Dos revoluciones
La descongelaci¨®n del bloque europeo oriental a lo largo del memorable mes de noviembre que acaba, de cerrarse ha sido tan fulininante como para desconcertar a los m¨¢s alertados cr¨ªticos. Un historiador tan concienzudo e intel¨ªgente como Javier Tusell se mostraba a¨²n no hace muchos meses reservado y esc¨¦ptico respecto a la reforma anunciada por Gorbachov en la URSS: en su libro La perestroika y Espa?a, Tusell comparaba las iniciativas del mandatario ruso con las, de su predecesor Jruschof, dando venta-A a las de este ¨²ltimo, pese a su final frustraci¨®n. Pero los acontecimientos que acabamos de presenciar -una reacci¨®n en cadena desde Hungr¨ªa ; a Polonia, desde los pa¨ªses b¨¢lticos a Bulgaria y Checoslovaquia-, culminantes en la fusi¨®n cordial, ya que no oficial ni t¨¦cnica, de las dos Alemanias mediante el derrumbamiento del muro de Berl¨ªn, parecen irreversibles y no ofrecen lugar a dudas respecto a su alcance: se trata del triunfo de la libertad frente al pretendido logro de la igualdad cifrada en un nuevo orden econ¨®mico. Es claro que lo que ha fallado es este ¨²ltimo, al cabo de 70 a?os de revoluci¨®n maximalista.Cuando todav¨ªa se hallaban pr¨®ximas las consecuencias de la revulsi¨®n interior generada por la dictadura de Stalin y los estragos de la guerra pod¨ªa aceptarse como l¨®gico el distanciamiento de las metas de plenitud avizoradas por Marx y por Lenin. Pero las nuevas generaciones ya no pueden ser alimentadas con el se?uelo de una sociedad igualitaria en la pobreza, a costa del bien que se define como la aspiraci¨®n intr¨ªnseca del hombre: la libertad. Las nuevas generaciones han aprendido que una igualdad hacia arriba s¨®lo puede conseguirse en libertad. Y no creo hayan olvidado que, a su vez, la libertad no es posible sin una igualdad en la base, esto es, sin una igualdad de posibilidades abiertas a todos.
A los que tuvieron la oportunidad de visitar la URS S ya iniciada la apertura de la glasnost y de la perestroika no les habr¨¢ sorprendido demasiado el proceso abierto a partir de septiembre. No me refiero a los turistas que se sit¨²an de un salto -un vuelo en avi¨®n- en Mosc¨² y de otro m¨¢s breve en Leningrado: los turistas que son cuidadosamente depositados en un enorme y confortable hotel y llevados y tra¨ªdos para ver las maravillas de las dos capitales (huellas de una historia anterior en realidad a la revoluci¨®n: la plasmaci¨®n de la tradici¨®n bizar¨ªtina en Mosc¨² -la tercera Roma, construida, como la primera, sobre siete colinas que Stalin hizo coronar con id¨¦,riticos rascacielitos destinados a fines diversos-; el esplendor de la plaza Roja y el relicario suntuoso, dentro del Kremlln, de las viejas catedrales; la fastuosidad inigualable de la vieja San Petersburgo, maravilloso modelo de planificaci¨®n urbar¨ªa dieciochesca, prestigiada por sus palacios importados, que dir¨ªa John le Carr¨¦). El despliegue de estos escenarios art¨ªstico-hist¨®ricos
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Dos revoluciones
Viene de la p¨¢gina anteriorse basta para impresionar al turista, ante una grandeza que luego se completa con la visita al ¨¢mbito moscovita destinado, a inmortalizar las grandes haza?as cosmon¨¢uticas -la expo permanente dedicada al progreso y la t¨¦cnica- y con la visi¨®n de los inmensos monumentos rodinianos, consagrados a evocar la fuerza militar de la URSS -en Minsk, en. Leningrado sobre todo-, legado de la Rusia posrevolucionaria. Pero para ver la otra cara de la superpotencia sovi¨¦tica es necesario prescindir del avi¨®n y acudir a la carretera. Viajando en un espl¨¦ndido autopullman occidental, el viajero va de sorpresa en sorpresa en cuanto cruza la frontera por Brest (aunque ya llega preparado por sus experiencias en Alemania Oriental y en Polonia). En primer lugar, descubrir¨¢ que a estas alturas de nuestro siglo a¨²n no se han inventado las autopistas en la poderos¨ªsima URSS: cintas de asfalto m¨¢s o menos anchas, por lo general sin se?alizaci¨®n, son lo ¨²nico que le brinda la infraestructura viaria de la segunda superpotencia del globo. Ni un servicio al viajero en carretera: cuando el autob¨²s lleva cinco o seis horas de rodaje lasinmensas distancias se imponen- no queda otro recurso que hacer una parada t¨¦cnica en una zona especialmente arbolada e invitar a los viajeros con una frase- ritual... para los que utilizaban las diligencias en el siglo XIX: "Las se?oras, al bosquecillo de la derecha; los caballeros, al -bosquecillo de la izquierda. Cuidado con el piso, que es un lodazal...". Id¨¦ntica desilusi¨®n en los hoteles de las ciudades de segundo orden (Smolensko, Novgorod, Kalinin): las incomodidades, las carencias del m¨¢s m¨ªnimo confort, son lo habitual. No estar¨ªan peor habilitadas las pret¨¦ritas fondas que conoci¨® Larra. Por lo dem¨¢s, si el gu¨ªa es algo locuaz, se enterar¨¢n los visitantes de que "se espera que empiece a solucionarse el problema de la vivienda a partir del a?o 2000..." (?Dios m¨ªo, todav¨ªa a estas alturas la mayor parte de las familias rusas viven como la Ninotchska de Lubitsch!). Los qq,e han tenido la suerte de lograr -mediante cooperativas ad hoc- un pisito dificilmente disponen en ¨¦l de espacio superior a los 40 metros cuadrados... Y dejo a un lado el esc¨¢ndalo del doble cambio (el que ofrece el, Estado: tres cuartos de d¨®lar por un rublo; el que ofrece cualquier ciudadanci, a la vuelta de cada esquina, en los pasillos de los hoteles: 11 rublos por d¨®lar).
Tode¨ª esto supone un contraste tan brutal con el cuadro de Occidente -visitar Finlandia, tras la experiencia rusa, es recuperar de inmediato los niveles medios de confort del siglo XX-, que se impone la reflexi¨®n. ?Por qu¨¦ este desnivel? ?Por qu¨¦ los apuros econ¨®micos, cifrados en el desabastecimiento, en la carest¨ªa, en la p¨¦sima calidad de cuanto se ofrece en los horrendos almacenes que hacen las veces de comercios en la URSS? Sin duda, el esfuerzo econ¨®mico volcado en los gastos militares o en la ambiciosa carrera por la conquista del cosmos han ido dejando a?o .tras a?o congelada la atenci¨®n al bienestar medio; y el dirigismo planificado ha matado las iniciativas, la sana competencia, la voz de un pueblo joven que clama por logros m¨¢s palpables. Porque la revoluci¨®n no se hizo para imponer una costosa superioridad militar ni para epatar a otros pa¨ªses en el campo de las estrellas. Mantener indefinidamente (?cu¨¢n largo me lo fi¨¢is!) la ilusi¨®n en la utop¨ªa igualitaria sin contrapartidas a favor de las aspiraciones innatas del individuo libre ha acabado por convencer a los j¨®venes de la nueva generaci¨®n -mucho m¨¢s enterados de lo que ocurre en Occidente que sus padres y abuelos- de que ser¨¢ mucho m¨¢s f¨¢cil aproximarse a la utop¨ªa igualitaria cuanto m¨¢s real sea el desarrollo de la libertad siempre negada. La famosa pregunta de Lenin -"Libertad ?para qu¨¦?"- tiene ya una respuesta irrecu sable: libertad para ser hombres en plenitud.
La ca¨ªda del muro -no el de Berl¨ªn: el que distancia y contra pone dos conceptos de la socie dad y de la h - istoria- puede su poner, por fin, la s¨ªntesis de los dos ciclos revolucionarios alum brados por el mundo contempo r¨¢neo, el que se inici¨® bajo el sig no de la libertad y el -que brot¨® invocando la igualdad. El que anim¨® la Revoluci¨®n Francesa (desvirtuado de inmediato por el terror, pero proseguido luego, lentamente y con altibajos, hasta nuestros d¨ªas); el que estall¨® en Rusia en 1917, anunciado ya en 1905, colapsado por la dictadurade Stalin, condicionado luego por la rivalidad con Estados Unidos. Dos procesos que tradujerori malamente el viejo mensaje evang¨¦lico. El papa Juan Pablo II, siempre tan denostado por esa progres¨ªa que no quiere enterarse de la amplitud de su mensaje social, se?al¨® en una enc¨ªclica famosa el verdadero camino, id¨¦nticamente alejado de la libertad mal entendida del capitalismo a secas, inhumana y ego¨ªsta, y de una igualdad reducida al colectivismo deshumanizado, al colectivismo sin esp¨ªritu. El encuentro de Gorbachov y el pap¨¢`Wojtyla me ha parecido un s¨ªmbolo cabal de lo que podr¨ªa ser el resultado m¨¢s fruct¨ªfero de la perestroika: la posibilidad de que la restauraci¨®n de la casa com¨²n europea permita echar abajo un muro m¨¢s doloroso e inicuo que el de Berl¨ªn: el que separa el mundo subdesarrollado del mundo superdesarrollado, los pueblos fam¨¦licos de los pueblos plet¨®ricos, el Norte del Sur. El final de la carrera de armamentos puede hacer reales todos los sue?os de aut¨¦ntica fraternidad entre los hombres.
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