltima de las que hizo la Metro con Johnny Weissmuller y Maureen O'Sullivan, y John Schedfield, antes de que los productores pensaran que el escenario del mito estaba agotado y le hicieran saltar a Nueva York.
Como cada cinta del h¨¦roe, ¨¦sta tambi¨¦n constituye una lecci¨®n de moral contra la ambici¨®n de riquezas del hombre blanco. Una vez m¨¢s los sentimientos de pureza de Tarz¨¢n y su lealtad a la jungla se imponen a los intereses depredadores de la civilizaci¨®n, y al chantaje que supone en ocasiones la falsa solidaridad del hombre civilizado.
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