Tiro al blanco
La pel¨ªcula La jungla 2. Alerta roja es una continuaci¨®n, en este caso de las aventuras del intr¨¦pido polic¨ªa John McCIane, y en eso sigue sencillamente la regla de oro del dinero cinematogr¨¢fico, que dicta que cuando se topa con un fil¨®n hay que explotarlo hasta que se agote. En la primera, La jungla de cristal, todo ocurr¨ªa en un alto rascacielos; aqu¨ª, en cambio, se trata de las entra?as mismas de un aeropuerto, y en fechas de m¨¢xima congesti¨®n: las Navidades. Y para que el efecto sea m¨¢s dram¨¢tico, hay tambi¨¦n terroristas, tormentas y periodistas agresivos y un inc¨®modo testigo, que ser¨¢ el responsable de hacer creer al espectador que las cosas pueden volver a repetirse, y de la misma manera que la primera vez.La pel¨ªcula, hecha a mayor gloria de Bruce Willis, es un derroche de inversi¨®n, ha costado unos 60 millones de d¨®lares, que son comidos por los efectos especiales. Es toda ella un prodigio de ritmo fren¨¦tico, uno de esos filmes que comienzan con un terremoto y siguen subiendo en intensidad, un violento ejercicio que no deja literalmente respirar; claro que, si nos dejaran respirar, seguramente nos dar¨ªamos cuenta que es ¨¦ste un Frankenstein, un producto de remiendos hecho con trocitos de aqu¨ª y de all¨¢, enganchados sin otro orden que no sea la acumulaci¨®n y la febril necesidad de dilatar la acci¨®n hasta el infinito, porque a la postre lo ¨²nico que importa es correr sin llegar a ninguna parte: es, resumiendo, un film contempor¨¢neo de consumo.
La jungla 2
Alerta rojaDirector: Renny Harlin. Gui¨®n: Steve de Souza y Doug Richardson, seg¨²n la novela 58 minutos, de Walter Wagec. Fotograf¨ªa: Oliver Wood. M¨²sica: Michael Kamen. Estados Unidos, 1990. Int¨¦rpretes: Bruce Willis, Bonnie Bedelia, William Atherton, Reginald Veljohnson, Franco Nero, Dennis Franz. Estreno en Madrid: cines Roxy B, Parquesur, Benlliure, Novedades, Aluche y Col¨ªseum.
Gris¨¢ceo
Su director, el m¨¢s bien gris Renny Harlin -Pesadilla en Elm Streel 4 es su mayor t¨ªtulo de gloria hasta la fecha-, cumple las directrices de un gui¨®n que es tambi¨¦n un residuo olvidado en un rinc¨®n de la productora, y r¨¢pidamente desenpolvado por la necesidad de encontrar un marco apropiado para la continuaci¨®n de las palizas del h¨¦roe, un Bruce Willis que aporta a su personaje un cierto cinismo y punto. Y lo de menos, aunque parezca parad¨®jico, es el tratamiento de la violencia.Porque, como ocurr¨ªa tambi¨¦n en Rambo (y en tantos otros filmes despu¨¦s de ¨¦l), toda ella resulta tan absoluta, radicalmente falsa, que se toma sencillamente por lo que es: una estilizaci¨®n extrema de la violencia desaforada, una especie de met¨¢fora delirante del esfuerzo humano aplicado a la destrucci¨®n. De tal forma, no debe extra?ar que el ¨²nico motivo por el cual esta pel¨ªcula pasar¨¢ a los anales del cine sea por un mero problema de contabilidad: su m¨¢ximo logro es batir en su propio terreno a los Rambos que le precedieron en el dudoso honor de liquidar personajes, de forma tal que aqu¨ª se roza la frontera de los 300 muertos, muchos de ellos en tiroteos de esos en los que las balas no se agotan, y los terroristas, que perennemente son mencionados como "profesionales peligrosos", resultan en realidad inocentes tiradores de feria incapaces de darle al pato siquiera una vez.
Pero como todo no pueden ser objeciones, queda no obstante en el recuerdo una frase magistral del gui¨®n, un ¨²nico, aislado momento de inspiraci¨®n. Un curtido equipo de soldados de ¨¦lite rememora, en la trasera de un cami¨®n y mientras se dirige al combate, sus haza?as. Alguien menta Granada, y otro se lamenta: "Bah, eso s¨®lo fueron cinco minutos de tiroteo y cinco semanas de surf"'. Una genial (?e involuntaria?) definici¨®n de c¨®mo ve un an¨®nimo soldado americano su arrogante misi¨®n de gendarme del universo: una ¨²til ense?anza para los tiempos que corren.
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