La decisi¨®n de Walesa
EL PASADO lunes, Lech Walesa comunic¨® p¨²blicamente su candidatura a la presidencia de la Rep¨²blica de Polonia y al mismo tiempo anunci¨® una amplia gira de propaganda por el territorio nacional para el pr¨®ximo octubre. Con ello, el candidato ha condicionado en alguna medida la sesi¨®n del Parlamento iniciada ayer, viernes, en la que se fijar¨¢n las fechas de las elecciones presidencial y legislativas. Es sintom¨¢tico que el anuncio de Walesa se hiciera en v¨ªsperas de una reuni¨®n convocada por el cardenal Glemp para intentar un consenso entre Walesa y Mazowiecki. Parece evidente que el l¨ªder hist¨®rico de Solidaridad est¨¢ convencido de su victoria en las urnas. Su iniciativa ha colocado a los otros sectores del espectro pol¨ªtico a la defensiva. Mazowiecki -considerado por muchos como el ¨²nico candidato que podr¨ªa enfrentarse a Walesa con ciertas posibilidades de ¨¦xito- mantiene silencio. Como jefe del Gobierno, tiene que cargar con la responsabilidad de una pol¨ªtica econ¨®mica que, por inevitable que sea en la etapa actual, es muy costosa para la poblaci¨®n.En todo caso, Polonia necesita dar un nuevo paso hacia su democratizaci¨®n. A¨²n tiene un presidente -Jaruzelski- y un reparto de esca?os en el Parlamento determinados por el pacto con los comunistas. Un acuerdo que tuvo gran valor para facilitar una transici¨®n pac¨ªfica, pero que hoy ha perdido toda raz¨®n de ser. Jaruzelski, con realismo, lo ha comprendido y ha hecho p¨²blica su disposici¨®n a retirarse en el momento en que se elija democr¨¢ticamente al nuevo presidente. Por tanto, el camino est¨¢ expedito, y ahora se trata de organizar la consulta popular en las mejores condiciones.
?Pondr¨¢n fin estas elecciones a la amplia conjunci¨®n de fuerzas que se agrup¨® en torno a Solidaridad? ?se es el problema de fondo en el momento presente, con cierta polarizaci¨®n del debate en torno a las figuras de Walesa y Mazowiecki. Ambos han colaborado estrechamente en la lucha -y en la larga marcha- por la libertad, pero son personalidades muy distintas: el primero es un obrero intuitivo y carism¨¢tico, con inclinaciones populistas y, por eso mismo, sensible a los viejos residuos reaccionarios del nacionalismo polaco. El segundo es un intelectual prudente y reflexivo, que ha demostrado en el ejercicio del poder m¨¢s energ¨ªa de la que se le supon¨ªa, muy prestigioso en los medios de la cultura, pero con dificultades para establecer una comunicaci¨®n con la ciudadan¨ªa. Un acuerdo entre esas dos figuras ser¨ªa la mejor soluci¨®n para esta segunda etapa de la transici¨®n democr¨¢tica en la que ha entrado Polonia. Y los esfuerzos de la Iglesia -quiz¨¢ impulsados desde la mesa de trabajo de Wojtyla- han ido en ese sentido.
Pero esa posibilidad parece alejarse. Walesa ha adoptado una actitud en la que combina h¨¢bilmente dos aspectos de la situaci¨®n presente: el deterioro del nivel de vida y la permanencia en sus cargos de muchos funcionarios del viejo aparato comunista. Establecer entre los dos hechos una relaci¨®n de causa efecto es demag¨®gico: la imprescindible reforma econ¨®mica implica una etapa de austeridad. Pero tal argumentaci¨®n ayuda a ganar votos y encaja con la forma simplista de Walesa de abordar los problemas. ?Implica esta actitud que -en la hip¨®tesis de que ocupase la presidencia- no patrocinaria la continuaci¨®n de una pol¨ªtica encaminada hacia una econom¨ªa de mercado eficiente? Es una de las inc¨®gnitas.
En este clima parece sensata la idea de separar la elecci¨®n presidencial -que podr¨ªa realizarse antes de fin de a?o- de la elecci¨®n del Parlamento, que podr¨ªa aplazarse a marzo de 1991. Este calendario ser¨ªa favorable para Walesa, pero permitir¨ªa preparar las legislativas en un ambiente menos polarizado y en el que las fuerzas pol¨ªticas agrupadas en torno a Mazowiecki -cat¨®licas, liberales, socialdem¨®cratas- tendr¨ªan posibilidades de obtener la mayor¨ªa y de determinar el futuro Gobierno. Ser¨ªa injusto -o prematuro- pensar que un Walesa elegido presidente se inclinar¨ªa a encabezar un movimiento nacionalista y populista, pero Polonia no est¨¢ en condiciones de asumir nuevos riesgos en su actual relaci¨®n con la Europa emergente.
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