Hace falta valor
1. Me contaba un amigo que, hall¨¢ndose en la cola de embarque de un aeropuerto, alguien le pos¨® la mano en la espalda y le susurr¨®:-?Es usted escritor?
Mi amigo se dio la vuelta aterrado y vio ante ¨¦l a un se?or entrado en carnes y en a?os, de boca amorfa, ojos caninos y seductora sonrisa de bur¨®crata. Como mi amigo tardaba en contestar, el oportuno caballero le dijo:
-?Ya se puede vivir de la literatura?
Mi amigo se encogi¨® de hombros, y haciendo un leve movimiento con la mano pretendi¨® hacerle creer a su inesperado interlocutor que era mudo. El buen hombre lo tom¨® por un loco y se resign¨® a no hacer m¨¢s preguntas.
2. A la gente com¨²n, el que alguien pueda vivir de lo que escribe le resulta hiriente. Desde hace algunas d¨¦cadas son ya muchos los que aceptan que un fontanero, un electricista, un oficinista, un polic¨ªa municipal, un vendedor a domicilio, un zapatero, un ciclista de quinta categor¨ªa, un cobrador de recibos atrasados, un aduanero, un ferroviario, puedan vivir de su trabajo, pero que un escritor pueda vivir del suyo es algo que todav¨ªa no ha sido f¨ªel todo asimilado. Cabe preguntarse si la gente no razonar¨¢ bien al pensar as¨ª. Todos los gremios a los que he hecho referencia hacen trabajos al parecer necesarios para la buena marcha de las colectividades. Un basurero, por ejemplo... ?Qu¨¦ ocurrir¨ªa si, de pronto, dejasen de recoger las bolsas de detritus que el animal humano expele cada d¨ªa? Las ciudades se convertir¨ªan en enormes e invivibles basureros... Pero nada va a ocurrir si todos los que se dedican a la escritura hacen huelga general y cuelgan de una, viga sus m¨¢quinas de escribir. El mismo Hegel, docto entre los doctos, imagin¨® un mundo sin literatura, un mundo donde la vida no necesitase la mediaci¨®n de los productos de la imaginaci¨®n, un mundo de individuos inmersos de tal modo en el devenir global de la sociedad que no necesitasen imaginar, pues cabe pensar que imaginamos cuando no vivimos, y que no vivimos cuando imaginamos.
3. Tambi¨¦n Plat¨®n consider¨® in¨²tiles, cuando no negativos, los productos literarios. En su Rep¨²blica no habr¨ªa escritores. Nadie necesitar¨ªa all¨ª imaginar mundos ajenos al Mundo En S¨ª. Lo absolutamente real: la ciudad, ser¨ªa el ¨²nico aliento del animal social; una ciudad, claro est¨¢, sin im¨¢genes vanas, sin monstruos de la imaginaci¨®n, sin Edipos, sin Medeas, sin Ant¨ªgonas, y sin las lamentaciones de Safo, y los cantos ebrios de Alceo, y la amarga melancol¨ªa de Teognis de M¨¦gara.
Sociedades con arquitectos, con pol¨ªticos, con comerciantes, con desfiles militares y desfiles civiles, pero sin escritores, o con escritores que hablasen ¨²nicamente de lo que ve¨ªan: templos, mercados, cuarteles; y el grato silencio de las muchedumbres felices de pertenecer a mundos cerrados donde imaginar algo ajeno a ellos no era s¨®lo un pecado, era sencillamente superfluo.
4. Esparta, por ejemplo. ?Qu¨¦ escritores tuvo Esparta? La Alemania de los a?os treinta. ?Qu¨¦ escritores afiliados al partido parieron obras notables y pudieron publicarlas? O la Rusia de Stalin. De Mosc¨² al cielo.
El Estado espartano, el hegeliano (v¨ªa Prusia) y el sovi¨¦tico: punto y aparte en el devenir de los pueblos. Se libraron de los monstruos de la imaginaci¨®n. ?Salve!
5. Pero no, estamos exagerando... Y, adem¨¢s, ?qu¨¦ nos importan esas excepciones que, en todo caso, no hacen m¨¢s que confirmar la regla? En otras muchas sociedades no han sido demasiadas las ocasiones en este ¨²ltimo siglo en que la palabra ha sido seriamente amenazada. ?ramos injustos antes al decir que la gente no aprueba el que alguien pueda vivir de lo que escribe... S¨ª, quiz¨¢ haya algunas reticencias al respecto, pero el Estado, que todo lo ve y, todo lo sabe, ha decidido hacer justicia, lo que nos deja bastante reconfortados. ?0 no es cierto que desde hace no pocos lustros el consumidor puede apreciar, y hasta adorar, a nuestros m¨¢s ilustres vates, cuyas efigies, sutilmente idealizadas, aparecen una y otra vez en el papel moneda? Gracias a los billetes de banco, el ciudadano com¨²n, ese que a¨²n no se resigna a aceptar que los escribas sentados cobren su estipendio como cualquier mortal, va aprendiendo poco a poco lo esenciales que son los creadores literarios en la cultura global de un pa¨ªs, y poco a poco va sabiendo d¨®nde estuvo, est¨¢ y estar¨¢ siempre el verdadero valor.
6. Nadie ignora la triple acepci¨®n del t¨¦rmino valor, que puede significar valor de uso, valor de cambio y, c¨®mo no, coraje o valent¨ªa. Heroica fue la vida de B¨¦cquer, que nunca tuvo un c¨¦ntimo, y que a cambio de la miseria a la que le condenaron sus contempor¨¢neos nos dej¨® algunos de los versos m¨¢s perdurables de nuestro romanticismo; y no menos heroica a ese respecto fue la vida de Rosal¨ªa de Castro, que si bien tiene un puesto de honor en nuestra l¨ªrica, nunca lo tuvo en el mundo de las finanzas. A Gald¨®s no debi¨® de faltarle el pan, sobre todo a partir de sus primeros ¨¦xitos, pero nadie se lo imagina rico, como nadie se imagina rico a Juan Ram¨®n, con o sin Premio Nobel, ni desde luego a Clar¨ªn. Pues bien, ah¨ª los tienen ustedes en los billetes que pasan de mano en mano. Al colocarlos en tan alto lugar, ?a qu¨¦ clase de valor est¨¢n haciendo referencia? ?Al valor de uso? ?Al valor de cambio? ?O al valor que demostraron dedic¨¢ndose a un oficio tan poco lucrativo? Lo m¨¢s probable es que los responsables del dise?o del papel moneda hayan hecho suyas las tesis hegelianas, tao¨ªstas y budistas de la uni¨®n de los opuestos, y as¨ª, los que en su d¨ªa representaron la ausencia de valor de cambio ahora sean el s¨ªmbolo de ese mismo valor, o quiz¨¢ no, quiz¨¢ lo que quieren indicamos es que las tres acepciones del t¨¦rmino valor son la misma y eterna acepci¨®n, y decimos que el valor de uso, el valor de cambio y el coraje son, desde el principio de los tiempos, lo mismo, y de ah¨ª que los que tanto valor demostraron en vida se hayan convertido en el emblema mismo de los tres valores unidos.
7. Puede que haya habido sistemas a tal punto seguros de s¨ª mismos y de su capacidad para aliviar todas las necesidades del individuo que considerasen negativo el hecho de escribir, pero el nuestro no peca de eso. Todos los d¨ªas de nuestra vida cada billete de banco nos est¨¢ susurrando al o¨ªdo d¨®nde est¨¢ el valor, adem¨¢s de indicarnos, con una fulgurante y siempre fugaz met¨¢fora, el valor que hace falta para dedicarse a escribir. M¨¢s no se le puede pedir a una instituci¨®n, y m¨¢s no se atrever¨ªa a pedirle un servidor. ?Aprende, ciudadano rechoncho y sonriente, que haces preguntas a traici¨®n en los aeropuertos! ?Saca un billete de 100 escudos y f¨ªjate en lo guapo que sale Pessoa, con el sombrero bien puesto en la cabeza y la pluma en la mano, firmando un pr¨¦stamo de urgencia que acaba de hacerle su jefe para poder pagar la habitaci¨®n; o saca un billete de 1.000 pesetas y considera lo valiente que fue Gald¨®s!
es escritor.
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