"My name is Panama"
La operaci¨®n militar de EE UU, apoyada por la mayor¨ªa de la poblaci¨®n del pa¨ªs del canal
La invasi¨®n de Panam¨¢, inicialmente planteada como una acci¨®n desproporcionada contra un hombre que se hab¨ªa convertido en obsesi¨®n para la Administraci¨®n norteamericana, ha ido lentamente apareciendo como un ¨¦xito militar y pol¨ªtico para los intereses de EE UU, gracias, sobre todo, a la colaboraci¨®n y respaldo de una inmensa mayor¨ªa de la poblaci¨®n paname?a, sumida en un singular proceso con s¨ªntomas de aberraci¨®n hist¨®rica. Unos soldados norteamericanos exhib¨ªan ayer, orgullosos, junto a sus ametralladoras, las tarjetas de felicitaci¨®n navide?a que unos ni?os paname?os les hab¨ªan dibujado con cari?osos saludos para "the American soldiers" (para "los soldados americanos"). En los puntos de vigilancia de las tropas de ocupaci¨®n se acumulan cantidades exageradas de comida y refrescos regalados por los paname?os
La gente aplaude el paso de los carros de combate, denuncia a los vecinos ligados al antiguo r¨¦gimen y, sin distinci¨®n de condici¨®n social, raza, edad o sexo, recibe a los invasores como una fuerza de liberaci¨®n. Un profesor universitario comentaba con preocupaci¨®n que era imposible encontrar en el campus a un solo estudiante que condenase la invasi¨®n norteamericana.Los norteamericanos no han encontrado resistencia siquiera de los antiguos funcionarios del Gobierno o de los militares a las ¨®rdenes del general Manuel Antonio Noriega. Todos los oficiales de las antiguas Fuerzas de Defensa se han entregado ya o permanecen refugiados en embajadas extranjeras. Ni uno solo de los integrantes del Estado Mayor de Noriega empu?¨® las armas contra los invasores.
El ex vicepresidente Carlos Ozores, a quien se supon¨ªa un norieguista de pro y un ide¨®logo del torrijismo, hizo el jueves unas declaraciones en las que se refer¨ªa a Noriega como "el ex general" y se mostraba a favor de que sea juzgado "por sus delitos" en Panam¨¢ y, despu¨¦s, en Estados Unidos. Tambi¨¦n el ex presidente Francisco Rodr¨ªguez se ha separado p¨²blicamente del r¨¦gimen al que sirvi¨® hasta hace dos semanas. El respaldo popular, el desmoronamiento del r¨¦gimen anterior con la misma facilidad que un azucarillo en el caf¨¦, contribuyeron a la imagen de que la invasi¨®n hab¨ªa sido un triunfo pol¨ªtico y rebajaron considerablemente las cr¨ªticas internacionales.
En Am¨¦rica Latina, EE UU no ha tenido ni mucho menos que hacer frente a una oleada de protestas por la invasi¨®n de Panam¨¢. A excepci¨®n de la retirada del embajador peruano en Washington y de la suspensi¨®n de la cumbre antidrogas prevista para el pr¨®ximo mes de febrero, con asistencia del presidente George Bush, el Gobierno norteamericano no ha pagado un alto precio en sus relaciones con los pa¨ªses latinoamericanos por la ocupaci¨®n del territorio paname?o.
Reconocimientos
Algunos Gobiernos, como los de Costa Rica y El Salvador, ya han reconocido al presidente puesto por Estados Unidos, Guillermo Endara, y otros pa¨ªses, como Colombia, han responsabilizado indirectamente a la Organizaci¨®n de Estados Americanos (OEA) por su falta de firmeza contra el general Noriega. Incluso socialdem¨®cratas con tradici¨®n nacionalista, como el presidente de Venezuela, Carlos Andr¨¦s P¨¦rez, reaccionaron con prudencia y recordaron la gravedad de los delitos que se le imputan a Noriega.
Hay que tener tambi¨¦n en cuenta. la falta de una resistencia real por parte de un Ej¨¦rcito de 15.000 hombres, obviamente muy inferior en n¨²mero y recursos al de Estados Unidos, aunque supuestamente dotado de un esp¨ªritu nacionalista suficiente para defender su patria al menos durante unos d¨ªas.
Seg¨²n pol¨ªticos del antiguo r¨¦gimen, las desarticuladas Fuerzas de Defensa de Panam¨¢ ten¨ªan planes para destruir el canal de Panam¨¢ y organizar una importante fuerza guerrillera en el momento en que los norteamericanos pusiesen un pie en Panam¨¢. Las tropas norteamericanas han frustrado todos esos planes con el sacrificio de s¨®lo 24 vidas de sus propios soldados, seis m¨¢s que en la invasi¨®n de la peque?a isla de Granada en 1983.
Este grave episodio de la historia de Panam¨¢ empez¨® en la primera hora de la madrugada del pasado d¨ªa 20 de diciembre con tragedia y destrucci¨®n. Los aviones norteamericanos arrasaron con sus bombas el cuartel central de las Fuerzas de Defensa y todas las manzanas que lo rodeaban. Tal vez 300 vidas inocentes quedaron bajo los escombros del popular barrio de Chorrillos.
Durante dos d¨ªas las tropas norteamericanas dispararon contra todo lo que se mov¨ªa, bombardearon todas las instalaciones militares paname?as y liquidaron a ca?onazos los peque?os focos de resistencia. El saldo de esa represi¨®n fue de m¨¢s de 600 muertos, seg¨²n cifras no oficiales pero que se pueden considerar prudentes.
Cuando los norteamericanos llegaron a los cuarteles, los encontraron vac¨ªos porque los oficiales y soldados se hab¨ªan vestido con ropa civil y hab¨ªan huido. En un principio se Pens¨® que se hab¨ªan reagrupado casi todos en las monta?as o en algunos barrios de las principales ciudades para preparar la resistencia, pero despu¨¦s se ha sabido que, simplemente, se fueron a sus casas, a robar y a esperar la oportunidad de ponerse a las ¨®rdenes del siguiente Gobierno.
Algunas fuentes pr¨®ximas al anterior r¨¦gimen aseguran que quedan algunos hombres torrijistas en el interior del pa¨ªs con decisi¨®n para defender la soberan¨ªa paname?a, pero la formaci¨®n de un movimiento de esas caracter¨ªsticas parece todav¨ªa muy remota.
Saqueadores y ladrones
Preocupados por no sacrificar vidas propias a manos de francotiradores y delincuentes, los oficiales norteamericanos dejaron v¨ªa libre durante dos d¨ªas a los saqueadores y ladrones, quienes, alentados por los Batallones de la Dignidad, causaron un destrozo que puede calcularse en unos 3.000 millones de d¨®lares, una cifra astron¨®mica para la econom¨ªa de Panam¨¢.
Los Batallones de la Dignidad, la fuerza paramilitar formada por Noriega en el ¨²ltimo a?o de su mandato, ten¨ªan instrucciones de destruir la ciudad antes de entreg¨¢rsela a los norteamericanos. S¨®lo lo consiguieron parcialmente. En muchos barrios los vecinos fueron testigos de c¨®mo los integrantes de los batallones saqueaban primero las tiendas y proteg¨ªan despu¨¦s a los dem¨¢s saqueadores.
Las tropas de Estados Unidos tardaron dos d¨ªas en actuar contra el pillaje. La explicaci¨®n oficial fue la de que ten¨ªan otras prioridades, pero parece subyacer en esa decisi¨®n una voluntad premeditada de desprestigiar al antiguo r¨¦gimen, adem¨¢s del temor a la p¨¦rdida de vidas propias. Un observador calcula que los norteamericanos habr¨ªan sufrido un centenar de bajas mortales si se hubieran desplegado por la ciudad inmediatamente despu¨¦s de la invasi¨®n.
Cuando los soldados norteamericanos comenzaron el s¨¢bado d¨ªa 23 a tomar control de las calles, la poblaci¨®n los recibi¨® con alivio. Incluso personas sentimentalmente vinculadas al antiguo r¨¦gimen confiesan que se alegraron de la presencia de las tropas estadounidenses despu¨¦s de haber estado durante dos d¨ªas sometidos al terror de los Batallones de la Dignidad y de los delincuentes.
Hasta ese momento quedaba, sin embargo, un punto incumplido del plan norteamericano. El general Noriega segu¨ªa libre y en paradero desconocido. Un d¨ªa despu¨¦s, en la Nochebuena, el propio Noriega acab¨® con esa inquietud entreg¨¢ndose en la Nunciatura Apost¨®lica en la capital paname?a.
Pese a la alocuci¨®n radiada en la que Noriega ped¨ªa luchar contra la invasi¨®n y anunciaba que se manten¨ªa al frente de la resistencia, lo cierto es que el general nunca estuvo ni siquiera en contacto con los miembros de su Estado Mayor, por miedo a que alguno de ellos lo denunciase. Corri¨® de casa en casa de amigos suyos hasta terminar en la residencia de la mujer que fue su nodriza, en las proximidades del hotel Marriott. Desde ah¨ª no se fue a las selvas a reorganizar sus fuerzas, sino a la nunciatura en busca de la protecci¨®n del papa Juan Pablo II. Cualquier posibilidad de reacci¨®n contra los invasores qued¨®, probablemente, anulada en el momento en que los posibles resistentes sufrieron la decepci¨®n de comprobar que tambi¨¦n el comandante, completamente solo, hab¨ªa renunciado al martirologio.
El general se rinde
La rendici¨®n de Noriega dio valor a los paname?os para salir a las calles a aplaudir la invasi¨®n. Para los norteamericanos todo fue ya a partir de ese momento un paseo militar. Hasta Cuba y Nicaragua, sin renunciar a la condena por el sangriento acto de fuerza por parte de Estados Unidos bajaron el tono de sus discursos ante la evidencia de la excelente acogida brindada por los paname?os a los soldados invasores.
Washington hab¨ªa conseguido imponer su ley, sin pagar a cambio un alto coste pol¨ªtico o militar.
La frase "My name is Panama", que antes era s¨®lo un eslogan de publicidad para el turismo, es ahora todo un s¨ªmbolo de un curioso proceso de degradaci¨®n del concepto de naci¨®n. Dicen los paname?os que todo se da por bienvenido con tal de deshacerse de Noriega, gritan "Welcome USA" y muchos de ellos desean, en el fondo de sus corazones, convertirse en una estrella m¨¢s de la bandera de Estados Unidos.
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