El infierno de Hyderabad
Virtual estado de guerra civil en la provincia paquistan¨ª de Sind tras los enfrentamientos sangrientos entre sindis v mohajirs
ENVIADA ESPECIAL Las mujeres consuelan en el patio a Parvin, que cubre su rostro con un velo blanco. En la ¨²nica habitaci¨®n de la casa, los hombres lavan con agua de rosas el cad¨¢ver de Anuar NavIv. Naviv, de 30 a?os y padre de cuatro ni?as, es una de las decenas de v¨ªctimas (en su mayor¨ªa mohajirs) causadas por la actuaci¨®n de la polic¨ªa paquistan¨ª en el barrio de Puca Quila. A la puerta se hacongregado una multitud que desaflia el toque de queda. Son im¨¢genes del infierno de Hyderabad.
Hyderabad y Karachi, las dos grandes ciudades de la provincia paquistan¨ª de Sind, est¨¢n en virtual estado de guerra civil.
Tras cuatro a?os de enfrentamientos espor¨¢dicos, se ha declarado un odio infernal entre sindis y mohajirs. Cuatrocientos muertos en las ¨²ltimas semanas es el tr¨¢gico balance.
Musulmanes contra musulmanes en Pakist¨¢n
Las gentes de Hyderabad quieren contar a la enviada especial de EL PA?S las atrocidades que han vivido. Las mujeres se acercan llorando y forcejean para llevarla aqu¨ª o all¨ª. Los hombres tratan de poner orden y miran con recelo hacia los enormes camiones manfuera que dominan este pu?ado de callejones y casuchas y desde los que la polic¨ªa dispar¨® indiscriminadamente el pasado d¨ªa 26. Bajo el ardiente sol que quema la sombra con 48 grados cent¨ªgrados, se teme que el tumulto motive un nuevo ba?o de sangre.Las dos etnias parecen haber optado por la v¨ªa armada para defender sus intereses. "Eran sindis, porque s¨®lo los sindis hieren a los mohajirs", afirma convencido Mohamed Al¨ª, de 25 a?os, que se recupera de dos balazos en la pierna y la cintura, disparados por enmascarados.
Los sindis son los antiguos pobladores de la provincia, que hoy se ven desplazados al campo por los mohajirs, los refugiados musulmanes llegados de la India cuando el pa¨ªs se dividi¨®, en 1947, por motivos religiosos. "Los mohajirs creen que las ciudades dependen de ellos, y es mentira. Si ellos tienen en sus manos el comercio, son los campesinos sindis quienes les abastecen de verduras, carnes, pescados o leche. Se quejan de que tienen limitado el acceso a la universidad y al funcionariado, pero viven mejor que los campesinos sin luz, agua o alcantarillado", afirma el doctor Mubi Ahmed.
El doctor Ahmed tiene tiempo para discutir. Trabaja en el hospital civil y gran parte de sus 1.200 camas no est¨¢ ocupada. Desde que comenzaron los disturbios, el 14 de mayo pasado, han ingresado 73 personas, de las que 22 eran ya cad¨¢veres. Este hospital, dotado de cuatro quir¨®fanos, est¨¢ ligado a la Facultad de Medicina. El personal y los pacientes son sindis.
Un pu?ado de cad¨¢veres
Al otro lado de Hyderabad, una enorme tienda protege a decenas de heridos del sol abrasador del mediod¨ªa. El hospital de Shan Bita? tiene 50 camas y un cirujano. Entre el d¨ªa 26, en que la polic¨ªa actu¨® en Puca Quila, y el 27, que dispar¨® contra una manifestaci¨®n mayoritariamente formada por mujeres y ni?os que protestaban por las barbaridades cometidas por los agentes -todos ellos sindis- en ese barrio, el equipo m¨¦dico, al que se unieron otros dos cirujanos voluntarios, atendi¨® a 240 heridos de bala. En esos dos d¨ªas apilaron 68 cuerpos, algunos porque entraban muertos, otros porque se les mor¨ªan. A ellos hab¨ªa que sumar el m¨¢s de medio centenar habido en los 15 d¨ªas anteriores.
Los pasillos est¨¢n abarrotados de catres, que en muchos casos han servido para trasladar a los heridos. Dos voluntarios colocan en un banco a un hombre que acaba de ser intervenido para dejar libre la camilla. "Hemos pedido ayuda a la Secretar¨ªa de Salud P¨²blica, pero no nos han enviado nada. Sin embargo, cientos de personas han donado sangre y la comida para los pacientes", se?ala uno de los m¨¦dicos. El Shan Bitai atiende, en teor¨ªa, a la mayor¨ªa de la poblaci¨®n mohajir de Hyderabad, un mill¨®n aproximadamente, o el 70% de la totalidad de los habitantes de la ciudad.
Los casos m¨¢s graves los env¨ªan a Karachi, que se encuentra a 150 kil¨®metros de distancia y que cuenta con un centro m¨¦dico, el Abasi Shahib, en el que los mohajirs conf¨ªan. "No quieren ir al hospital Civil de Hyderabad, piensan que all¨ª les matar¨¢n en lugar de curarles", a?ade el doctor.
Los ojos negros de Masud Raz¨¢, de 20 a?os, brillan de odio. "Son los terroristas del PPP [el gobernante Partido Popular de Pakist¨¢n] los que, disfrazados de polic¨ªas, me dispararon". Masud es uno de los pocos j¨®venes de Puca Quila cuyo paradero es conocido. Otros 50 o 60 de edades comprendidas entre los 17 y los 20 a?os se encuentran detenidos desde el d¨ªa 27, pero nadie sabe en qu¨¦ lugar.
"?D¨®nde est¨¢ mi hijo?". "Digan que se han llevado a mi hijo". "Escr¨ªbale al Gobierno". Una mujer tras otra se agarran a esta enviada como a su ¨²ltima piedra de salvaci¨®n. Sumida en el llanto, una madre muestra la foto de su hijo, unida a un historial m¨¦dico escrito en urdu en el que pretende que lea que es un enfermo mental y que tiene que tomarse las pastillas que ella ense?a. La diputada Nusrat Bhutto, madre de la primera ministra, Benazir Bhutto, llor¨® el martes pasado en el Parlamento al referirse a los abusos cometidos por la polic¨ªa en Puca Quila, pero los j¨®venes detenidos siguen sin aparecer.
Es dif¨ªcil creer lo que cuenta la gente de este peque?o poblado -25.000 habitantes- enclavado dentro del antiguo fuerte de las tropas brit¨¢nicas. Era la ma?ana del s¨¢bado 26 y hac¨ªa dos semanas que en ese barrio y algunos otros de Hyderabad se hab¨ªa impuesto el toque de queda, y s¨®lo se permit¨ªa a la poblaci¨®n abandonar sus casas cuatro horas al d¨ªa para hacer la compra.
Pocoantes del mediod¨ªa irrumpieron en ¨¦l m¨¢s de 2.000 polic¨ªas, con la bayoneta calada, en busca de "armas de los terroristas mohajirs". Una por una registraron las casas, reventaron armarios, ba¨²les y cajas fuertes. Los habitantes de Puca Quila aseguran que no encontraron ni un arma, pero que los polic¨ªas se llevaron el dinero que ellos no guardan en el banco y los aderezos de oro que pidieron a sus mujeres.
"Ahora, ?c¨®mo saldremos adelante, c¨®mo comeremos?", preguntan las mujeres ense?ando las cajas vac¨ªas de sus preciados colgantes, su ¨²nico seguro de vejez.
Parvin sigue llorando en el patio y tal vez ni ella misma sepa si lo que m¨¢s la apena es la muerte del marido o el desconocer c¨®mo se alimentar¨¢n ella y sus cuatro hijas -la mayor ha cumplido cinco a?os-. Varios polic¨ªas desmantelaron la casa delante de Parvin y del marido. Con los bolsillos llenos le exigieron a Naviv que repitiera las consignas sindis que ellos dec¨ªan. Se neg¨®, le balearon y el agua de rosas ya perfuma su cuerpo.
Dejar atr¨¢s Puca Quila es un alivio: robos, asesinatos, violaciones... Son demasiadas denuncias.
De los altavoces de los alminares sale cadencioso el canto del muec¨ªn. Los sindis aseguran qe el domingo "pasaron mucho miedo", porque los mohajirs se hicieron con los micr¨®fonos de las mezquitas y desde ellos pidieron a la poblaci¨®n iniciar la "guerra santa" y "venganza" por lo ocurrido. Sin embargo, fueron los cuerpos de mujeres y ni?os mohajirs los que volvieron a caer, abatidos por balas de la polic¨ªa sindi, durante una manifestaci¨®n pac¨ªfica.
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