?Cuidado con la posteridad!
Puede darse el caso, queridos escritores o escritoras, que la posteridad no os importe nada, cosa que no creo. Quienquiera, aun el adolescente quincea?ero, que instile una poes¨ªa sobre los susurros del bosque, o que conserve hasta la muerte un diario, aunque nada m¨¢s sea para anotar "hoy he ido al dentista", espera de los que vienen detr¨¢s en el tiempo que lo conserven como un tesoro. Y aunque desease el olvido, para eso est¨¢n hoy las editoriales que se encargan de redescubrir a menores olvidados, incluso a aquellos que no escribieron en su vida ni una sola l¨ªnea.La posteridad, ya se sabe, es voraz y tiene buen apetito. Con tal de poder escribir, cualquier cosa de los dem¨¢s sirve. Por tanto, ?oh escritores!, cuidado del uso que podr¨¢n hacer de vuestros escritos los que vienen detr¨¢s. Naturalmente, lo ideal ser¨ªa dejar en circulaci¨®n s¨®lo aquellas cosas que hab¨ªais decidido publicar en vida, destruyendo poco a poco cualquier otro testimonio, incluidos esos terceros o cuartos bocetos. Pero, como es bien sabido, los apuntes son necesarios para el trabajo, y la muerte puede llegar en cualquier momento.
En ese caso, el primer riesgo es que os publiquen algunos in¨¦ditos de cuya lectura pueda desprenderse que fuisteis unos perfectos idiotas, y si alguien relee los apuntes escritos el d¨ªa anterior a vuelapluma en la libretita oportuna, el riesgo es ya muy elevado (porque es t¨ªpico de los apuntes el estar siempre fuera de contexto).
A falta de apuntes, el segundo riesgo es que, a poco de morir, empiecen a proliferar congresos dedicados a analizar vuestra obra. Anhelo de todos los escritores es que se les recuerde a trav¨¦s de ensayos, de tesis doctorales o de reediciones con notas cr¨ªticas, pero son ¨¦stos trabajos que requieren aquello del tiempo y una ca?a. El congreso inmediato obtiene dos resultados: fuerza a una legi¨®n de amigos, de devotos y de j¨®venes en busca de fama a hacer una relectura r¨¢pida, de esas cruzadas, y, como es obvio, en tales, casos se refr¨ªe lo ya dicho, acabando por rematar un clich¨¦. Y as¨ª, al cabo de poco tiempo, los lectores se desenamoran de unos escritores que resultan demasiado invasores de la capacidad de previsi¨®n de cada cual.
El tercer riesgo es que se publiquen las cartas privadas. Algunas veces, pocas, los escritores escriben cartas privadas diferentes a las que suele escribir el com¨²n de los mortales, a no ser que lo hagan para dar el pego, como Ugo Foscolo. Pueden escribir "m¨¢ndame la sal de frutas", o bien "te amo como un loco (una loca) y doy gracias por tu existencia", lo cual es justo y normal, pero lo que ya es pat¨¦tico es que las gentes del futuro escruten en esos testimonios para concluir que el escritor, o la escritora, era, tambi¨¦n, ser un humano. ?Cre¨ªan acaso que era un ornitorrinco?
?C¨®mo evitar estos incidentes? Para los apuntes manuscritos aconsejar¨ªa dejarlos en alg¨²n lugar imprevisible, escondiendo luego, en el armario de las especias, algo as¨ª como un mapa del tesoro que asegure de la existencia de algo valioso, aunque con unas indicaciones indescifrables. Se obtendr¨ªa el doble resultado de ocultar los manuscritos y de provocar muchas tesis doctorales, que tratar¨ªan sobre la esfingea impenetrabilidad del mapa.
Para los congresos puede ser ¨²til dejar unas muy precisas disposiciones testamentarias en las que se exija, en nombre de la humanidad, que, para cada congreso organizado en los 10 a?os siguientes a la muerte, los organizadores tengan que pagar 2.000 millones de pesetas a la Unicef. Dif¨ªcil ser¨¢ encontrar esa cantidad y demasiado descaro ser¨ªa necesario para violar el mandato.
M¨¢s complejo es el asunto de las cartas de amor. Para las que todav¨ªa est¨¢n por escribir, recomendar¨ªa el uso del ordenador, pues eso despista mucho a los graf¨®logos, y, adem¨¢s, firmar con seud¨®nimos afectuosos ("tu gatita Bisb¨ªs, tu peque?o hur¨®n"), intercambiables con cualquier colega, de modo que resulte dudosa la atribuci¨®n genuina. Resulta aconsejable tambi¨¦n intercalar algunas francesitas que, si bien apasionadas, resulten embarazosas para los destinatarios (como "amo hasta tus flatulencias"), lo que les disuadir¨¢ de su publicaci¨®n.
Las cartas ya escritas, en especial las de la adolescencia, resultan incorregibles. En estos casos convendr¨ªa rastrear a los destinatarios y escribirles una misiva que evoque con distendida serenidad aquellos tiempos inolvidables, prometiendo que el recuerdo de aquellos d¨ªas quedar¨¢ tan imperecedero que incluso despu¨¦s de la muerte del escritor recibir¨¢n los destinatarios su visita con el fin de que no se extinga jam¨¢s tanta memoria. No siempre funciona, pero un fantasma es un fantasma, y los destinatarios dormir¨¢n con sue?os poco apacibles.
Tambi¨¦n se podr¨ªa llevar un diario ficticio, en el que, de cuando en cuando, se dejar¨ªa caer la idea de que los amigos y las amigas son m¨¢s bien proclives a la mentira y a la falsificaci¨®n: "?Qu¨¦ adorable embustera la Adelaida!", o bien, "Gualtiero me ha ensa?ado hoy una carta falsa de Pessoa verdaderamente admirable".
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