La luz de la plaza
La primavera retorn¨® a Sevilla el martes santo. Ya antes, por Carnaval, el azahar se apoder¨® de las calles y se adue?¨® de los esp¨ªritus. Es el signo inici¨¢tico de la primavera en Sevilla. Sin embargo, la primavera no abarca todo nuestro universo vital hasta que se abre la Maestranza. Porque si los olores, los aromas, ora del azahar de las calles, ora del incienso de los templos, son indicios primaverales, la huella profunda de este equinocio la marca la luz. Y la luz no se hace hasta el Domingo de Resurrecci¨®n. La luz cobra protagonismo en la plaza de los toros como en ning¨²n otro sitio.El albero aparece como una alfombra de oro. Tal sus irisaciones. Y el almagre de la barrera rememora que estamos en el templo del sacrificio. Y el m¨¢rmol de la columnata neocl¨¢sica, tan bru?ida, emite una singular albura. Y la vieja arcilla del tendido, racima, avaramente, tanto destello, e impone, tamizandolos, sosiego en la pupila. ?Ah!, Don Francisco, "el de los toros", que en su Tauromaquia, como apunt¨® Coss¨ªo, al puro placer de la creaci¨®n gr¨¢fica, se entregaba al goce de la oposici¨®n de la luz y sombra. ?C¨®mo olvidar a los mimados por la luz, que se asomaron a los circos de Espa?a: Fortuny, Rosales, Regoyos, Sorolla ... ?
El sol en los tendidos, adem¨¢s de calor y fotofobia, genera antagonismo social. No hay m¨¢s remedio que discrepar de Tierno, en aquello de que "en la plaza los espectadores son en absoluto iguale?. Un ruedo soleado, y todo el paisanaje en la sombra es un reto arquitect¨®nico y toda una revoluci¨®n pendiente. De esa forma, los espectadores no se igualar¨ªan por abajo, como sosten¨ªa don Enrique, sino por arriba. De todas formas, a la par que progresa la corrida, los espectadores se van nivelando. Conforme los toros van pasando al desolladero, Rosseau va invadiendo el tendido. Parad¨®jicamente, sin embargo, el siglo de las luces, fue el que menos luz dio a las corridas.
Al caer la tarde, la penumbra se estrena en la b¨®veda del Palco del Pr¨ªncipe. En la natural ausencia de sus augustos moradores, solo las golondrinas presencian desde all¨ª la corrida. Pero la tarde renuncia a entregarse, y con morosidad se hace patente, por ¨²ltima vez, en el Giraldillo. La singular veleta, cuando las rayos proceden ya de Bonanza, renuncia a ser s¨ªmbolo de la fe, o la popular Santa Juana. Antes bien, se erige en Iris, la diosa griega. Seguramente quiere competir con los semidioses del ruedo, con los h¨¦roes de raso y oro. Cuando la luz tiene ese protagon¨ªsmo, la primavera es la que manda. La luz, con su poderio nos ha embargado en los vuelos de su muleta.
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