Las dos familias
En el grandioso despliegue de los Vel¨¢zquez en el Prado, y ayudados por las espl¨¦ndida informaci¨®n cr¨ªtica de Juli¨¢n G¨¢llego, uno queda envuelto en la atm¨®sfera est¨¦tica de tantos asombrosos lienzos. Me llen¨® de inter¨¦s la visi¨®n conjunta de los numerosos retratos de la real familia, singularmente los m¨²ltiples de Felipe IV, los de su gentil primera esposa, Isabel de Borb¨®n, y los de sus hijas, Mar¨ªa Teresa, que iba a ser reina de Francia, y Margarita, que se convertir¨ªa en emperatriz de Austria. Las dos dinast¨ªas rivales, la de Habsburgo y la de Francia, luchaban entre s¨ª, durante una larga porf¨ªa, militar y diplom¨¢tica, desde los a?os de Carlos V y Francisco I. Viena y Madrid polarizaban uno de los bandos, frente a Par¨ªs y Versalles. Y sin embargo, el examen de los espesos y reiterados parentescos trenzados entre las dos familias a?ad¨ªa a la rivalidad b¨¦lica una connotaci¨®n de morbosa ¨ªndole.La mujer de Luis XIII, Ana de Austria, era hija de Felipe III y hermana de Felipe IV. En el Louvre y en Versalles lucen dos espl¨¦ndidos retratos suyos. Ten¨ªa esta reina espa?ola un cierto aire de solemnidad: el rostro mofletudo, los ojos oscuros, penetrantes; el cabello rubio, rizado; la piel muy clara; la boca carnosa y breve. Un gran parecido a su hermano Felipe, tantas veces pintado por Vel¨¢zquez. No fue una esposa feliz del llamado rey justo, hombre de gran complejidad de car¨¢cter y escasa inclinaci¨®n hacia el sexo femenino. El embarazo real que despu¨¦s de muchos a?os de su matrimonio est¨¦ril trajo al mundo a Luis XIV fue considerado como milagroso por cortesanos y cl¨¦rigos. Y a¨²n m¨¢s la llegada, pocos meses despu¨¦s, de otro v¨¢stago, Felipe, que iba a ser el duque de Orleans, de borrascosa y compleja historia.
No hab¨ªa en esos a?os en la corte francesa un gran pintor de c¨¢mara de la talla de Vel¨¢zquez. Yo he contemplado los lienzos que representan a esta reina vallisoletana, sentada, con un traje cuajado de pedrer¨ªa, teniendo a sus lados a sus dos hijos. No lejos se contempla en la misma galer¨ªa versallesca el bell¨ªsimo retrato, debido al pincel de Phillippe de Champaigne, de Giulio Mazarino, con el ropaje p¨²rpura, la mirada astuta, el bigote y perilla atusados, el capelo reluciente. Fue el gran amor de la reina viuda y acaso su segundo esposo secreto.
Luis XIV recibi¨® de su madre espa?ola una educaci¨®n cuidad¨ªsima. Aprendi¨® el castellano como segunda lengua, y lo usaba en la intimidad de palacio. La celebraci¨®n del llamado matrimonio espa?ol de Luis XIV con Mar¨ªa Teresa, su prima hermana, reforz¨® la presencia de lo espa?ol en la corte francesa. En la galer¨ªa de Versalles se contempla un hermoso retrato de la reina, llevando de la mano al peque?o delf¨ªn. Hablaba mal el franc¨¦s la nieta de Enrique IV, lo cual le vali¨® reproches y cr¨ªticas de las damas de honor que le serv¨ªan en palacio. Luis XIV se hab¨ªa convertido con ese matrimonio en sobrino y yerno de Felipe IV. Mar¨ªa Teresa fue una mujer sufrida, discreta, resignada a su papel decorativo, ante el problema de las primeras amantes oficiales de su marido, instaladas en su propio palacio. Dio a luz a varios hijos, que murieron sucesivamente. Al fin consigui¨® que uno de ellos sobreviviera y con el t¨ªtulo de Monseigneur continuara la dinast¨ªa, mitad-francesa, mitad espa?ola.
Cuenta Saint-Simon que al morir Mar¨ªa Teresa fue asistida con gran cari?o por su marido, quien se despidi¨® en castellano en las ¨²ltimas horas para darle una postrera satisfacci¨®n. ?Hablar¨ªa tambi¨¦n en franc¨¦s Felipe IV en la intimidad a su espl¨¦ndida esposa consorte, Isabel de Borb¨®n, hija del Vertgalant legendario?
A pesar de tantos lazos interdin¨¢sticos, la pugna segu¨ªa latente entre Madrid y Versalles, entre Felipe IV y su yerno. Por otro lado, la incre¨ªble ni?a rodeada de rosas, a la que Vel¨¢zquez pint¨® una y otra vez con iluminado mimo, la infanta Margarita, se cas¨® con el emperador de Viena, Leopoldo, quien a su vez llevaba en sus venas la sangre espa?ola de los Austrias de Madrid, que le servir¨ªa en su d¨ªa al archiduque Carlos, sucesor suyo, a reclamar para s¨ª el trono vacante de Madrid.
Tremenda fue la guerra de Sucesi¨®n de Espa?a, costosa en hombres, durante a?os indecisa y finalmente victoriosa para el joven duque de Anjou, quien invoc¨® su parentesco sucesorio a trav¨¦s de la reina Mar¨ªa Teresa y el nulo valor de su renuncia eventual al trono, porque no se hab¨ªa pagado la dote establecida por la habilidosa diplomacia francesa, que descontaba la imposible situaci¨®n de la tesorer¨ªa de la Corona espa?ola, desangrada por las guerras interminables.
Franc¨¦s y espa?ol
Felipe de Anjou no hablaba el castellano cuando recay¨® en el ¨¦l la responsabilidad de asumir el cetro de Espa?a. Fue Luis XIV quien hubo de traducir al franc¨¦s la breve salutaci¨®n del embajador espa?ol -Castelldosrius- al nuevo soberano en la ceremonia celebrada en la c¨¢mara regia de Versalles. De nuevo las dos familias reinantes se vincularon m¨¢s estrechamente, al convertirse en una sola, la dinast¨ªa hispano-francesa de Borb¨®n. Hay en Versalles un evocador retrato de Mignard en que aparece el corpulento gran delf¨ªn con su mujer y sus tres hijos, de corta edad. Felipe de Anjou, ni?o de pocos a?os, revela en su rostro un talante voluntarioso que hubo de poner a prueba en los a?os de la guerra de Sucesi¨®n. Carlos III, al levantar el Palacio Real de Madrid, quiso dejar constancia her¨¢ldica de su antepasado el Rey Sol en el coronamiento de la fachada norte del edificio, donde luce un s¨ªmbolo del astro rey, visible desde los jardines de Sabatini.
Las dos familias, que eran en realidad, a trav¨¦s de la red gen¨¦tica de los m¨²ltiples enlaces, una sola, se repartieron los puntos claves del poder pol¨ªtico de la Europa de esos a?os. Fue el propio Luis XIV, al t¨¦rmino de su vida, en 1715, despu¨¦s de firmado el tratado de Utrecht, quien discurri¨® un proyecto sorprendente que demuestra su agudeza de largo alcance, que conserv¨® hasta sus ¨²ltimos d¨ªas. Propuso un acuerdo entre "las naciones antiguas de Europa", es decir, Francia, Espa?a y Austria, capaz de sujetar el poder¨ªo militar expansivo que hab¨ªan alcanzado el reino de Prusia y la Rusia zarista. Y dispuestos a frenar a Inglaterra, la gran potencia naval de signo protestante. El Rey Sol dio instrucciones a su embajador en Viena, el conde de Luc, para que tratara de convencer al emperador Carlos VI de las ventajas de ese planteamiento de las tres dinast¨ªas cat¨®licas que ten¨ªan tantos lazos familiares comunes. Pero la muerte del Rey Sol acab¨® con aquella gesti¨®n, que hubiera puesto fin a las luchas y rivalidad entre las dos familias de Habsburgo y Borb¨®n, que resultaba ya entonces, en su mente, un verdadero anacronismo.
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