Estados Unidos, enemigo de la paz
Por m¨¢s que el periodismo se empe?e en contar la historia como si ¨¦sta empezara al desembarcar sus corresponsales, o que intelectuales y pol¨ªticos la interpreten seg¨²n prejuicios euroc¨¦ntricos, apriorismos de inspiraci¨®n liberal y manuales de divulgaci¨®n psicoanal¨ªtica, los hechos est¨¢n all¨ª, sucedi¨¦ndose con una l¨®gica tenaz. La invasi¨®n de Panam¨¢ por Estados Unidos responde a la pol¨ªtica que este pa¨ªs ejerce en el resto del mundo -y en particular en Am¨¦rica Latina- desde que comenz¨® a percibirse a s¨ª mismo como potencia hegem¨®nica. Ante un hecho que compromete el proceso de distensi¨®n mundial y pone en grave peligro la estabilidad de las democracias latinoamericanas, poco importa que Noriega sea o no un dictador o un narcotraficante: quien debe ser sentado en el banquillo por la opini¨®n p¨²blica internacional es el invasor.La doctrina formulada por Monroe en 1823, "Am¨¦rica para los americanos", fue la piedra de toque para que en el siglo pasado Estados Unidos hiciera la guerra a M¨¦xico y se quedara con la tercera parte de su territorio; para que un filibustero norteamericano invadiera Nicaragua y fuera reconocido como presidente de ese pa¨ªs; para que un incidente deliberado en el puerto de La Habana provocara una guerra con Espa?a, al cabo de la cual Cuba se convirti¨® en un virtual protectorado de su vecino del Norte.
Apoyo a las dictaduras
Esa pol¨ªtica prosigui¨® imperturbable en este siglo, como si el mundo no hubiera cambiado. Estados Unidos apoy¨® durante d¨¦cadas dictaduras horrendas (los Somoza, los Trujillo, Batista, Duvalier, Stroessner, Pinochet, Videla), sabote¨® democracias hasta el crimen (Allende), organiz¨® conspiraciones (Arbenz), invadi¨® pa¨ªses (Nicaragua, Honduras, Santo Domingo, Cuba, Granada), ejecut¨® o plane¨® asesinatos (Sandino, Caama?o Deno, Castro, quiz¨¢ Torrijos), aprob¨® y financi¨® sabotajes t¨®xicos (el moho azul del tabaco y la fiebre porcina en Cuba) y despreci¨® veredictos internacionales (la condena de la Corte Internacional de La Haya por su pol¨ªtica hacia Nicaragua), entre otras mil tropel¨ªas."Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta". Esta frase de espantoso cinismo la pronunci¨® uno de los m¨¢s carism¨¢ticos y progresistas presidentes norteamericanos, Franklin Delano Roosevelt, para referirse a Anastasio Somoza, el primero de la dinast¨ªa de dictadores nicarag¨¹enses. Pues bien, el general Noriega fue uno de los son of a bitch preferidos de Estados Unidos, hasta un d¨ªa de 1987 en que un funcionario norteamericano anunci¨® compungido al mundo que en realidad era un narcotraficante de lo peor y que deb¨ªa ser derrocado en nombre de la democracia y, por supuesto, de los intereses de su pa¨ªs. Noriega se defendi¨® alegando que la verdadera raz¨®n de su ca¨ªda en desgracia fue su negativa a que Panam¨¢ fuera la base de una eventual invasi¨®n de Nicaragua y su exigencia de que se cumplieran los pasos y los plazos de los acuerdos Carter-Torrijos sobre el canal.
La invasi¨®n de Panam¨¢ es execrable por abrumadoras razones ¨¦ticas y morales, y tambi¨¦n desde el esp¨ªritu y la letra del derecho internacional. Pero es mucho m¨¢s inquietante en funci¨®n de la paz en la regi¨®n y, a m¨¢s largo plazo, en el mundo. Los actuales gobernantes de Nicaragua insisten en el desmantelamiento de la contra no porque represente para ellos un verdadero peligro militar (la han derrotado una y otra vez), sino por el papel que le reserva Estados Unidos en el caso de que el sandinismo triunfe en las elecciones de febrero: junto a los dirigentes y t¨¦cnicos de los partidos derrotados en los comicios, y con el apoyo econ¨®mico, militar y propagand¨ªstico del t¨ªo Sam, hacer la vida imposible al nuevo Gobierno, con lo que la historia del Chile de Allende se repetir¨ªa en otro tiempo y lugar.
Por otra parte, ser¨ªa ingenuo suponer que el nuevo presidente paname?o, Guillermo Endara, que fue votado en una situaci¨®n de crisis extrema, que fue financiado por EE UU y que jur¨® su cargo en una base norteamericana el mismo d¨ªa de la invasi¨®n, pueda oponerse en el futuro a que desde Panam¨¢ el Comando Sur norteamericano contin¨²e y profundice la guerra contra El Salvador y Nicaragua. Es inimaginable que Cuba no se involucre tarde o temprano en semejante escenario y que la conmoci¨®n no afecte a las ya tambaleantes democracias latinoamericanas. Desde la l¨®gica habitual de EE UU, no habr¨ªa nada que perder: o la aventura se salda con la ca¨ªda del sandinismo y del castrismo, y con la derrota de la guerrilla salvadore?a, o la regi¨®n se vietnamiza, en cuyo caso habr¨ªa combustible para la caldera del aparato militar-industrial.
Pol¨ªtica armamentista
Este ¨²ltimo punto es analizado desde hace tiempo para explicar la l¨®gica interna de la pol¨ªtica norteamericana, y est¨¢ siendo actualizado en relaci¨®n con las perspectivas de la paz mundial y las expectativas que genera la liberaci¨®n de recursos b¨¦licos para afectarlos al desarrollo. En 1983, antes de que Mijail Gorbachov iniciara el proceso de distensi¨®n, la Iglesia cat¨®lica norteamericana public¨® un documento pacifista en el que la pol¨ªtica armamentista de Estados Unidos era se?alada como el principal riesgo para la paz.Un fen¨®meno inquietante de la realidad norteamericana es que la alta concentraci¨®n econ¨®mica a favor de grupos multinacionales y del aparato militar-industrial es sim¨¦trica a la dispersi¨®n y p¨¦rdida de peso del poder pol¨ªtico. Aunque no puedan decirlo, hace tiempo que muchos diplom¨¢ticos de los Gobiernos serios y progresistas del mundo consideran de baja confIabilidad ciertos acuerdos con Estados Unidos. Es tanta la influencia de los lobbies y son tan contradictorios los intereses de los distintos departamentos de la Administraci¨®n (Consejo de Seguridad, Pent¨¢gono, Departamento de Estado, Tesoro, Congreso, asesores del presidente, la CIA, etc¨¦tera) que cualquier acuerdo con uno de ellos puede ser ignorado y hasta saboteado por cualquiera de los otros. Este fen¨®meno explica en cierto modo misterios insondables como el asesinato de John Kennedy, esc¨¢ndalos como el Irangate y el hecho notable de que en la ¨²ltima d¨¦cada la mayor potencia del mundo haya estado gobernada por un histri¨®n casi octogenario que se quedaba dormido en las reuniones del Gabinete y por un opaco ex director de la CIA.
Mientras en la URSS el proceso de reformas necesita de la distensi¨®n mundial para liberar recursos econ¨®micos hasta ahora destinados al sector militar, en EE UU el llamado aparato milItar-industrial, coraz¨®n de la econom¨ªa, parece ser el que impone su l¨®gica el poder pol¨ªtico. En un reciente ensayo (v¨¦ase EL PA¨ªS del 21 de diciembre de 1989), el fil¨®sofo y ling¨¹ista norteamericano Noam Chomsky describe el "miedo a la paz" -que The Wall Street Journal llama "el inquietante espectro de la paz"- del establishment de negocios ante la eventual falta de bocas de salida para la producci¨®n militar. El declive o la sumisi¨®n del poder pol¨ªtico ante la poderosa inercia de esos intereses, en un pa¨ªs que hace mucho tiempo ha perdido la autoridad y el horizonte moral, y que ha abandonado los ideales que sentaron las bases de una grande y poderosa naci¨®n, representa el mayor obst¨¢culo para la paz.
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