Seudoinformaci¨®n
Recientemente, en el transcurso del programa de la televisi¨®n italiana Mixer, el presentador asegur¨¦, apoy¨¢ndose en documentos y testigos, que en 1946 las autoridades italianas desviaron nada menos que dos millones de votos mon¨¢rquicos en el refer¨¦ndum que deb¨ªa decidir la configuraci¨®n pol¨ªtica del pa¨ªs y provocaron as¨ª la instauraci¨®n fraudulenta de la rep¨²blica.Al final del programa, sin embargo, cuando hac¨ªa un par de horas que los televidentes se llevaban las manos a la cabeza, el presentador puso cara solemne y dijo: "Todo cuanto aqu¨ª se ha dicho era falso. Con ello hemos querido demostrar que hoy, con los medios de que disponemos, podemos hacer creer cualquier cosa a la gente". Pues vaya un descubrimiento. No se sabe si, con tan sesudo argumento, el presentador quer¨ªa decir que todo es posible en este mundo de ilusi¨®n, que las emisoras de televisi¨®n enga?an al personal de forma regular o, puestos a rizar el rizo de la perogrullada, que los medios de comunicaci¨®n son tan convincentes que es preciso que su comportamiento ¨¦tico al servicio de la verdad sea intachable. Menudas alforjas para tan liviano viaje. ?No ser¨¢, m¨¢s bien, que la abundancia de noticias y la rapidez de su transmisi¨®n ha hecho de nosotros unos papanatas? En efecto, lo malo no es lo que le cuentan a uno o el modo en que se lo cuentan, sino la asombrosa capacidad que ha desarrollado la gente para creerse cualquier cosa.
Todo depende, claro, del tema al que se aplique la trampa, de la importancia de sus consecuencias y de la libertad para combatirlo de quienes han ca¨ªdo en el enga?o. Cuando en Espa?a se celebr¨® el refer¨¦ndum de los 25 A?os de Paz, aquel en el que sobraron unos tres millones de votos (hab¨ªan -votado los residentes en el camposanto por la evidente raz¨®n ,de que su adhesi¨®n era m¨¢s segura que la de los residentes en el extranjero), nadie se lo tom¨® excesivamente en serio: pronto se vio que la cosa hab¨ªa servido para muy poco m¨¢s que el auto-bombo. No ten¨ªa importancia.
De modo que la enga?ifa de Mixer es una ligereza que no deimuestra nada. Dura lo que tarda en llegar el desmentido. S¨®lo prueba que una persona que dispone de cierta audiencia puede mentir-, es posible que le crean, pero, si hay libertad, es seguro que la verdad acabar¨¢ saliendo a la luz, y con los medios de ahora, muy deprisa. Y, si no hay Ebertad, pocos son los que se lo creen de todos modos. La tonter¨ªa de que Isabel Preysler es la cuarta millonaria de Espa?a o de Europa -en la que tambi¨¦n picamos en EL PA?S- dur¨® lo que tard¨® en llegar su carta de desmeatido. Por lo que a m¨ª respecta, si fuera el cuarto millonario de cualquier sitio, a- buenas horas estar¨ªa yo anunciando baldosas.
Es cierto, sin embargo, que nos encontramos en la era de las explicaciones transitorias: todo tiene que tener una raz¨®n de ser durante el rato que tarda en llegar la siguiente noticia, y si no, se inventa. Pero como, adem¨¢s, la televisi¨®n es ahora testigo excepcional de la historia, las noticias, verdaderas o falsas, tienen que ser presentadas en vivas im¨¢genes de tecnicolor. De modo que, en Estados Unidos sin ir m¨¢s lejos, ha llegado la moda de las reconstrucciones filmadas. Si las c¨¢maras no estaban en el lugar adecuado en el momento de ocurrir el hecho, se filma el escenario, se contrata a actores, se escribe un gui¨®n y se presenta la historia a los ¨¢vidos televidentes. Como las portadas dibujadas de Abc. Si luego, la cosa resulta no ser verdad, como de todos modos no lo era, se explica de otra manera y nadie se preocupa de corregir la anterior falsedad: no vale la pena perder el tiempo haci¨¦ndolo. Y lo ¨²nico que se resiente es la honradez.
La gente se ha acostumbrado a que le cambien de escenario vertiginosamente. La imagen queda en la retina unos segundos y despu¨¦s se desvanece. Es posible que, por este motivo, los televidentes no den abasto y tiendan a creerse todo lo que les cuentan a toda velocidad. Bastante tienen con digerirlo. Pero el presentador de Mixer se call¨® el ¨²nico argumento verdadero: lo que necesita el receptor de la noticia es un poquito de criterio y una buena dosis de escepticismo. Si despu¨¦s comprueba que el medio que ve o lee no tiene por costumbre mentirle, tender¨¢ a fiarse de ¨¦l m¨¢s que de los restantes. La credibilidad no est¨¢ en el desmentido, ni en que por norma ¨¦ste se haga; est¨¢ en que, por norma, no resulte necesario hacerlo.
Como de muestra vale un bot¨®n, ser¨ªa interesante comparar la seudolecci¨®n de seudomoral propinada por Mixer utilizando una noticia falsa, con las recientes seudorrevelaciones de un semanario en torno a las supuestas conexiones de un c¨®nsul espa?ol con el submundo del tr¨¢fico de armas, del juego ilegal, los terroristas, la droga y la venta de autom¨®viles. Si el pobre c¨®nsul en Rotterdam -que es donde ejerc¨ªa sus labores este probo funcionario- hubiera encontrado el tiempo para dedicarse a tanto submundo, no lo habr¨ªa tenido ni para firmar pasaportes. Considerando c¨®mo se las gastan, adem¨¢s, en el referido submundo, estar¨ªa ya criando malvas. Y lo que importa es que la implicaci¨®n del c¨®nsul con la vida del crimen no resiste el m¨¢s m¨ªnimo an¨¢lisis; as¨ª lo ha reconocido un juez de La Haya, que le ha dado raz¨®n en su querella contra un peri¨®dico local. Pero la revista espa?ola lo ha recogido todo, menos la decisi¨®n de los tribunales holandeses que invalida toda su tesis. Una l¨¢stima, la verdad sea dicha.
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