Burocracia y dignidad
TODO CIUDADANO, por el mero hecho de serlo, tiene derecho a una jubilaci¨®n digna y suficiente, lo mismo escriba poemas que novelas, plante lechugas o se dedique a sus labores. Lo dem¨¢s es demagogia. Si no se consigue que estas pensiones logren su fin no hay estado del bienestar ni sociedad desarrollada.Con creciente periodicidad se asiste al lamentable hecho de que una de las firmas prestigiosas de la literatura espa?ola acomete su ¨²ltimo tramo vital escaso de medios, cuando no en la pura indigencia. Gabriel Celaya y Alfonso Grosso -este ¨²ltimo sin llegar a los problemas de edad del primero- son los ¨²ltimos casos del lamentable declinar del escritor, un derrumbe coherente con los tiempos en que la mitificaci¨®n del dinero se promociona desde todas las esferas -p¨²blicas y privadas- y el ¨¦xito se mide exclusivamente por la rentabilidad en pesetas. Aquellos que han trabaja do toda su vida con su talento y la creatividad se encuentran con problemas de subsistencia. Casos como el de Rosa Chacel -solucionado, como ahora los de Celaya y Grosso, con una ayuda ministerial- no dejan de formar parte de una pol¨ªtica de parches, bien recibida por sus recipiendiarios, naturalmente, y que
deja sin soluci¨®n otros muchos casos de autores menos afamados o con mayor pudor a la hora de airear sus desdichas.
La Sociedad General de Autores de Espa?a (SGAE), la Asociaci¨®n Colegial de Escritores (ACE), el r¨¦gimen general de la Seguridad Social, son entidades y siglas que encubren bajo su benefactor caparaz¨®n la impotencia resolutiva. No faltar¨¢n alegaciones t¨¦cnico-jur¨ªdicas que expliquen lo inexplicable: la imposibilidad de que cualquier ciudadano espa?ol -incluso los que no anhelan el enriquecimiento s¨²bito- tenga derecho a una jubilaci¨®n digna.
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