Espa?a fue diferente
En la Ibiza de los a?os cincuenta, Janet descubrio en su pr pia alma de artista la Ciudad de los Espejos, y se ba?¨® en el infinito mar del sexo. Vivi¨® con una familia que la llamaba Janetta: se dej¨® empapar por la c¨¢lida sofidaridad de aquellas mujeres, y oy¨® al hombre de la casa, franquista desencantado, relatar los fusilamientos de republicanos: "Me llev¨® a la ventana, que dominaba la ciudad y el mar y, cerca, el camino que desde el t¨²nel romano conduc¨ªa a la iglesia de la colina. Se?al¨® la muralla que bordeaba el sendero. 'Las Estaciones de la Cruz', dijo. 'El Caudillo puso ah¨ª en fila a los cornu nistas y los fusil¨®. Yo lo vi. Pero yo era un chaval. Ahora es distinto".Un d¨ªa que Janet compr¨® mantequilla y carne, la casa ardi¨® en festejos propios de la corte del rey Baltasar: "Fue mi primer encuentro con los sentimientos de los realmente pobres, y con la despreocupaci¨®n econ¨®mica con que yo me hab¨ªa puesto en viaje: yo pod¨ªa volver a Nueva Zelanda, al mundo de plenitud el¨¦ctrica donde la gente viv¨ªa en casas rodeadas de huertos y de flores". En cambio estaba en una isla donde nadie, salvo los ricos y los americanos, ten¨ªa por qu¨¦ echar el cerrojo. Una isla de magia y de miseria.
La magia de Ibiza fue para Janet la puerta de la Ciudad de los Espejos: "Para m¨ª, la maravilla era la luz, el cielo, el color de los olivos y de las casas erguidas y desgastadas como p¨¢ginas de piedra. Y, coronando la maravilla, estaba la receptividad del oc¨¦ano sin l¨ªmites, que admit¨ªa en sus abismos el mundo entero detenido en las playas y creaba esa ciudad espejeante".
Amor
Y el amor. Con la misma soltura con que reconoce no haber le¨ªdo a tantos imprescindibles, Janet no tiene escr¨²pulos para decir que ignoraba qu¨¦ era masturbarse o todo lo sexual. Las primeras experiencias llevan el nombre de Bernard, un norteamericano de risa inolvidable, que viv¨ªa en un chal¨¦ frente al mar: "Y entonces Bernard fue desnud¨¢ndome despacio y yo fui desaboton¨¢ndole y ambos supimos que ¨¦sa era la raz¨®n de mi visita".
Hasta ese momento, Janet ha mantenido ante Bernard la ficci¨®n de ser m¨¢s o menos experimentada. S¨²bitamente se encuentra inmersa en una dulce tempestad de descubrimientos: la erecci¨®n del hombre, las palomas que alzan vuelo desde el tejado. "Supe que las mentiras proced¨ªande la vanidad y la cobard¨ªa, del deseo de no ver mi vida tal como hab¨ªa sido y no como yo supon¨ªa que ten¨ªa que haber sido". Pero el cuerpo, de pronto, es lo mismo que el alma; la sublimidad y los condones no son ajenos.
La magia se quebrar¨¢, no obstante, tiempo despu¨¦s: cuando de una referencia a la escasez de condones Bernard suelte, a prop¨®sito de la posibilidad de embarazo, una frase fatal: "Ser¨ªa terrible". El desmorone ha comenzado. "Esas palabras fr¨ªas", escribir¨¢ ella. Pero en los rotos espejos de la vida seguir¨¢ ya habitando, eterna, la magia.
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