"Mi dulce maridito" o la temura
Una extraordinaria ternura se desprende de los apelativos utilizados por Beauvoir en su correspondencia con Sartre. La escritora, que emplea el usted con su compa?ero, le llama, sin embargo, "mi pobre querido amor" (1935), "mi dulce maridito" (1937), "dulce peque?o ser" (1939), "peque?o bien amado, mi querido amor, mi vida" (1941), "mi coraz¨®n, mi querido coraz¨®n" (1947), "mi querida almita" (1951).La mayor parte de las Cartas al Castor consist¨ªa en la correspondencia escrita en el per¨ªodo 1939-1940, en el que el fil¨®sofo llev¨® uniforme. Ocurre lo mismo con las Cartas a Sartre. Aunque la correspondencia de Beauvoir a Sartre abarca los a?os que median entre 1930 y 1963, la mayor parte de los textos corresponden al per¨ªodo de separaci¨®n forzosa de la pareja provocado por la Segunda Guerra Mundial.
La primera idea que se desprende de la lectura de las Cartas a Sartre es que su compa?era le contaba absolutamente todo, y con una exagerada minuciosidad. "Esta ma?ana", cuenta el 24 de octubre de 1939, "me he levantado tras 9 horas de buen sue?o. Me he lavado y he ido a comer dos huevos a casa de Kos. Wanda ha aparecido envuelta en un gran albornoz, siempre fea pero bromeando. Despu¨¦s he ido a Dupont a comer un gran trozo de buey y a escribirle a usted. He dado tres horas de clase sobre el psicoan¨¢lisis. Eso divierte mucho a los alumnos".
Simone de Beauvoir describe cada uno de sus encuentros, paseos, comidas, clases, pensamientos, ideas, sensaciones y aventuras sexuales con chicos y chicas a los que da sus verdaderos nombres. Le comunica su gozo cuando ha descubierto un turbante hermoso que llevarse a la cabeza y cada uno de sus momentos en La Coupoule y el Caf¨¦ de Flore, los lugares "donde te sientes al abrigo de todo".
La guerra
En las Cartas a Sartre no hay ni una sola referencia a las relaciones sexuales de la pareja, como si su uni¨®n fuera estrictamente plat¨®nica. En cambio, Castor describe con pelos y se?ales sus aventuras con j¨®venes de uno y otro sexo, en especial muchachas que la adoran y a las que ella utiliza, seg¨²n se desprende de sus propios relatos, para sentirse viva y fuerte. "Ella", cuenta de una de sus aventuras, "no puede soportar estar encerrada en una habitaci¨®n sin estar en mis brazos. Al final la cojo y en cinco minutos estamos en la cama. Abrazadas. Pero a partir del momento en que hemos terminado, ella comienza a sollozar e intenta nuevas caricias. Encendemos la luz; nos vestimos y como ella quiere todav¨ªa agitarme, yo tengo un nuevo movimiento de malhumor que le pone las l¨¢grimas en los ojos y del que me excuso friamente".
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