Sexo, conformismo y comunicaci¨®n
La pel¨ªcula de Steven Soderbergh Sexo, mentiras y v¨ªdeo ofrece una perspectiva abrumadora sobre el estado de la cultura er¨®tica occidental. Se trata de un filme, en resumidas cuentas, modesto, que recibi¨®, sin embargo, adem¨¢s de la Palma de Oro, el marchamo de "tradici¨®n y calidad del cine" concedido en Cannes por Wim Wenders. Se trata tambi¨¦n de un filme experimental, en tanto que los gestos y las emociones son estudiados como en un laboratorio. Y es all¨ª donde sobreviene lo abrumador, pues los resultados de esta investigaci¨®n independiente, a pesar de ello, destilan una moral absolutamente exacta a la pregonada por Hollywood durante los a?os ochenta. Esta moral no es, por cierto, aquella de la mayor¨ªa del mismo nombre: por una parte, porque apunta antes bien a una minor¨ªa, la de los burgueses urbanos y educa dos que en su adolescencia se han visto afectados directa o indirectamente por las turbulencias de los a?os sesenta. Por otra parte, porque apunta m¨¢s a una investigaci¨®n del t¨¦rmino medio que a una vuelta a los valores tradicionales.En este marco, el filme de Soderbergh es notable porque se dedica a disipar una idea que, no obstante, hab¨ªa sugerido que lo er¨®tico puede ser un arte, es decir, un campo de investigaciones y de creaci¨®n, tanto a nivel de las t¨¦cnicas como de las emociones. Despu¨¦s de habernos dejado un tanto en suspense, Soderbergh nos repite ese credo, nacido del funesto cruce del psicoan¨¢lisis con el puritanismo, que enuncia que lo er¨®tico no es un asunto de inventiva, sino de descubrimiento. Peor a¨²n: no s¨®lo no habr¨ªa nada que inventar en materia de deseos, sino apenas habr¨ªa una cosa que descubrir, a s¨ª mismo. ?Y c¨®mo se sabe que finalmente uno se ha descubierto? La respuesta es formalmente simple, pero en la pr¨¢ctica se revela dilatada y dif¨ªcil de lograr: uno se descubre cuando advierte aquello que todo el mundo desea, que en el fondo todos somos iguales ante la eclosi¨®n amorosa. Este acceso a la verdad com¨²n exige deshacer todo lo posible los nudos de la neurosis, que est¨¢n protegidos por el espeso muro de la mentira, pero tambi¨¦n debemos evitar los vanos artificios de la perversi¨®n, salvo quiz¨¢ si se los considera como un camino de Damasco, como una v¨ªa expiatoria hacia el puerto del verdadero yo. Desembarazados de todos esos par¨¢sitos -mentiras y v¨ªdeo-, sexo y amor podr¨¢n por fin conjugarse sobre la base de una confianza, es decir, de una vigilancia mutua de los amantes, debiendoser cada uno supuestamente tan transparente al otro como a s¨ª mismo. Semejante visi¨®n del erotismo y de su ¨¦tica, que, record¨¦moslo, procede de un laboratorio privado y no de una oficina p¨²blica de adoctrinamiento, se vincula a dos nebulosas sumamente presentes en nuestro cielo, que tienen por nombres consenso y comunicaci¨®n.
1. Estados Unidos, se sabe, es el pa¨ªs de la libertad. Tal vez habr¨ªa que agregar: la libertad de hacer lo que todos. Esta propuesta a¨²n puede declinarse de dos maneras. Una, suspicaz: la libertad a condici¨®n de hacer lo que todo el mundo hace. Otra, serena: la libertad, puesto que todo el mundo -o casi- quiere m¨¢s o menos las mismas cosas. Este modo de autorregulaci¨®n se llama conformismo apunta a un y
objetivo: la sociedad consensual. En el dominio er¨®tico del que Steven Soderbergh nos da la f¨®rmula in vitro, este conformismo toma una tonalidad particular cuando emana de esos baby-boomers que anta?o participaran en los movimientos de liberaci¨®n de las costumbres y que permanecen muy apegados a sus derechos adquiridos. Entre tanto, eso que hab¨ªa comenzado como una mezcla de rebeli¨®n y de curiosidad -c¨®mo vivir sus amores de otro modo, es decir, m¨¢s libre y m¨¢s intensamente- para oscilar a veces en un militantismo tan rid¨ªculo como aterrador: un lib¨¦rate -a menudo m¨¢s sofocante a¨²n que los conformismos de anta?o-, concluye en la celosa conservaci¨®n de un arsenal de derechos y de libertad de elecci¨®n que ya no importan tanto como se cree, y que a fin de cuentas resultan inofensivos. Dicho de otro modo: a finales de los a?os ochenta es necesario (re)descubrir que una vida de pareja honesta, que permita a sus miembros ser verdaderamente ellos mismos, constituye, como la democracia parlamentaria, el menos malo de los sistemas (la analog¨ªa no es fortuita, pues tambi¨¦n en este caso lo que comienza como una propuesta singular: "La democracia parlamentaria es el mejor sistema porque per.mite la expresi¨®n de todas las opiniones pol¨ªticas", se convierte en la ¨²nica opini¨®n pol¨ªtica aceptable). Pero bastar¨ªa con dejar a la gente en libertad de hacerlo. Seg¨²n esta perspectiva, disponer libremente de cuerpos y sentimientos, como se reclamaba en los a?os sesenta, no habr¨ªa servido para buscar nuevas maneras de amar y de gozar, sino, por el contrario, para volver a encontrarse, luego de algunos desv¨ªos gloriosos o pat¨¦ticos, no lejos del dom¨ªcilio paterno abandonado 25 a?os antes.
2. Si los deseos de las gentes convergen a medida que se descubren entre s¨ª y si, pese a todo, las relaciones contin¨²an tan dif¨ªciles, es que ¨¦stas est¨¢n entorpecidas por problemas de comunicaci¨®n. No es otra cosa lo que dice Soderbergh: los medios de comunicaci¨®n, constata, se multiplican y se refinan sin cesar y, sin embargo, seguimos sin entendernos. Su filme indica c¨®mo ir en el buen sentido, puesto que muestra que un nuevo medio, el v¨ªdeo, puede ser utilizado para conjurar la mentira, pero tambi¨¦n que debe ser abandonado una vez cumplida su funci¨®n para no parasitar la transparencia recuperada entre los amantes. Efectivamente, ¨¦stos no est¨¢n ah¨ª para jugar, sino precisamente para comunicar.
Por ¨²ltimo, para aquellos que se preguntaran en nombre de qu¨¦ es posible calificar esta er¨®tica de abrumadora, hay que recordar que el ars erotica no es una especialidad exclusivamente oriental. Tambi¨¦n en Occidente el enredo amoroso ha sido considerado como una sustancia a elaborar en el sentido que Michel Foticault daba a una est¨¦tica de la existencia. ?sta pasa por la invenci¨®n de nuevas t¨¦cnicas gestuales y verbales encargadas de expresar adecuadamente una emoci¨®n singular y exige la realizaci¨®n de una estrategia amorosa; estrategia que no es m¨¢s una traici¨®n del amor que la coreograf¨ªa un desv¨ª¨® de la danza. Entre las grandes invenciones er¨®ticas que marcaron al mundo occidental hay que citar en primer lugar el amor galante de los trovadores, que no persigue otra finalidad que la continua intensificaci¨®n del sentimiento amoroso. Dichas invenciones deben, pues, velar constantemente para que ni la posesi¨®n de la mujer amada -que, sin embargo, no est¨¢ vedada formalmente- ni la sublimaci¨®n del deseo pongan un l¨ªmite al crecimiento indefinido del amor. Se puede mencionar a continuaci¨®n la er¨®tica manierista, de la que Montaigne es su m¨¢s fino portavoz: temiendo ver disiparse la pasi¨®n en un universo perpetuamente fluctuante, esa er¨®tica en?omia la coqueter¨ªa, los velos transparentes y las mujeres provocativas como elementos de s¨ªntesis de un amor que dura y de un tiempo que pasa inexorable. Se evocar¨¢ finalmente el libertinaje de los petimetres del siglo XVIII, cuyas relaciones peligrosas los llevan a transformarse en verdaderas tortillas noruegas: cabeza perfectamente fr¨ªa, pero cuerpo y coraz¨®n en llamas. ?Est¨¢ completamente superada la ¨¦poca de esas artes amatorias? Por el contrario, uno puede preguntarse -ya que fue una pel¨ªcula lo que sirvi¨® de pretexto a nuestro discurso- si la reanudaci¨®n de las investigaciones en este dominio no constituye uno de los mejores frentes de resistencia contra la famosa invasi¨®n de las im¨¢genes y de la cultura estadounidenses, incluso cuando muchos autores y realizadores europeos tengan, por su parte, mucha responsabilidad en los destellos del amor-revelador de nuestra com¨²n condici¨®n. Esto no impide que, enfrentada a la er¨®tica del consenso y de la comunicaci¨®n, Europa no tenga elecci¨®n: ser¨¢ perversa o no ser¨¢ nada.
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