El paro de larga duraci¨®n: mejoran las tendencias
Ser es permanecer en el ser. Por ello la prolongaci¨®n de la situaci¨®n del estar parado se termina transformando en la de ser un parado. La permanencia en el paro, por la acumulaci¨®n de dificultades y trastornos que produce, cambia de calidad una situaci¨®n perjudicial desde su origen. En una sociedad en la que el acceso a los recursos y la identidad personal de la mitad masculina est¨¢ estrechamente vinculada a la posici¨®n laboral o profesional, no tener trabajo es casi equivalente a no ser.En los tiempos de la crisis, que por encima de otros calificativos ha sido en Espa?a una crisis de empleo, la ca¨ªda de la ocupaci¨®n y la relativa baja rotaci¨®n de los empleos existentes dio lugar a lo que se podr¨ªa denominar el bloqueo del mercado de trabajo. Los j¨®venes no encontraban ni siquiera un primer empleo, los adultos asist¨ªan a la cronificaci¨®n de su paro y los mayores acud¨ªan por diferentes caminos a una jubilaci¨®n raramente voluntaria. El importante embolsamiento de paro juvenil y el paulatino aumento del tiempo de permanencia en el paro fueron los efectos m¨¢s caracter¨ªsticos de este proceso. Es dif¨ªcil resumir la importante desestructuraci¨®n personal, familiar y social a la que conduce la consolidaci¨®n en el paro. Ya es conocido el hecho de que a medida que crece el tiempo de desempleo aumenta la probabilidad emp¨ªrica de permanecer en ¨¦l. As¨ª, el crecimiento de la cantidad de parados de muy larga duraci¨®n (dos a?os o m¨¢s) pas¨® a convertirse en una de las componentes m¨¢s duras de la situaci¨®n del mercado de trabajo en Espa?a.
Para entender la evoluci¨®n del paro de larga duraci¨®n de una manera sencilla se hace necesario reducir el an¨¢lisis a la mitad masculina. De otro modo habr¨ªa que analizar los importantes cambios en la posici¨®n laboral y familiar que protagoniza la mujer espa?ola, y eso dar¨ªa lugar a otro art¨ªculo bien diferente. Adem¨¢s, la limitaci¨®n es necesaria para poder dar por supuesto que toda la disminuci¨®n del paro es equivalente a un aumento de ocupaci¨®n, lo que se cumple para los hombres, ya que la tasa de actividad de los varones entre 19 y 65 a?os se ha mantenido pr¨¢cticamente constante durante los dos ¨²ltimos a?os.
Los datos que se utilizan son los de la Encuesta de Poblaci¨®n Activa, y el periodo estudiado empieza con la ¨²ltima reforma del segundo trimestre de 1987, con objeto de que las distintas categor¨ªas sean estrictamente comparables.
Una primera distinci¨®n que hay que plantear, para discernir entre las situaciones que son laboralmente diferentes, es la de separar los que buscan el primer empleo de aquellos que han trabajado antes.
Nivel de bloqueo
A finales de 1972, al borde de la crisis, la proporci¨®n entre los varones que buscaban el primer empleo y el total de los que estaban parados era de uno de cada cinco (21%). Desde entonces hasta la recuperaci¨®n no ces¨® de aumentar. En 1976 ya era m¨¢s de uno de cada cuatro (27%), y durante 1 a fase de crecimiento del paro se fue acercando paulatinamente al tercio de los parados (33%). En el cuarto trimestre de 1987 se hab¨ªa vuelto a la proporci¨®n de 1976, y a finales de 1989, a la de 1972. El sentido estructural de esta proporci¨®n es que resulta un indicador del nivel de bloqueo de la entrada a la ocupaci¨®n, respecto a la rotaci¨®n o recuperaci¨®n del empleo perdido. Este ¨ªndice se debe contextualizar respecto a la tasa de paro masculina, que pasa del 2,1% de 1972 al 20,1 %en 1985 y al 12,7% en el cuarto trimestre de 1989. Es decir, con una tasa de paro seis veces mayor, la proporci¨®n de los que nunca han trabajado es igual ahora que hace 17 a?os.
En cualquier caso, el que la cantidad de varones que buscan el primer empleo se haya reducido a casi un tercio de los que hab¨ªa al principio de la recuperaci¨®n econ¨®mica parece equivalente a decir que se ha desbloqueado el acceso al empleo.
Una vez separados los inexpertos de los expertos, se puede estudiar la evoluci¨®n del paro dividiendo a los parados entre aquellos que llevan menos de un a?o buscando empleo (corta duraci¨®n) y los que llevan un a?o o m¨¢s (larga duraci¨®n). Dentro de estos ¨²ltimos, distinguiremos tambi¨¦n a los que llevan dos a?os o m¨¢s de b¨²squeda (muy larga duraci¨®n).
Si bien la disminuci¨®n general del paro masculino (durante la que se podr¨ªa denominar segunda fase de la recuperaci¨®n del empleo) es importante (-24%), lo que resulta m¨¢s llamativo es el hecho de que los parados de muy larga duraci¨®n hayan disminuido hasta reducirse a menos de la mitad (-54,6%) para los buscadores del primer empleo, y casi en la misma medida (-43,3%) para los que hab¨ªan tenido un trabajo anterior. Los de larga duraci¨®n, aunque no alcanzan esas proporciones, se acercan lo suficiente como para afirmar que participan del mismo proceso, lo que no es extra?o ya que m¨¢s de la mitad son los mismos.
Socialmente, el que colectivos de esta importancia num¨¦rica (en 1987, los parados de larga duraci¨®n sumaban cerca de un mill¨®n) se reduzcan a la mitad en dos a?os y medio, se puede calificar de espectacular.
Se podr¨ªa argumentar que es la inestabilidad de las posiciones laborales la que transforma en parados de corta duraci¨®n a los de larga y muy larga, por el sencillo expediente de incorporarlos a un trabajo, para, de forma r¨¢pida y autom¨¢tica, despedirlos. Si as¨ª fuera, los parados de corta duraci¨®n con experiencia crecer¨ªan en la misma cantidad en que disminu¨ªan los de larga duraci¨®n, con experiencia o sin ella. Pero estos ¨²ltimos son 400.000 menos, mientras que el aumento de los de corta duraci¨®n con experiencia no alcanza los 40.000. Adem¨¢s, mientras la disminuci¨®n es continua, el aumento correspondiente es fluctuante, y casi cabr¨ªa hablar m¨¢s bien de estanca miento.
Las probabilidades
Si seguimos a lo largo del tiempo a los grupos de parados en funci¨®n de la duraci¨®n de su empleo, de modo que se pueda calcular la probabilidad de permanecer parados al a?o siguiente, se observa que los que llevan m¨¢s tiempo tienen m¨¢s probabilidad de seguir parados. Lo significativo de estos ¨²ltimos tiempos es la apreciable disminuci¨®n de esas probabilidades, tanto para los parados de corta duraci¨®n como para los de larga y muy larga. As¨ª, un 38% de los parados de corta duraci¨®n en 1987 segu¨ªan parados en 1988, mientras que esa proporci¨®n hab¨ªa bajado al 34% un a?o m¨¢s tarde. En el caso de los parados de larga duraci¨®n, las cifras son del 61% en 1987-1988 y del 54% en 1988-1989. Hay, por tanto, una notable movilidad que, adem¨¢s, va en aumento.
Para saber qu¨¦ efecto por edades ha tenido el reparto del empleo y el paro que estas cifras sugieren, un m¨¦todo es ver qu¨¦ probabilidad de seguir parados tienen los miembros de las distintas cohortes de edad a medida que pasa el tiempo.
Si se estudia esta evoluci¨®n duran te los dos ¨²ltimos a?os se aprecia que -salvo la d¨¦bil influencia del servicio militar, que perjudica al grupo que lo cumple-, para todo el margen de la juventud (de 16 a 30 a?os), la probabilidad de seguir parado se mantiene en valores pr¨®ximos al 25%. Para adultos (de 31 a 51 a?os), los valores son ligeramente superiores y se acercan al 30%. En el margen entre 52 y 57 a?os de edad es donde m¨¢s dif¨ªcil parece salir del paro; a pesar de ello, m¨¢s del 60% lo consiguen en dos a?os. Estas situaciones se corresponden con la p¨¦rdida de trabajo previa a una jubilaci¨®n que a esas edades se rechaza. Para las edades superiores, una parte importante de los parados pasan a la jubilaci¨®n, y por ello sus datos no hablan de logro de empleo.
De aqu¨ª se puede decir que la distribuci¨®n del empleo de los varones en funci¨®n de la edad est¨¢ siendo extraordinariamente igualitaria. El que la probabilidad de encontrar un trabajo sea casi equivalente para todas las cohortes entre 16 y 50 a?os de edad parece significar que se ha roto la maldici¨®n de los j¨®venes que hac¨ªa que sus posibilidades de trabajar fuesen durante los anos duros de la crisis sensiblemente menores que la de los adultos.
En suma, y en contra de algunos t¨®picos al uso con respecto al paro masculino de larga duraci¨®n, su evoluci¨®n en Espa?a en los ¨²ltimos a?os es muy favorable, y la distribuci¨®n de su incidencia entre los j¨®venes y los adultos es notablemente homog¨¦nea.
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