El sentimiento paname?o de la existencia
"Cautivo y desarmado el ej¨¦rcito rojo, los ¨²ltimos objetivos culturales se han cumplido. La historia ha terminado". Todos los cuarteles culturales del establishment occidental han emitido comunicados parecidos, y los fil¨®sofos de c¨¢mara se han puesto la servilleta colgada sobre la pechera, empu?an tenedor y cuchara y golpean gozosamente el tablero de la mesa desde la impaciencia del fest¨ªn fin de fiesta, fin de curso, fin de historia. Por delante, 10 a?os para consolidar posiciones en el doble territorio de lo cultural: el patrimonial y el creador de una nueva conciencia y de sus saberes necesarios. La cultura como patrimonio ya est¨¢ a buen recaudo, en los museos, en las bibliotecas, en la industria cultural reproductora del patrimonio. Con las reglas de la cultura de mercado en la mano hay que dejar hacer a las leyes naturales pero estar atento a cualquier rebrote de comprensi¨®n cr¨ªtica del pasado que pueda avalar o resucitar cualquier sentido emancipador extramuros del gran supermercado. Todo lo que puede elegirse ya est¨¢ en el inventario, todo menos una interrogaci¨®n que implique cuestionar los propios l¨ªmites del supermercado. ?No ha sido ¨¦se el origen de las barbaries mesi¨¢nicas y totalitarias? Si el fil¨®sofo de c¨¢mara conserva esa suprema figura de la inteligencia que permite dudar de la propia duda, puede llegar a plantearse una elecci¨®n radical acompa?ada de la ¨²nica respuesta posible. Frente a la barbarie totalitaria fruto de un ultimismo hist¨®rico superpuesto sobre los mecanismos naturales de evoluci¨®n, es cierto que persiste, al parecer fortalecida, la barbarie de la ley factual del m¨¢s fuerte, as¨ª en las relaciones personales, sociales, culturales como en las pol¨ªtico-econ¨®micas. Y es preciso tenerla en cuenta para amansarla y sacar de ella la energ¨ªa m¨¢s aprovechable, sin ignorar todas las miserabilidades que comporta. No hay rosa sin espinas, y as¨ª los due?os de la historia, desde la seguridad de sus almenas, permiten a los fil¨®sofos de c¨¢mara especular sobre el final de la historia. ?Qu¨¦ mejor final feliz que servirle al amo la coartada de su definitiva instalaci¨®n? Leamos, pintemos, cantemos, construyamos, esculpamos y gocemos del saber ajeno y del propio, conscientes de que todo ha sido una inexorable acumulaci¨®n de arqueolog¨ªas que conduc¨ªan a una cultura de muestrario. Las instituciones y el comercio socializan el goce del patrimonio, y por si fueran insuficientes estos dos instrumentos, un tercero: la beneficencia interesada del acumulador privado. Aunque sea un ejemplo posiblemente reductor, en lo patrimonial, entre lo que pueda hacer el Estado con sus presupuestos para enriquecer el parque cultural patrimonial, lo que est¨¢ haciendo la industria y lo que podamos conseguir de Tita Cervera von Thyssen, logramos una s¨ªntesis hist¨®rica afortunada: Estado, mercado y beneficencia que no s¨®lo va a regular la cultura pasada, sino la por hacer.He aqu¨ª los orientadores del gusto y del sentido para la pr¨®xima d¨¦cada, en la que tanto los conservadores como los creadores de cultura llevaremos en la librea el patrocinador que nos haga posibles.
Elegir el mercado
Yo, por mi cuenta, elijo el mercado, aunque no me niego a que el Estado ayude a financiar relaciones de mercado que requieran subvenci¨®n: teatro, cine... Considerar¨¦ en cambio con m¨¢s recelo, aun sin desde?arla a priori, la posibilidad de ponerme en la librea la divisa Von Thyssen si los barones me financian, por ejemplo, una disquisici¨®n sobre una posible pr¨®rroga de la historia, limitada en el tiempo y lo suficientemente especulativa como para no forzar una intervenci¨®n militar norteamericana en Espa?a.
mientras la situaci¨®n conquistada, y nunca mejor dicho, est¨¢ a la espera de un Huizinga final de milenio que nos ayude a encontrar, catalogar y seleccionar las espada?as y campanas que gu¨ªen nuestro recto entender de la armon¨ªa universal, no se me escapa que la pr¨®xima d¨¦cada, al menos as¨ª se inicia, puede caracterizarse por una cacer¨ªa continua del sentido cr¨ªtico de la cultura, e insisto en la palabra sentido porque creo que el simio culturalizado ha tratado de construir su finalidad as¨ª en el bosque como en la pradera. Construir la propia finalidad ha significado un continuado, dial¨¦ctico (en el sentido de interrelaci¨®n transformadora) forcejeo con el sentido hegem¨®nico instalado por los due?os de la conducta individual y social. El esclavo, el vasallo, el proletario, lucharon por dejar de serlo y crearon la ambici¨®n de hacer posible la existencia de un crecimiento continuo del esp¨ªritu que ha hecho posible llegar a este final feliz. Puede suceder que los guardianes de tanta felicidad, en nombre de un recuperado, y por cierto poco remozado, sentido del bien com¨²n, traten de exterminar a los empecinados reductos de historicistas cr¨ªticos, ignorantes los pobres de que ya est¨¢n definitivamente historiados e historificados. Siempre que no peligren las l¨ªneas maestras de nuestra convivencia, siempre que no peligre la foto fija, pido el lujo de la generosidad, la permisi¨®n de una cuota de desafectos al final feliz. Pido que se les exija, eso s¨ª, una declaraci¨®n de principios en la que conste que no creen en la existencia del bien en este mundo, y a cambio se les permitir¨¢ seguir creyendo, insensatos, en la existencia del mal. No es una declaraci¨®n aleatoria. Renuncian con ella a la fijaci¨®n de un modelo absoluto, total, pero se les permite luchar precariamente contra la sospecha del mal como fuerza inconcreta que da sentido a los des¨®rdenes evidentes. Injusticias, si se quiere. Los m¨¢s l¨²cidos saben que las injusticicias son las sombras inevitables de la justicia, pero al ser mayor¨ªa y tener esta sart¨¦n bien cogida por el mango, podr¨ªan permitir una cuota de cr¨ªticos que, sin llegar al 25% al uso, podr¨ªa ser en si misma prueba de la bondad plural del sistema establecido.
S¨¦ que se necesitar¨¢n importantes dosis de paciencia ante la persistencia de algunos estertores cr¨ªticos y que habr¨¢ que ejercerla con la prudencia y la energ¨ªa necesarias para que no provoquen una intervenci¨®n militar norteamericana en Espa?a.
Desde hace m¨¢s de 30 a?os, los cantantes de rock han golpeado la conciencia del mundo con sus golpes de pubis y han conseguido que hasta los banqueros acudan a los roperos de caridad con chaquetas cachemir y pantalones vaqueros. He aqu¨ª un ejemplo de cr¨ªtica constructiva e igualatoria, que en el futuro seguir¨¢ dando sus frutos, siempre y cuando los cantantes de rock sigan rompiendo sus guitarras contra el tablado de los escenarios y ni una astilla perturbe las computadoras y los bunkers donde se decide el orden universal. Rock duro lo hay en todos los territorios culturales, y puede seguir habi¨¦ndolo con frutos parecidos a los conseguidos por los cantantes. As¨ª como puede establecerse una l¨ªnea culpable de incorrecto intervencionismo hist¨®rico que ensarta a Marivaux, Heine, Gorki y Ceaucescu, ser¨ªa posible establecer otras l¨ªricas que condujeran a Montanelli, Fukuyama, Revel y Bush, con la distancia que en este caso separa la derrota de la victoria. Los que se equivocaron de sentido hist¨®rico no demuestran que no exista un sentido hist¨®rico en la acci¨®n cultural. Que sea bueno o malo depend¨ªa del juicio final, y ¨¦ste ya ha llegado.
Golpes de pubis
Algunos cantantes de rock no excesivamente influidos por la filosof¨ªa ultimista totalitaria han querido poner sus golpes de pubisal servicio de una cultura de denuncia de las injusticias; supervivientes, no lo olvidemos, sombras de la justicia inevitable: Sur¨¢frica, Etiop¨ªa..., la pena de muerte, la destrucci¨®n de la naturaleza, la nueva y la vieja pobreza. Aun a riesgo de que, en la pr¨®xima d¨¦cada, de estas actitudes pueda derivarse el retorno a un cierto gusto por el arte comprometido, no ser¨ªa grave siempre y cuando se reservar¨ªa la acci¨®n sobre el desorden a lo que buenamente puedan hacer los presupuestos generales de los Estados para paliar las desigualdades, sin olvidar lo que las multinacionales puedan aportar siempre y cuando sean justamente compensadas a efectos fiscales. Una conveniente pol¨ªtica en esa direcci¨®n podr¨ªa llevar a que la industria papelera financiara a Stallone una superproducci¨®n en favor de los indios amaz¨®nicos, y con los beneficios obtenidos por la desgravaci¨®n fiscal y el posible ¨¦xito de mercado se incrementar¨ªa el env¨ªo de queso en porciones a Etiop¨ªa o de una partida de calzoncillos de felpa a los hospitales geri¨¢tricos de Espa?a.
Si se parte de la firme convicci¨®n de que el mundo ya est¨¢ hecho y lo ¨²nico por plantearse es resta?ar las heridas despu¨¦s de una absurda lucha de clases, nacional e internacional, cabe incluso un rock duro cr¨ªtico, nuevas posibilidades de cultura comprometida, cr¨ªtica que sume y no reste, que convierta la dial¨¦ctica del amo y el esclavo en una *leal comprensi¨®n del papel que el uno y el otro cumplen en la armon¨ªa universal. Incluso podr¨ªa llegarse a tolerar esa suscripci¨®n de Aute para recaudar un mill¨®n de d¨®lares para quien consiga la captura de Bush, desde la ¨ªntima convicci¨®n secreta de que no siempre el fondo est¨¢ en la forma y viceversa. Que la historia haya terminado en Bucarest el 25 de diciembre: de 1989 no quiere decir que en la d¨¦cada de los noventa Julio Iglesias haya dejado de tener raz¨®n. Siempre habr¨¢ por quien luchar, a quien amar, sin que se llegue al extremo de provocar una intervenci¨®n militar norteamericana en Espa?a.
Al llegar a este punto me invade la sospecha de haber traicionado la intenci¨®n de los que me encargaron este c¨¢lculo de probabilidades sobre la cultura en la d¨¦cada de los noventa. Tal vez esperaban futurolog¨ªa de m¨ª, olvidadizos de que en la tensi¨®n entre memoria y deseo hace tiempo que me he decantado por la memoria. Adem¨¢s, al punto que hemos llegado, ?tienen sentido preguntas anecd¨®ticas y respuestas igualmente anecd¨®ticas, aunque representen preocupaciones superficiales cotidianas? No obstante, y para cubrir el expediente, dir¨¦ que no creo que le den el Cervantes a Cela en la pr¨®xima d¨¦cada, y en cambio es bastante probable que Almod¨®var debute en el teatro con un drama musical sobre Pasionaria y que rebrote en todo el mundo un cierto anticlericalismo paralelo a la pesadilla est¨¦tica del retorno de la sotana en todas las confesiones, dise?ada o no por Yves Saint-Laurent. El ecologismo se dividir¨¢ definitivamente entre mencheviques y bolcheviques: los primeros, partidarios de unos Acuerdos de la Moncloa forestales, y los segundos, tratando de remontar los r¨ªos prohibidos y podridos hasta llegar a la causa ¨²ltima. Ser¨¢n severamente perseguidos y en las c¨¢rceles aparecer¨¢n galer¨ªas especiales para ecologistas catastrofistas. Pesimista sobre la capitalidad cultural de Madrid en 1992, a la vista de que ni siquiera se ha previsto el dise?o de un modelo pr¨¦t-¨¤-porter de abanderado cultural que hubiera tenido en Adolfo Dom¨ªnguez su creador m¨¢s l¨®gico, ni se ha previsto una edici¨®n para bibli¨®filo de la correspondencia secreta entre Marta Ch¨¢varri y Alberto Cortina o entre Alfonso Guerra y Soledad Becerril. Si no se ha empezado por lo elemental, mal asunto.
Olimpiada cultural
Tampoco hay que esperar gran cosa de la olimpiada cultural barcelonesa, porque si en el pasado, y no con justicia, se dec¨ªa que una cabecera de peri¨®dico como El Pensamiento Navarro era una contradicci¨®n, podemos decir esta vez con justicia que una olimpiada no puede ser cultural, y que la ¨²nica olimpiada cultural fue la de Adolfo Hitler, porque F¨¦lix de Az¨²a tiene m¨¢s raz¨®n que un santo laico cuando identifica olimpismo con fascismo. Es decir, pocos elementos iluminadores para la d¨¦cada podemos esperar de Madrid o Barcelona en sus m¨¢s urgentes perspectivas macroculturales, y en cuanto a los del V Centenario, s¨ª ser¨¢n reveladores, porque estar¨¢n -plenamente identificados con ese final feliz de foto fija final de la cultura como patrimonio y como creaci¨®n de nueva conciencia y sus saberes necesarios. Gracias al V Centenario conseguiremos reconciliar dentro de una misma fotograf¨ªa fin de curso, fin de fiesta, fin de historia, al paragolpista Patricio Aylwin y a Salvador Allende, a los sandinistas y al Departamento de Estado, a Lautaro y a Bartolom¨¦ (le las Casas, a los indios amaz¨®nicos y sus desfoliadores, a Fidel Castro y al Centro Gallego de Buenos Aires, a Juan Pablo II y a Casald¨¢liga.
Gelsomina, la beata Gelsomina, trat¨® de explic¨¢rselo parab¨®licamente al cazurro Zampan¨® en La strada. Le ense?a una piedra. y le dice: "Hasta esta piedra es necesaria". Si lleg¨¢ramos a tener todos esta comprensi¨®n liberal, generosa, compasiva, caritativa, del orden universal, definitivamente alejar¨ªamos el fantasma de una posible intervenci¨®n militar norteamericana en Espa?a. Y no creo que la cultura tenga objetivos m¨¢s nobles y acuciantes que ¨¦ste en la pr¨®xima d¨¦cada. Despu¨¦s del 2000 ya hablaremos.
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