Entre la televisi¨®n y el cine

La isla del tesoro es una nueva versi¨®n de la famosa novela de Robert Louis Stevenson, pero, por esta vez, no ha sido la industria cinematogr¨¢fica la que se ha acordado de este cl¨¢sico inmortal , sino la televisi¨®n por cable, representada por la cadena de Ted Turner, en coproducci¨®n con un par de empresas brit¨¢nicas. Este relato audiovisual que ser¨¢ presentado en Estados Unidos por esa emisora de televisi¨®n, mientras que, en el Viejo Continente, se exhibe en salas de cine.Destacar ese marco previo no es ocioso, a mi modo de ver, porque no se trata de aspectos secundarios, sino de rasgos esenciales, que condicionan completamente la concepci¨®n y el desarroll¨® de la historia.

A veces no resulta f¨¢cil deslindar los l¨ªmites entre el medio fotoqu¨ªmico y el electr¨®nico, porque las t¨¦cnicas parecen confundirse. Pero en este caso no hay la mejor duda de que la narraci¨®n de Stevenson ha sido adaptada a las posibilidades de un presupuesto televisivo -generoso, por supuesto, porque no en vano se trata de una emisora estadounidense-, pero muy inferior al que se habr¨ªa invertido en una gran producci¨®n cinematogr¨¢fica internacional. Las diferencias fundamentales entre ambas industrias no pertenecen s¨®lo al dominio del lenguaje o de la est¨¦tica, sino que se deben, sobre todo, al tiempo disponible para ensayos previos y a las posibilidades de hacer una realizaci¨®n compleja y ajustada a la historia, mucho m¨¢s reducido, en la televisi¨®n, en t¨¦rminos generales, como consecuencia del uso de una planificacador m¨¢s funcional, donde la econom¨ªa, en horas y en dinero, es fundamental.

Siempre vigente

La isla del tesoro es, desde luego, un libro que siempre est¨¢ vigente, porque ha conseguido convertirse en un cl¨¢sico inolvidable, pero las versiones cinematogr¨¢ficas que se han hecho de ¨¦l s¨®lo han sido capaces de recoger una parte de su encanto.Quien quiera entrar, plenamente, en el mundo de Jim Hawkins, el joven grumete que vive una inolvidable aventura en la Hispaniola en busca del tesoro del capit¨¢n Flint, deber¨ªa leer, inexcusablemente, la obra de Stevenson, porque, ante las innumerables riquezas del texto, la pel¨ªcula m¨¢s inspirada y h¨¢bil no pasa de ser un simple reflejo.

La versi¨®n que acaba de estrenarse es simplemente correcta y su deseo de fidelidad al libro acaba siendo un inconveniente, en lugar de una ventaja, porque la duraci¨®n resulta excesiva y las maravillas literarias no brillan a la misma altura en la pantalla.

Fraser C. Heston es un director que empieza y una historia tan compleja como ¨¦sta no es lo m¨¢s adecuado para un novel.

Se ha defendido, es cierto, con bastante empe?o; aunque con bastantes torpezas y titubeos, pero apenas consigue traspasar los l¨ªmites de la mera correcci¨®n mec¨¢nica y desaprovecha las posibilidades narrativas m¨¢s hondas y turbias de un relato literario excepcional en provecho de sus apariencias superficiales.

Es posible, naturalmente, que la participaci¨®n de CharIton Heston en el proyecto -estrella de decadencia, pero estrella, al fin y al cabo- estuviera condicionada a la admisi¨®n de su hijo en las funciones de director.

El viejo actor conserva su fotogenia, pero no es un int¨¦rprete excepcional; aunque ha puesto en juego toda su habilidad para animar el codiciado papel de John Long Silver, no consigue hacernos olvidar el trabajo de Wallace Beery ni de Orson Welles, en el mismo personaje. El resto del reparto es muy desigual y, junto a actores brit¨¢nicos s¨®lidos y eficaces -el joven Christian Bale, al que vimos en El imperio del sol, de Steven Spielberg, Julian Glover u Oliver Reed-, aparecen otros menos afortunados, como Richard Johnson.