Fundaciones
EN ESTE mes de junio, al menos cuatro entidades financieras importantes han anunciado la creaci¨®n de fundaciones propias, destinadas a fines culturales y filantr¨®picos. Crece, afortunadamente., el capital monetario fundacional. Banesto, con 15.000 millones de pesetas; el BBV, con 14.000; Caja de Madrid, con 6.000, y el Banco Central, con 5.000.No es concebible que la sociedad y el Estado regateen los elogios a este tipo de iniciativas. Sin embargo, nuestra pol¨ªtica fiscal parece estar dispuesta a favorecer el mecenazgo y seguir maltratando a las fundaciones. La confusi¨®n y aun las contradicciones perturban la funci¨®n social de estas instituciones, demandadas por el vitalismo creador de la sociedad espa?ola. Si el mecenas o patrocinador cubre huecos culturales con sus subvenciones, remendando las carencias presupuestarias de la Administraci¨®n, las Fundaciones trabajan en prop¨®sitos de inter¨¦s general, a medio o largo plazo y al margen de la rentabilidad propagand¨ªstica inmediata.
El art¨ªculo 34 de la Constituci¨®n, con evidente novedad en el marco del constitucionalismo espa?ol y europeo, garantiza el derecho de fundaci¨®n "para fines de inter¨¦s general, con arreglo a la ley". Seguimos esperando esa norma, que podr¨ªa tener el rango de ley org¨¢nica y sentar¨ªa las bases y limitaciones del derecho de fundar.
La tardanza de esta decisi¨®n legislativa obliga a quien desee promover una fundaci¨®n a moverse en una fronda de disposiciones de hace m¨¢s de 75 a?os, como la Ley General de Beneficencia, de 20 de junio de 1849, y su Reglamento, de 1852, o el Real Decreto e Instrucci¨®n de 24 de junio de 1913, vigente para las fundaciones docentes. El Real Decreto de 21 de junio de 1972, m¨¢s reciente, regula las fundaciones culturales. Los estatutos y las escrituras p¨²blicas tienen que sortear los escollos de infinidad de disposiciones preconstitucionales.
Ni siquiera contamos con datos exactos sobre la masa de capital privado fundacional. No pretendemos compararnos con EE UU, donde el capital fundacional asciende a 120.000 millones de d¨®lares y 11.000 millones de renta anual. S¨ª deber¨ªamos hacerlo con los Pa¨ªses Bajos, cuya inversi¨®n anual ronda los 5.000 millones de d¨®lares. En Espa?a, sumando rentas fundacionales y donaciones puntuales de mecenazgo, se maneja la cifra de 50.000 millones de pesetas anuales. Cifra, sin duda, estimable, que podr¨ªa equivaler a la mitad de lo que invierte en cultura la Administraci¨®n central, pero se queda en una d¨¦cima parte de la suma privada que invierten anualmente los holandeses. Las fundaciones espa?olas superan el n¨²mero de 5.000. Suiza y Holanda andan por cerca de las20.000.
La curva ascendente del capital privado que se pone en Espa?a a disposici¨®n de fines de inter¨¦s general es claramente ascendente y acredita la vitalidad de la iniciativa social, a pesar de la pol¨ªtica fiscal, claramente disuasoria. Las reservas del legislador para no disminuir la masa tributaria o abrir portillos a la inmovilidad de patrimonios empresariales o familiares no parecen convincentes, si es cierto que el Estado podr¨ªa multiplicar por cuatro el capital fundacional con una desgravaci¨®n modesta de un 25%. Las fundaciones se justifican por su funci¨®n social. Llegan a donde no lo puede hacer el Estado. Pueden asumir la investigaci¨®n de alto riesgo. Son instrumentos de progreso, porque identifican las demandas sociales y liberan dinero para el bien p¨²blico sin las trabas burocr¨¢ticas de las instituciones oficiales. Se necesita una ley que premie al solidario y castigue severamente al p¨ªcaro.
Mientras este acto legislativo no se produzca se seguir¨¢ premiando a las entidades prepotentes, m¨¢s celosas de su propia notoriedad que de apoyar las experiencias cient¨ªficas y sociales que acometen diariamente esp¨ªritus m¨¢s solidarios. Las nuevas fundaciones no deber¨ªan dejarse llevar por el discurso ret¨®rico ni por el acento de las grandes cifras y la simple relevancia de las grandes figuras, no siempre capaces de romper su propia endogamia intelectual ni de colaborar con otras fundaciones de mayor capital ideol¨®gico y menores recursos econ¨®micos. El protagonismo es mal consejero. Los nuevos retos sociales, culturales y cient¨ªficos europeos no necesitan otros padrinos que aquellos que sean capaces de trabajar en equipo y despertar la sensibilidad solidaria en el di¨¢logo, en el rigor y en la experiencia contrastada.
El Estado debe alentar a los creadores y estimular la canalizaci¨®n del capital privado a fines de inter¨¦s general. Basta que el Gobierno supere sus propios prejuicios, confile e identifique normativamente la iniciativa social y env¨ªe cuanto antes al Parlamento una ley que desarrolle y encauce la creatividad privada y el derecho de fundaci¨®n.
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