Por unos instantes de belleza
Un conocido bar¨ªtono en activo me dec¨ªa hace unas semanas que la ¨®pera estaba en decadencia y que gran parte de la culpa la ten¨ªa el p¨²blico. "La ¨®pera es como los toros", afirmaba. "El aficionado sabe de antemano c¨®mo son las arias o de qu¨¦ manera se liga correctamente una faena. Pero as¨ª como en los toros se puede pasar del aplauso al rechazo en un breve margen de tiempo, en ¨®pera, con las modas actuales de no interrumpir la representaci¨®n, se acepta todo al mismo nivel y parece como si estuvi¨¦ramos en el cine. El p¨²blico de ¨®pera ha perdido capacidad cr¨ªtica y, lo que es peor, capacidad de emocionarse".Recientemente, el tenor mexicano Francisco Araiza fue llamado a gritos "torero" tras una de sus brillantes explicaciones sobre el canto en un coloquio que, junto a Nuria Espert, mantuvo a prop¨®sito de La Traviata en un hotel madrile?o.
La tendencia a unir ¨®pera y toros no es nueva. Hasta se han desarrollado sesudos estudios por intelectuales y se ha llegado a hacer coincidir en la misma persona la cr¨ªtica de ambos espect¨¢culos en alg¨²n peri¨®dico. Tambi¨¦n, un sector de p¨²blico simult¨¢nea su afici¨®n por la lidia y la l¨ªrica.
Las similitudes no se pueden llevar demasiado lejos. Los toros y la ¨®pera son espect¨¢culos diametralmente distintos. En los toros, la sangre corre, el peligro existe. En la ¨®pera, domina la irrealidad, el artificio. Bien es cierto que ambos son rituales, aunque su signo es muy diferente. Ni siquiera el grado de implantaci¨®n en la cultura, de popularidad, es comparable. Personajes tan entra?ables como El Manteca de C¨¢diz hay que ir a buscarlos en el mundo de la ¨®pera a Italia. Pienso en concreto en el napolitano Tonino, que regenta el restaurante I Due Foscari de Venecia. Las tascas populares aqu¨ª se ilustran de im¨¢genes, retratos y fotograf¨ªas de la lidia; pocas veces de divos y escenas oper¨ªsticas.
Los toros poseen, como ning¨²n otro espect¨¢culo, la magia de los instantes, el valor de lo ef¨ªmero. En un momento es la estampa brava del animal saliendo de los toriles o embistiendo al caballo; en otro, una tanda de naturales o la colocaci¨®n precisa y adornada de unas banderillas. Pero siempre duran poco. O, quiz¨¢, lo suficiente.
El clima tr¨¢gico envuelve el ambiente, crea tensi¨®n. La desesperada b¨²squeda de perfecci¨®n art¨ªstica y de dominio ante el toro embriagan. Cuando se consiguen, exaltan y conmocionan. Es una belleza perturbadora que se prolonga horas y horas en el recuerdo. Que genera horas y horas de tertulia.
Hac¨ªa tiempo que no iba a los toros. Cuando era un chaval, un amigo de mi padre me invitaba todos los a?os a una corrida si aprobaba el curso escolar. Era el d¨ªa m¨¢s feliz. Adem¨¢s, me invitaba a comer. ?l admiraba a Antonio Ord¨®?ez, a m¨ª me impresionaba Diego Puerta. Un d¨ªa torearon juntos y los dos cortaron orejas. Est¨¢bamos tan radiantes que me fum¨¦ el primer puro de mi vida. Despu¨¦s, mi afici¨®n taurina ha tenido altibajos. Incluso perd¨ª las preferencias de mi suegra por mi obstinaci¨®n en invitarla a la ¨®pera en vez de a la fiesta. He vuelto de nuevo, de la mano del poeta Jacobo Cortines, tras infinitas conversaciones anteriores sobre Rossini, Mozart, Haydri y de nuevo Rossini. Ha sido hace unos d¨ªas, en La Maestranza de Sevilla, el d¨ªa de los guardiolas. Desde entonces, ya estoy de nuevo enganchado. Y es que en los toros, como en la ¨®pera, se busca lo excepcional, lo inalcanzable. Son un deseo descarado de vivir el absoluto, de ser como dioses. Aunque sea solamente unos instantes.
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