Sin noticias de Gurb
D¨ªa 22 (continuaci¨®n)-13.00. Ya que estoy en el parque de la Ciudadela, decido pasar aqu¨ª el resto de la ma?ana. En un tenderete compro una caja (tama?o familiar) de polvorones de Estepa y me siento a com¨¦rmelos a la orilla del estanque. Como pega un sol de justicia, nadie me disputa el lugar ni la silla. Unos patos se deslizan mansamente por el agua hasta donde estoy. Les doy un polvor¨®n, se lo comen y se van al fondo -del estanque.
14.00. Comida en las Siete Puertas. Angulas, langostinos, ri?ones, criadillas, estofado de morro, dos botellas de Vega Sicilia, crema catalana, caf¨¦, cognac, Montecristo del n¨²mero 2 y ah¨ª me las den todas.
16.30. Subo andando al castillo de Montju?c para digerir la comida.
17.30. Bajo andando del castillo de Montju?c para digerir la comida.
18.30. Vuelvo a subir andando al castillo de Montjul?c para digerir la comida.
19.00. Meriendo en la calle Petritxol.
20.00. Me encamino al lugar de la cita, al que llego a las 20.32.
20.32. Lo dicho.
20.33. Al entrar en el hall del edificio me detiene un conserje elegantemente uniformado. ?A d¨®nde me creo que estoy yendo? Al ¨¢tico segunda, se?or conserje. ?Ah, s¨ª? ?y se puede saber a qu¨¦ voy al ¨¢tico segunda? A ver a una persona con la que he quedado. Oh, quedado,quedado; esto se dice muy pronto. A ver, ricura, ?como se llama esta persona con la que dices que has quedado? Es una se?orita, pero ahora no recuerdo su nombre. Pues, si es as¨ª, no puede pasar.
21.30. Decido darle un billete de cinco mil pesetas al conserje.
21.3 1. El propio conserje sube conmigo en el ascensor, tarareando por lo bajo, para que no eche en falta el hilo musical.
21.32. El conserje me deja solo en el rellano. Llamo al timbre. Tin-tan. Silencio. Tin-tan. Nada. Por fortuna en el rellano hay una maceta y puedo desahogar en ella mi nerviosismo.
21.34. Insisto. Tin-tan. Un susurro de pasos que se aproximan. Se abre una mirilla. Un ojo me observa. Si tuviera un palito a mano, se lo met¨ªa.
21.35. La mirilla se cierra. Los pasos se alejan. Silencio.
21.36. Los pasos se acercan de nuevo. Un pestillo se desliza. Gira u?a llave en la cerradura. La puerta se abre lentamente. ?Y si saliera corriendo escaleras abajo? No, no, me quedo.
21.37. La puerta se ha abierto de par en par. Una se?ora en bata y zapatillas me entrega la bolsa de la basura. Acto seguido se disculpa. En la penumbra del rellano y sin gafas, me hab¨ªa tomado por el conserje. Como siempre viene a esta hora, ?sabe? S¨ª, sin duda me he confundido de puerta. S¨ª, la que busco vive enfrente. No, no, ninguna molestia. S¨ª, les ocurre a muchos caballeros. Los nervios, claro. S¨ª, todos acaban meando en la yuca; hay que ver lo lozana que se ha puesto. Y ya que estoy. aqu¨ª, ?me importar¨ªa bajar la basura? Est¨¢ a punto de empezar el programa de Angel Casas y no se lo querr¨ªa perder. S¨ª, atrevidillo, pero una est¨¢ ya curada de espanto. Hala, majo, no pierdas tiempo o tendr¨¢s que ir a llevar la bolsa al container.
21.45. Vuelvo a subir en el ascensor. Llamo a la otra puerta.
21.47. Abre la puerta un caballero. ?Me he vuelto a equivocar? No. La se?orita me est¨¢ esperando. Si tengo la bondad, por aqu¨ª, por favor.
21.48 Avanzamos por un pasillo. Moqueta, cortinas, cuadros, flores, perfume embriagador. Seguro que salgo de aqu¨ª con una atr¨¢s y otra delante.
21.49 Nos detenemos ante una puerta tapizada de terciopelo carmes¨ª. El individuo que me acompa?a me dice que tras esta puerta est¨¢ la se?orita. Esper¨¢ndome. El, por si no lo. ha deducido de su porte y maneras, es el mayordomo, me dice. Pero tambi¨¦n sabe karate, a?ade. En realidad, aclara, hace mejor el karate que lo otro. De modo, que nada de tonter¨ªas. Prometo no cometer ninguna. Sigo sin saber lo que significa la palabra mayordomo, pero el tono de quien dice serlo no deja lugar a dudas.
21.50 La puerta se abre. Vacilo. Una voz me indica que pase: anda hombre, pasa. ?Ser¨¢ posible?
21.51 ?Es posible!
02.40 Nos dan las tantas cont¨¢ndonos nuestras respectivas aventuras. Tampoco Gurb ha tenido suerte. Primero fue el profesor universitario. Le gustaba, pero tuvo que dejarlo porque ¨¦l se empe?¨® en que hiciera tesis. Luego vinieron otros. El buscaba un hombre serio y fino, un tipo, dice, como Jos¨¦ Luis Doreste, pero, sin saber c¨®mo ni por qu¨¦, siempre acababa enamor¨¢ndose de los m¨¢s mangantes. Le digo que esto le ha sucedido porque se ha vuelto una golfa. Gurb replica que eso no es cierto. Lo que ocurre, dice, es que yo siempre he ido de plasta por la vida. Discutimos un rato acaloradamente hasta que interviene el mayordomo para recordamos (con la m¨¢xima correcci¨®n) que dos extraterrestres en misi¨®n especial no deber¨ªan perder el tiempo peleando como verduleras. Y menos, a?ade, por semejantes tonter¨ªas. El, si quisiera, a?ade, podr¨ªa contamos casos realmente conmovedores. Casos, dice, que nos mover¨ªan al llanto. Porque ¨¦l, dice, es un hombre que ha vivido mucho. En su casa eran 15 de familia. En realidad, ¨¦l era hijo ¨²nico, pero ten¨ªa dos padres, cuatro abuelos y ocho bisabuelos que no cascaban ni a tiros. En su infancia pasaron tanta hambre, que se com¨ªan los cupones de racionamiento antes de que llegara el d¨ªa de canjearlos por arroz, lentejas, pan negro y leche en polvo. Al oir la descripci¨®n de tantos sinsabores, y antes de que el relato se eternice, derramamos abundantes l¨¢grimas, le pagamos los d¨ªas que llevaba trabajados y lo despedimos.
02.45 Gurb me ense?a el piso. Ideal. Me dice que ¨¦l lo ha elegido todo personalmente. Comparo (para mis adentros) este piso con el m¨ªo y se me cae la cara de verg¨¹enza.
02.50 Gurb abre una puerta de madera de gran espesor y me muestra lo que acaba de hacerse instalar: la sauna. Por supuesto, nunca la ha usado ni piensa hacerlo, pero le sirve para mantener calientes los churros.
02.52 Mientras me pongo morado de churros, le pregunto si ha sido ¨¦l el causante de mis recientes desgracias. Responde que s¨ª, pero que lo ha hecho con la mejor de las intenciones. La ventaja de la comunicaci¨®n telep¨¢tica es que se puede hablar con la boca llena. Le pregunto que por qu¨¦ ha saboteado mi vida y me responde que no pod¨ªa permitir que acabase despachando cortados en el bar del se?or Joaqu¨ªn y la se?ora Mercedes, y mucho menos que acabara li¨¢ndome con mi vecina, aunque las probabilidades. de que esto sucediera, a?ade con sorna, eran remotas, porque yo estaba llevando el asunto fatal. Tenemos otra agarrada, hasta que llaman a la puerta. Acudimos. Es el vecino de al lado, que viene a quejarse porque no le dejamos dormir. Dice que si queremos pelearnos, que lo hagamos de viva voz, como todo el mundo, que a los gritos y a los platos rotos ya est¨¢ acostumbrado. En cambio la comunicaci¨®n telep¨¢tica se oye trav¨¦s de la tele, y no veas la lata que da, dice.
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